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Tom se encontraba en su oficina con un terrible dolor de cabeza, otra vez. Había tenido dos reuniones que habían sido exitosas, pero de igual forma los correos de voz, los emails y mensajes de texto de su padre, no cesaban ni por un segundo.

Los había ignorado, pero ya estaba colmando su paciencia y Jessica había quedado en pasar para salir a almorzar, pero ya estaba mentalmente arruinado.

Las pastillas no estaban dando resultado en calmar el dolor, estaba demasiado estresado.

El sonido de la puerta lo sacaba de sus pensamientos.

— Adelante. — exclamaba.

Su elegante y jovial esposa entraba con un pequeño frasco de pastillas.

— Las que funcionan. — soltaba depositando el frasco e iba en busca de agua al mini refrigerador que Tom tenía en su oficina.

— ¿Qué haría sin ti? — cuestionaba tomando una pastilla y luego el vaso que la pelinegra le entregaba.

— Deberías volver a que te analicen y dejar de medicarte solo. — respondía con seriedad.

— Es solo estrés Jessie, ya me lo dijeron mil quinientas veces. Solo debo hacer algo que me desestrese para que no se propague en otro tipo de dolor físico.

Jessica asentía.

— Papá te manda saludos y te felicita por la apertura de la escuela pública. — exclamaba relajada.

Su suegro, a pesar de también haber planeado la boda de su hija sin preocupaciones sobre si era amada o no, no era tan rígido como su viejo. Al fin y al cabo su empresa era por poco más grande y con mayores ingresos que la del padre de Jessica.

— Mándale mis agradecimientos.

Jessica asentía y lo miraba como veía su teléfono tan sumergido en este que aún no se levantaba para llegar a la reservación de su almuerzo.

— ¿Alguien interesante robando tu atención? porque nunca te vi mirando el teléfono con una especial sonrisa. — decía dulcemente.

Tom negaba y se levantaba para tomar su abrigo y salir.

— Te contaré en el almuerzo, vamos.

Tomaba a su esposa de la cintura para salir como la hermosa y joven pareja de casados por la que casi todos sus empleados morían de amor.

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— ¡Bill, tengo hambre! — gritaba Gustaba desde su mesa. — ¿Puedes apresurarte?

El pelinegro quería incendiario con la mirada mientras que Georg se reía de ambos.

— Ange, iré a cambiarme. Prepara la bandeja del... ¡imbecil de Gustav! — gritaba para ser oído. — Con mi almuerzo y el de Georg y volveré para llevarlo a la mesa.

— Seguro. — asentía su compañera.

Mientras tanto en los vestidores se
quitaba su ropa de trabajo para luego
correr a cursar en la universidad. Se
sentía agotado y la semana todavía no
terminaba. Encima estaba enojado y
frustrado porque el tal Tom no había
respondido ninguno de sus mensajes—tampoco lo había bloqueado—pero no esperaba ser ignorado así.

«Engreído»

Volviendo en busca de su almuerzo y
el de sus amigos, llegaba a la mesa con
millones de pensamientos e ideas para persuadir al tal Tom y lograr una cita, lo que sea, pero verlo.

Aquel llamado lo había dejado aún más loco e intrigado, había tenido un sueño húmedo con el dueño de aquella voz.

Estaba en una cama y estaba siendo
deliciosamente embestido por un
hombre sin rostro que golpeaba su punto dulce y lo hacía gemir
demasiado. La mejor parte era haber
soñado que aquel hombre era el tal
Tom, hablándole sucio en su oreja sin
dejar de follarlo.

𝙡𝙞́𝙣𝙚𝙖 𝙚𝙨𝙘𝙖𝙧𝙡𝙖𝙩𝙖 ↧✰࿚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora