Chapitre seize : Un amour qui naît

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Esa tarde, Ángeles decidió quedarse al lado de Balduino, quien aún se encontraba en proceso de recuperación. El sol se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación con una luz cálida y dorada que reflejaba el aire sereno que solo ella podía traer. Su sonrisa iluminaba el lugar con un brillo que iba más allá de lo visible, transformando el espacio en un refugio de paz, donde la enfermedad no tenía cabida.

Con una delicadeza audaz, Ángeles se sentó junto a la cama del rey, mirándolo con una ternura que lo atravesó como un rayo de luz. Balduino, acostumbrado a la solemnidad y a cargar con el peso de su corona, se sintió desarmado ante la calidez que ella le ofrecía sin pedir nada a cambio.

—Balduino, ¿qué es lo que más le gusta comer ? —preguntó Ángeles juguetonamente, sus ojos brillando con una dulzura que hacía vibrar el corazón del rey.

Él la observó en silencio por un momento, maravillado por cómo su sola presencia disipaba cualquier sombra de su enfermedad. Cuando habló, su voz era suave pero profunda, reflejo de un rey sabio y solemne, aunque algo quebrado por el sufrimiento.

—En mi tierra, uno de mis manjares favoritos es el guiso de cordero con higos y especias. Lo sirven  en las celebraciones, y cuando mi cuerpo no estaba debil y enfermo  lograba reunirnos a todos —respondió, su mirada perdida en los recuerdos de tiempos más felices.

Ángeles soltó una pequeña risa traviesa, ladeando la cabeza con dulzura.

—¡Me encantaría probarlo! En mi tiempo, las pastas son el plato más popular. Las comemos con todo tipo de salsas, desde tomate hasta mariscos. Son deliciosas, se lo aseguro.

Su sonrisa juguetona llenaba el aire de una calidez inesperada. Balduino, quien no había reído en mucho tiempo, se encontró sonriendo sin darse cuenta.

—¿Pastas? —preguntó con curiosidad, intrigado por las descripciones de esa comida exótica—. Parece un platillo digno de probar.

—Algún día le prepararé algunas —respondió Ángeles con un guiño, disfrutando de la forma en que Balduino la miraba, como si fuera la única luz en su mundo.

El rey no podía apartar los ojos de ella. Cada palabra, cada gesto, lo hacía sentirse menos como un rey enfermo y más como un hombre, uno vivo y lleno de anhelos que había dejado de sentir hacía mucho tiempo. La charla continuó, y Ángeles comenzó a compartir historias de su vida, hablándole de sus padres y de su trabajo como enfermera. Balduino la escuchaba con devoción, fascinado por la vida y energía que brotaban de ella.

De repente, una duda se instaló en el corazón de Balduino, y sin poder contenerse, la formuló.

—Ángeles, ¿alguna vez le han propuesto matrimonio? —preguntó con una leve nota de celos que lo sorprendió incluso a él.

Ella lo miró, sus ojos brillando de emoción, y respondió con una sonrisa que era pura luz.

—No, Balduino. Usted es el primer hombre que ha despertado mi corazón.

Balduino sintió que su pecho se apretaba al escuchar esas palabras. Había sido llamado muchas cosas en su vida: rey, líder, guerrero. Pero jamás "el primer amor".

—¿De verdad? —murmuró, casi sin poder creer lo que escuchaba.

—Sí —respondió Ángeles, su voz etérea y suave—. En mi tiempo, los novios se cuidan, se abrazan... y se besan.

Balduino, acostumbrado a una vida regida por el deber y la contención, sintió que esas palabras encendían algo en su interior. Pero también lo llenaban de una nueva incertidumbre.

—No... —dijo en un hilo de voz—. No debería estar tan cerca de mí, Ángeles. No quiero que... se enferme.

Ángeles, sin embargo, no se detuvo. Su mirada estaba llena de decisión y ternura. Se inclinó hacia él, rompiendo suavemente la distancia que él intentaba imponer.

—¿Y si soy yo quien decide? —susurró, su voz un bálsamo para el alma de Balduino.

Antes de que él pudiera responder, Ángeles depositó un beso suave en la frente de la máscara que cubría su rostro. Balduino cerró los ojos, sintiendo la dulzura y la calidez de ese gesto atravesarlo como una caricia en el alma. En ese instante, dejó de ser un líder enfermo y se convirtió en un hombre enamorado.

Cuando Ángeles se retiró lentamente, vio a Balduino aún con los ojos cerrados, perdido en una sensación que no había experimentado jamás.

—Balduino... —lo llamó suavemente, su voz teñida de amor—. ¿Está bien?

Él abrió los ojos, y en ellos había algo nuevo, una chispa que no había estado ahí antes.

—Nunca me he sentido mejor —respondió, su voz llena de una emoción que lo desbordaba. Y en su interior, algo más profundo se removió: un amor que iba más allá de lo físico, más allá de lo que su cuerpo soportaba. Un amor puro y poderoso, encendido por la ternura y la dulzura de Ángeles.

Ella soltó una risa suave, ladeando la cabeza con picardía.

—Creo que nos estamos comportando como dos novios, ¿no cree? —bromeó, haciendo que el corazón de Balduino latiera aún más rápido.

El rey, sonriendo lentamente, respondió:

—Si esto es ser novios, no me importaría acostumbrarme.

El resto de la tarde se llenó de risas, miradas cómplices y pequeños toques de amor. La conversación se tornó más íntima, y Balduino habló de sus sueños de traer justicia y paz a su reino. Confesó que, con Ángeles a su lado, esos sueños parecían más alcanzables, más valiosos. Ella, por su parte, compartió sus propios anhelos, deseando no solo cuidar de los enfermos, sino también de aquellos que, como Balduino, necesitaban amor y ternura tanto como un reino necesita un rey.

—Me hace sentir... —dijo Balduino, su voz temblando ligeramente—. Me hace sentir vivo.

Ángeles sonrió, su corazón latiendo al mismo ritmo que el de él.

—Algún día —dijo ella, con una sonrisa cálida—. Vamos a recorrer toda Jerusalén juntos. Me enseñará cada rincón, cada calle, cada secreto de esa ciudad que tanto ama. Y entonces, también será mi lugar favorito en el mundo.

Balduino, en silencio, la miró con intensidad. En su corazón, algo profundo se había asentado: un amor que iba más allá de las fronteras, más allá del tiempo. Un amor puro, nacido de la osadía y la dulzura de una mujer que había transformado su mundo.

—Se lo prometo, Mi Lady —dijo finalmente—. Jerusalén será nuestro.

El silencio que siguió fue lleno de promesas no dichas, de sentimientos que ambos compartían pero que no necesitaban expresar con palabras. Sin embargo, Balduino sintió el deseo de abrir su corazón por completo.

—Jerusalén... es mi amor eterno. Siempre he soñado con verla en paz, con unificar a su gente y protegerla de quienes desean hacerle daño. Pero ahora, Ángeles, mi corazón también se ha llenado de otro tipo de amor. Uno que nunca imaginé sentir.

Ella lo miró, su mirada llena de curiosidad y ternura.

—¿Amor? —susurró Ángeles, acercándose un poco más, como si el aire entre ambos se volviera más denso, cargado de emociones no dichas.

Balduino asintió, su voz bajando aún más, como si temiera romper la magia del momento.

—Sí. Amor por usted. Me ha mostrado una vida que nunca pensé posible para mí, una vida donde no solo soy un rey, sino también un hombre, uno capaz de amar y ser amado.

Ángeles, con una sonrisa que podía iluminar cualquier oscuridad, se acercó aún más, hasta que sus frentes casi se tocaban.

—Entonces, Balduino, no renuncie a ese amor. Porque yo tampoco lo haré.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos, solo escuchando sus respiraciones, sintiendo el calor que compartían. Ángeles, audaz como siempre, rompió el silencio con una risa suave.

Balduino la miró, su corazón rebosando de emociones. Y en ese instante, supo que estaba perdido para siempre en el amor que ella le ofrecía, un amor que trascendía el tiempo y las circunstancias, un amor que le devolvía la vida.

Mi ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora