Epílogo

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La pelinegra se quedó inmóvil, mirando la pantalla de su teléfono, donde aparecía la imagen de Christopher y Bill

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La pelinegra se quedó inmóvil, mirando la pantalla de su teléfono, donde aparecía la imagen de Christopher y Bill. Los dos sonreían como si nada malo pudiera suceder, como si el frío no existiera y solo quedara el calor de una risa compartida.

Parecían dos tontos enamorados, absortos en su propio mundo. Esa imagen le arrancó una sonrisa melancólica, pero también le oprimió el pecho. Dos meses lejos de ellos parecían una eternidad. Cómo Christopher lo mencionó, ambos se terminaron mudando a Los Ángeles.

Por su parte, Tessa y Georg se habían marchado a Francia, junto a Gustav, dejando atrás la promesa de regresar, aunque eso tardaría en suceder. Era casi como si la distancia les hubiese dado una nueva libertad, un respiro en medio de toda la locura.

¿Dalena y Matt?... ellos simplemente desaparecieron. Ni una despedida, ni una pista de su paradero. Solo se esfumaron. Kristen y Gaby, en cambio, fingieron con descaro. Se comportaban como si fueran dos chicas perfectas, libres de culpas, tratando de convencerse a sí mismas de que podían vivir sin odio. O al menos, eso intentaban.

Alessandra suspiró mientras sus dedos se deslizaban suavemente por la pantalla. Estaba sumergida en sus pensamientos, en esa nostalgia que la embargaba cada vez que pensaba en lo lejos que estaban todos. Pero entonces, la sonrisa de su amado apareció en el reflejo de la pantalla, sacándola de ese trance.

Alzó la vista, y ahí estaba él, observándola con esa mirada que siempre lograba desarmarla. Una sonrisa coqueta se dibujó en sus labios mientras extendía su mano hacia ella, con ese gesto tan característico que solo él tenía.

—¿Me daría el honor de bailar con usted, señorita Kaulitz?—le preguntó suavemente, con su voz cargada de una ternura que le robó un suspiró a la chica.

Ella sonrió, sintiendo cómo su corazón daba un vuelco. Ese simple gesto, esa pregunta tan sencilla, pero a la vez tan significativa. Habían esperado tanto tiempo por ese momento, por ese baile. Sin dudarlo, tomó su mano, entrelazando sus dedos con los suyos, y se levantó, dejando atrás la nostalgia.

Tom tomó suavemente la mano de pelinegra y la guió hacia el centro de la pista. La música suave y envolvente llenaba el ambiente, como una brisa cálida que los arrastraba hacia un mar de recuerdos. Él deslizó una mano con firmeza y cuidado por su cintura, acercándola con esa naturalidad que siempre había tenido.

Alessandra, sin pensarlo, entrelazó sus manos alrededor de su cuello, dejando que sus dedos se acomodaran en su nuca, mientras sus cuerpos se balanceaban al ritmo de la melodía. Sus miradas se encontraron, y la música, aunque suave, se convirtió en el único sonido necesario. No necesitaban palabras. Ese momento era un regreso a aquellos días en los que todo parecía más simple, cuando eran unos niños.

Alessandra sonrió al recordar a ese pequeño rastudo, que en su inocencia, la sacaba a bailar solo para estar cerca de ella, aunque no supiera realmente cómo hacerlo. Tom estaba profundamente enamorado de aquella rubia mucho antes de que ella cayera en el mismo encanto del amor.

𝔸𝕡𝕒𝕣𝕚𝕖𝕟𝕔𝕚𝕒𝕤 𝕀𝕀 ; 𝕋𝕠𝕞 𝕂𝕒𝕦𝕝𝕚𝕥𝕫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora