Chapitre vingt : Décisions et alliances

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El aire fresco del jardín del palacio contrastaba con la opresiva atmósfera que había envuelto a Balduino desde que los rumores comenzaron a circular. Geordán, junto a otros nobles como Ricardo de Chalon y Alarico, estaban decididos a desestabilizar su reinado, y la presión sobre el joven rey era cada vez más insoportable. Sabían que su enfermedad era vista como una debilidad, y eso era suficiente para que sus adversarios buscaran aprovecharse de la situación.

Mientras tanto, Balduino luchaba con su salud. Los días de tensión y preocupación habían tomado un peaje físico en su cuerpo ya deteriorado. Su recaída era inminente. Se encontraba en su habitación, sumido en la oscuridad, mientras sus médicos de confianza, Caleb y Eliam, se turnaban para cuidar de él. Usaban hierbas como la raíz de bardana y el aceite de oliva mezclado con miel para calmar su piel, mientras que los baños de agua tibia ayudaban a mitigar el dolor. Sin embargo, la desesperanza parecía ser su única compañera.

La preocupación por su amado rey también pesaba en el corazón de Ángeles. Con el estado de Balduino empeorando, no le estaba permitido visitarlo. La angustia la consumía mientras se encontraba en su aposento, mirándose en el espejo y tratando de encontrar palabras para tranquilizar su inquietud. Fue entonces cuando decidió hablar con  Rosario.

— Rosario —comenzó Ángeles, su voz temblorosa—, hay algo que debo confesarle.

Rosario, con su sabiduría y experiencia, se giró hacia ella, dispuesta a escuchar. La mirada maternal en su rostro ofrecía la calma que Ángeles necesitaba.

—¿Qué sucede, mi señora? —preguntó con ternura.

—Yo… yo estoy enamorada de Su Majestad Balduino. —Las palabras salieron de sus labios como un susurro, pero el peso de la confesión llenó la habitación. —No somos solo amigos. Lo amo de una manera que nunca pensé que podría amar a alguien.

Rosario tomó las manos de Ángeles en las suyas, con una expresión comprensiva.

—Mi señora, el amor es una fuerza poderosa. Pero, ¿es consciente del peligro que eso conlleva? La corte no acepta fácilmente a quienes consideran indignos de la nobleza.

—Lo sé, pero Balduino es más que un rey para mí. Él me ha mostrado lo que es sentir. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras su salud se deteriora. Necesito estar a su lado.

—Entiendo —dijo Rosario, asintiendo con respeto—. No se preocupe, yo seré su aliada en esto.

Con renovada determinación, Ángeles se dirigió al jardín, un lugar que había sido testigo de sus momentos compartidos con Balduino. Las flores florecían como recordatorios de su amor, y cada pétalo susurraba promesas de un futuro juntos. Sin embargo, la preocupación por su rey era abrumadora.

En ese momento, Tiberias apareció, su porte siempre serio y respetuoso. Al ver a Ángeles, su expresión se suavizó.

—Lady Ángeles —la saludó, inclinando la cabeza—. Debo hablar con usted sobre Su Majestad.

—¿Tiberias? —preguntó Ángeles, sintiendo un nudo en el estómago—. ¿Qué sucede con él?

—Su salud está en un estado crítico —respondió Tiberias, su tono grave. —He estado al tanto de lo que ocurre entre ustedes, pues el Rey me ha confiado sus sentimientos.

Los ojos de Ángeles se llenaron de esperanza, pero Tiberias continuó:

—No es prudente que lo visite en este momento. La corte ha comenzado a sospechar, y su estado requiere descanso y tranquilidad.

—Pero yo puedo ayudarlo —insistió Ángeles, recordando cómo había intervenido en el brote de disentería que amenazó Jerusalén. —Le dije a Balduino lo que debía hacer, y él me escuchó. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario por él.

Mi ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora