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El vicepresidente de Kaulitz y asociados se encontraba en un pequeño break antes de la tercer reunión de aquel día. Estaba agotado física y mentalmente, lo único bueno era estar sentado sobre aquella silla masajeadora que su esposa le había regalado, era perfecta para su columna vertebral ya que a veces le causaba muchos dolores.

Él seguía en su mundo dejando que la vibración de aquel regalo hiciera lo suyo sobre su cuerpo mientras que por la puerta principal de su oficina su joven esposa se abría paso.

— ¿Tom Kaulitz con dolores de cabeza otra vez? — exclamaba con ese tono dulce.

El de trenzas abría los ojos y una dulce sonrisa se dibujaba al verla.

— ¿Puedes creerlo? — decía deteniendo las vibraciones. — ¿Qué haces aquí? al menos uno de los dos debe divertirse y relajarse.

La pelinegra asentía con cierto aegyo en sus facciones, arrugaba la nariz y Tom simplemente se moría de ternura.

— Tom cariño, necesitas divertirte más, ¿hace cuanto no haces algo por tí? — preguntaba arrodillándose frente a su esposo.

— Jessica... — la tomaba de las manos. — Odio esto y lo sabes mejor que nadie. — ahora besaba los nudillos de aquella joven y atractiva chica. — Si al menos tú puedes divertirte y tener algo real, soy feliz.

Jessica se ponía de pie para sentarse en el regazo del mayor y esconder su rostro en la curvatura de su cuello.

— Te amo, Tom. — dijo con honestidad. — Pero necesitas hacer algo, ¿cuantas reuniones quedan? — pregunta mirando sus ojos cafés.

— La tercera y la última. — respondía sin dejar de acariciar la cintura de su esposa. — Al menos estaré en casa antes de las siete.

— Tom, por favor. — volvía a rogar.

Ella sabía que el joven no hacía nada para complacerse a su mismo, era una especia de títere para su viejo al igual que ella para el suyo. Ambos hijos de los magnates empresariales más importantes de la industria alemana. Habían pactado su vida desde que tenían catorce y dieciséis años, aunque Tom y Jessica se conocían desde los ocho y diez, eran grandes amigos y ninguno se había negado a aquello.

Las dos empresas más grandes haciendo alianza, solo traía riquezas y exitos para la familia de Jessica Alba y Tom Kaulitz, este último y por decisión de su padre, estaba destinado a llevar adelante la empresa y también estaba metiéndose en la política con su viejo, se había vuelto candidato a ministro de economía.

No era su sueño, pero no tenía derecho a elegir ni él ni Jessica, a menos que uno de los magnates falleciera, solo así se rompería el trato de su matrimonio. Pero los mejores amigos, tenían su propio trato para conllevar aquello de forma que pudieran ser felices. Se smabanz de eso no cambia duda, pero era un amor de amigos el que se tenían.

Jessica sabía todo de Tom y viceversa.

— Insisto, cariño. — repetía acomodando la corbata de su esposo. — Tiene que haber un chico bueno para tí.

— Eso sería problemático en sobremanera, Jess. Estoy postulado para ser ministro, ¿te imaginas si se enteran que lo nuestro es una farsa y que encima soy homosexual? — negaba colocando el largo cabello de su esposa tras su oreja. — Eso ensuciaría tu imagen aparte de la mía, no podría hacerte eso.

— Tom, yo tengo a Edward y él jamás haría nada para lastimarme a mi o a tí. Mereces también tener alguien que te ame y complazca. — tomaba el rostro del mayor en sus manos. — Eres hermoso, no quiero que estés solo.

— Estoy contigo. — repetía sonriendo dulcemente.

La mujer se derretía, había superado el crush con Tom, pero a la vez adoraba ver la devoción que este sentía por ella y en cierta forma era una caricia al alma. Él jamás podría amarla como ella había deseado, pero tenía un amor sincero que también le alcanzaba.

𝙡𝙞́𝙣𝙚𝙖 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙧𝙡𝙖𝙩𝙖 ↧✰࿚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora