A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a asomarse por las ventanas. Lucía estaba sentada a la mesa de la cocina, aún en pijama, con una taza de chocolate caliente en las manos. Aunque el ambiente estaba tranquilo, sus pensamientos seguían inquietos, recordando la cena de la noche anterior.
El sonido de los tacones de su madre bajando por las escaleras la sacó de sus pensamientos. Altagracia, impecablemente vestida, como de costumbre, se acercó con su habitual porte de elegancia, pero algo en su expresión parecía más relajado.
—Buenos días, Lu—dijo Altagracia, sirviéndose una taza de café—. ¿Cómo dormiste?
Lucía la miró, sorprendida por el tono suave en su voz. Normalmente, sus conversaciones matutinas eran rápidas, como si Altagracia siempre estuviera apurada.
—Bien, creo —respondió Lucía—. Fue... diferente. Me gustó la cena de anoche.
—A mí también —admitió Altagracia, lo que sorprendió aún más a su hija—. No hacemos eso muy seguido. Y es algo que quiero cambiar.
Altagracia se sentó frente a ella, algo poco común en sus mañanas usualmente agitadas. Había una suavidad en su rostro que Lucía no recordaba haber visto antes.
—Sé que no ha sido fácil para ti, Lu —dijo Altagracia después de un breve silencio—. Te he hecho demasiado daño y soy consciente de que con una salida o con palabras bonitas no olvidarás todo lo que te he hecho sufrir, pero como te dije antes, quiero que las cosas cambien entre nosotras — tomé su mano y la entrelacé con la mía — quiero ser esa madre que por tantos años me negué a serlo por idiota, por no ver lo hermosa que eres, lo angelical de tu voz cuando hablas, cómo mueves tus pestañas cuando estás nerviosa, como tu hoyuelos se notan cada que ríes.
Lucía sintió un nudo en la garganta mientras su madre hablaba. Las palabras de Altagracia la tocaban de una manera que no esperaba. En ese instante, el resentimiento que había acumulado durante años se entrelazaba con una mezcla de vulnerabilidad y esperanza.
—No tienes que... —comenzó a decir, pero Altagracia la interrumpió.
—Déjame terminar, por favor. He sido ciega ante lo que realmente eres y he estado tan atrapada en mis propios problemas que no he estado presente para ti. Me doy cuenta de que eso no se soluciona con solo palabras bonitas, pero quiero que empecemos a construir algo nuevo. Quiero conocerte de verdad.
—No sé si será fácil. Hay mucho que sanar —respondió, sintiendo que su voz temblaba un poco—. Pero creo que podríamos intentarlo.
—Me alegra oír eso, Lu. Esta tarde podemos ir de shopping, elegir un par de cosas y, si te parece bien, tal vez cenar en algún lugar de la ciudad.
—Me parece bien —dijo, sonriendo levemente—.
Justo en ese momento, el sonido del teléfono de Altagracia interrumpió su conversación.
—Lu, tengo una reunión en la empresa que no puedo posponer —dijo, mientras se ponía de pie y comenzaba a arreglarse—. Pero te prometo que esta tarde iremos de compras, como lo planeamos.
Lucía sintió una mezcla de decepción y comprensión.
—Está bien. Espero que la reunión vaya bien.
—Gracias, cariño. Te veo más tarde, ¿de acuerdo?
Altagracia le dio un beso rápido en la frente y salió apresurada de la cocina, dejando a Lucía sola con sus pensamientos.
Cuando llegó a la empresa, todo el personal ya estaba en movimiento. Tania, su eficiente secretaria, la recibió con una carpeta llena de documentos y una lista de reuniones programadas para ese día. Altagracia respiró hondo, tratando de ignorar el ligero mareo que comenzaba a sentir.

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El pasado. Tú y yo.
FanfictionUna mujer ultrajada, triste, melancólica y con un pasado oscuro, Una niña herida, ¿Podrán sanar y iniciar una vida lejos de todo lo malo que arrastran? Averígualo.