Capítulo 30

1.5K 133 94
                                    

Narrador Perspectiva enemiga

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Narrador
Perspectiva enemiga



La rubia empujó la puerta con un crujido agudo, revelando el interior de la habitación vieja y sucia. Las paredes, ennegrecidas por el moho y la humedad, apenas retenían restos de un papel tapiz que alguna vez fue colorido. El aire estaba cargado con el olor rancio del polvo acumulado, mezclado con algo metálico y desagradable.

Escombros de lo que parecía ser un viejo mueble estaban esparcidos por el suelo, entremezclados con trozos de madera podrida y pedazos de vidrio roto. Avanzó con pasos seguros, sus tacones resonaban sobre el suelo de concreto cubierto de suciedad. Al llegar al centro de la habitación, donde una tenue luz se filtraba a través de una ventana rota, se detuvo.

Allí, en el suelo frío y húmedo, estaba Helena. Sus manos y pies se encontraban atados con fuerza, las cuerdas mordiendo su piel, y su rostro mostraba una mezcla de vulnerabilidad y desesperación. Bianca, con una sonrisa cruel que no llegaba a sus ojos, se acuclilló lentamente frente a la chica.

La rubia tomó su barbilla con una fuerza que rodeaba lo doloroso, obligándola a levantar la cabeza. Helena intentó apartar la mirada, pero la mano de Bianca la sujetó con firmeza, forzándola a enfrentar esos ojos fríos y carentes de compasión.

—Casi un mes desde tu secuestró y tus amigos siguen sin aparecer, Helenita. Dime, ¿sigues creyendo que vendrán a buscarte? ¿A ti? ¿A la hermana de Luc?.—Bianca dejó que su sonrisa cínica se ensanchara mientras sus ojos recorrían lentamente la figura delgada de Helena. La castaña, apenas cubierta por una desgastada ropa interior, tenía la piel marcada por la suciedad y las heridas recientes.—Por cierto, Tom se encargó de colgar su cabeza cerca de nuestra vieja base. ¿Qué te puedo decir? Es una lastima que tu hermano muriera.

La risa de Bianca se convirtió en un sonido resonante y cruel que llenó la habitación. Su risa era cortante, cargada de un deleite malicioso que hacía eco en las paredes sucias y agrietadas. Helena apretó los labios con fuerza, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. No podía dejar que la rubia la viera derrumbarse, no después de todo lo que había soportado.

Los pensamientos de la castaña volaron hacia su hermano, el monstruo sin corazón que había desatado una gran parte de ese infierno. A pesar de lo que se había convertido, Luc era su familia. Durante su niñez, había sido una figura protectora, pero la oscuridad se había apoderado de él, consumiéndolo lentamente hasta que ya no quedó rastro del joven que llegó a ser con su familia.

Helena sintió un vacío helado asentarse en su pecho mientras la verdad se hacía más clara dentro de su cabeza: estaba completamente sola. Su madre ya no se encontraba viva, y su hermano tampoco. Todo había comenzado y terminado con la misma asociación, la corte.

Duele, duele como un jodido veneno que te quema por dentro y se extiende en tu torrente, ¿cierto? Aunque no lo creas, puedo entenderte perfectamente en este momento.—La rubia deslizó sus dedos por el pómulo de la chica mientras dejaba de reír. Aquella manera de cambiar de tono era... atemorizante.—El destino nos quiso tener aquí por alguna razón, Helena... recordemos que éramos las chicas más débiles de nuestra familia... pero de alguna manera hemos sobrevivido.

𝔸𝕡𝕒𝕣𝕚𝕖𝕟𝕔𝕚𝕒𝕤 𝕀𝕀 ; 𝕋𝕠𝕞 𝕂𝕒𝕦𝕝𝕚𝕥𝕫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora