El azabache se ponía en pie en plena clase ganándose la atención de todos.
— ¿Mi clase le parece una mierda, joven Trümper? — cuestionaba el profesor con cara de pocos amigos. — Le recuerdo que usted eligió esta carrera.
Bill quería desaparecer, que la tierra lo tragase, volverse invisible o simplemente no haber actuado como un adolescente hormonal.
— Lo siento, señor Taylor. Necesito retirarme. — exclamaba juntando sus cosas sin pensar claro.
— Espero que alguien tome apuntes por usted. — soltaba con tono despreocupado aquel profesor enojado con la vida.
Si, si tenía quien le pasará apuntes, tenía a tres o cuatro comiendo de su mano, así que salía a las apuradas de aquel salón. Ese día había salido con el auto de su padre para llegar rápido a su turno en la librería a la tarde noche.
A las corridas se metía en el mismno mientras soltaba la mochila en el asiento trasero.
Con manos temblorosas, re leía nuevamente el mensaje. No decía mucho, a decir verdad, no decía nada más que su nombre. Volvía a revisar el historial de lo que le había mandado entre la madrugada y mañana de ese día.
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— ¿Bill? solo ¿Bill...? ¿Que se supone que diga? — rascaba su cabeza.
Con nerviosismo recordaba las palabras de sus amigos, Gustav había confirmado que volvería y Georg había ordenado que dejará fluir las cosas.
Bueno, estaban fluyendo ¿o no?, con dedos temblorosos tipeaba su respuesta.
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Contestaba inhalando y exhalando de forma exagerada.
«¿Por qué soy tan idiota?»
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