luto

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Nicolás llegó bastante molesto; su reunión con Kevin no fue fructífera. Aunque sabía que la posibilidad de colaboración del joven mago era muy baja, decidió intentarlo.

—¿Qué tal te fue? —preguntó David, quien tomaba una lata de refresco. 
—Horrible —respondió Nicolás, dejándose caer en el sofá de su sala. 
—Creo que no conseguiste lo que buscabas. 
—Para nada, aunque aún me sorprende su poder. 
—¿Qué poder tiene? 
—Una especie de telequinesis, pero aún no logro entender cómo funciona, incluso la mutación agresiva de Raúl tiene lógica. 
—Espera, ¿qué lógica tiene que un chico de un metro setenta se transforme en una bestia de casi tres metros? ¿De dónde sale la materia para eso? 
—Tenía esa misma duda, así que lo sometí a varios exámenes. Medí todo para estudiar su transformación y descubrí que Raúl puede inhalar todo el oxígeno, pero no exhalarlo. Lo transforma añadiendo material a su cuerpo, volviéndose un monstruo temporalmente. Llamé a esa acción "bioalquimia". 
—Eso no tiene sentido. ¿Cómo puede transformar gas en sólido? 
—De la misma manera que un humano crece con alimentos. Ese tipo de cosas es muy común, pero este chico... Kevin... aún no comprendo su poder. 
—Bueno, yo creo que... —David fue interrumpido por una llamada telefónica. 
—Hola —respondió David, preocupado. 
—David, por favor, ven con Nicolás lo más rápido posible. Mi papá... por favor, ven. 

David colgó el teléfono y le dijo a su amigo: 
—Vámonos, es una emergencia. 

Subieron al auto y tomaron rumbo a la casa de Carolina, que estaba a diez minutos. Al llegar, tocaron la puerta y Carolina, desconsolada, salió a recibirlos. 

—David, mi papá... mi papá acaba de fallecer. Nicolás, ¿tú no puedes hacer nada? 

—Mi sentido pésame, Carolina —dijo Nicolás con una tristeza profunda—. Después de que las células cerebrales mueren, no es posible repararlas. Discúlpame por no haber conseguido la cura para su enfermedad. 

—¿De qué sirve ser tan inteligente —dijo Carolina enojada— si las cosas se te salen de las manos? 

—¡Caro! —reprendió David. 

—Déjala —dijo Nicolás, comprensivo—. Está sumergida en dolor. Solo quiero que sepas que soy inteligente, pero no omnipotente ni omnisciente. Hay cosas que no controlo, y por eso me toma tiempo comprenderlo todo. Soy una máquina de cálculo y probabilidad, pero no soy un dios. Si lo fuera, tu padre seguiría vivo. 

Carolina, arrepentida por su comportamiento, abrazó a Nicolás pidiéndole perdón. Nicolás la consoló junto a su amigo. 

Horas después, estaban todos reunidos en ese día tan oscuro, un diez de diciembre, bajo la lluvia, en el cementerio "Paso a la Eternidad". Estaban Nicolás, Antonio, Raúl e incluso Enrique. Todos vestidos de negro, cubiertos por paraguas. David abrazaba fuertemente a Carolina, quien lloraba inconsolablemente. No era la primera vez que ella soltaba todo su dolor, pero sí era la primera vez que la escuchaban llorar de una forma que parecía desgarrar su alma. Carolina miraba cómo enterraban a su difunto padre y gritaba: 

—Toda mi vida deseaba volver a estar con mi padre y, cuando al fin lo consigo, la vida me lo arrebata. 

Martha, la enfermera del padre de Carolina, la consolaba: 

—Él solo le pedía a Dios que siguieras viva y volvieras a él. Pasar sus últimos momentos contigo lo hizo el hombre más feliz. Créeme, linda, fuiste la más grande bendición de su vida. 

Carolina simplemente lloraba, pero ahora con más calma. Colocó rosas blancas en la tumba. En ese momento, llegó un lujoso coche al entierro, del cual bajaron una mujer y un hombre muy elegantes, ambos con gafas oscuras. La mujer se acercó a la tumba y dijo: 

—Aunque te odiaba, nunca te deseé el mal. Nunca quise verte aquí, Ramón. 

La mujer hablaba con dolor, pero no soltaba lágrimas. Carolina se molestó al oír estos comentarios y, aunque Martha y David intentaron detenerla, se acercó a la mujer y le reclamó: 

—¿Quién se cree usted? No creo que le interesara en lo más mínimo su vida. 

—Querida —respondió la mujer con tono arrogante—, soy su exesposa. 

—¿Exesposa? —se preguntó Carolina, sorprendida—. No puede ser, ¿mamá? 

—¿Mamá? No puedo ser tu madre, porque mi hija... —La mujer hizo una pausa y, retirándose los anteojos, miró a la chica asombrada—. ¿Carolina? ¡Estás viva! 

La mujer cubrió su boca y las lágrimas salieron de sus ojos. Intentó abrazar a Carolina, pero ella la rechazó, gritándole: 

—¡Lo dejaste solo! ¡Dejaste solo a papá! 

—Hija, él te dejó perder... 

—Él intentó protegerme y le dispararon. Sufrió por mí tanto como tú. Hizo todo lo posible por cuidarme y tú lo abandonaste. He sufrido toda mi vida. Conozco la maldad de las personas y he visto lo que un corazón oscuro puede llegar a hacer, pero abandonar a una persona que te ama cuando está sufriendo, eso simplemente no se hace. 

—Caro, hija, lo siento... 

—Ya es tarde para sentirlo. Ni siquiera te preocupaste cuando se le diagnosticó cáncer. Y dime, ¿quién es este tipo? —dijo Carolina mientras señalaba al hombre a su lado. 

—Él... es mi actual esposo. Se llama Javier. 

—Grandioso. Por lo que veo, es joven y tiene dinero. ¿Con eso pagaste todas tus operaciones? Porque ya no te reconozco con tanto silicón encima. 

La mujer solo podía llorar ante Carolina, sin poder refutar ninguna palabra. 

—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —reclamó Carolina. 

—¿Para qué quieres saber eso? —respondió su madre. 

—Se lo preguntaba a tu esposo modelo. 

El hombre respondió fríamente: 

—Ocho años. 

—¿Ocho años? —le preguntó Carolina a su madre—. En serio, no esperaste nada para abandonar a papá. Mientras él sufría, tú te revolcabas con tu modelo. 

La mujer, furiosa, cacheteó a Carolina. 

—No permitiré que me faltes al respeto. Aún soy tu madre. 

Carolina, sobándose la mejilla, la miró y le respondió: 

—No. El día que abandonaste a papá, me abandonaste a mí. Tú no eres mi madre. 

Carolina regresó con David y le dijo: 

—Estoy lista para combatir este asqueroso mundo a tu lado. 

David, después de ver la actitud de Carolina con su madre y su ira contenida, le preguntó: 

—¿Estás segura? 

—Ya no tengo nada que perder.

—Ya no tengo nada que perder

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