Un día cualquiera.

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Altagracia despertó con los primeros rayos del sol filtrándose suavemente a través de las cortinas. Por un instante, la paz la envolvía. José Luis estaba a su lado, su respiración profunda y calmada. Sus cuerpos, acurrucados bajo las sábanas, se entrelazaban como hacía mucho tiempo no lo hacían. La sensación de cercanía, después de varios días de distancia emocional, le trajo una mezcla de nostalgia y alivio.

José Luis se movió ligeramente, sintiendo la calidez de su esposa junto a él. Sin abrir los ojos, deslizó un brazo alrededor de su cintura, atrayéndola aún más cerca. Altagracia cerró los ojos, queriendo aferrarse a este instante de calma, de normalidad, como si pudiera congelar el tiempo.

José Luis entreabrió los ojos, aún somnoliento, y con una sonrisa adormilada, la miró. —Buenos días —murmuró con voz gruesa y varonil, en un tono lleno de cariño.

—Buenos días —respondió Altagracia, devolviéndole la sonrisa, una expresión genuina que rara vez dejaba ver.

Ambos permanecieron en silencio por un rato, disfrutando de la calidez del otro, sin palabras que interrumpieran la paz. Altagracia no recordaba la última vez que se sentía así, en paz, en los brazos de su amado.

—Te extrañé —dijo él en un susurro, apoyando su frente contra la de ella.

Altagracia suspiró, cerrando los ojos. —Yo también... —su voz tembló apenas, dejando entrever una vulnerabilidad que pocas veces mostraba.

José Luis acarició su mejilla, estudiando cada línea de su rostro. A pesar de todo lo que habían pasado, aún la amaba profundamente. Sin embargo, no podía ignorar los secretos que aún existían entre ellos, ni el dolor que había visto en Lucía.

José Luis acercó sus labios a los de Altagracia, y el beso que compartieron fue lento, profundo, como si ambos intentaran recuperar lo perdido. Por un instante, Altagracia se dejó llevar por el calor de ese contacto, por la familiaridad de los labios de su esposo, y una chispa de deseo que no había sentido en mucho tiempo encendió su interior.

Sin embargo, en medio de ese momento íntimo, una sensación extraña comenzó a invadirla. Un mareo repentino la golpeó, y sus entrañas parecieron retorcerse. Las náuseas llegaron como una ola incontrolable que subía desde lo más profundo de su estómago, haciéndola apartarse abruptamente de José Luis.

—¿Qué pasa? —preguntó él, preocupado, mientras la veía alejarse de su abrazo.

Altagracia se llevó una mano a la boca, su respiración se aceleraba, y por un momento pensó que podría controlarlo, pero no fue así. Saltó de la cama, tambaleante, y corrió al baño sin decir una palabra. José Luis se levantó de inmediato, siguiéndola con la mirada llena de inquietud.

En el baño, Altagracia apenas alcanzó a inclinarse sobre el inodoro antes de que las náuseas se convirtieran en vómito. El sudor perlaba su frente, y su cuerpo temblaba mientras se aferraba al borde del lavabo. La sensación de malestar era tan intensa que le costaba pensar en otra cosa más allá de lo físico.

José Luis llegó a la puerta, la encontró con el rostro pálido, claramente afectada. —Altagracia... —murmuró suavemente, temiendo que algo grave estuviera ocurriendo. Sabía que últimamente ella no estaba bien, pero no esperaba verla en ese estado.

Altagracia se enjuagó la boca rápidamente, intentando recuperar la compostura, pero sus manos temblaban y su corazón seguía latiendo con fuerza. —Estoy bien —dijo en un tono apenas audible, aunque ambos sabían que no era verdad. Ella también lo sabía, pero no quería admitirlo. No frente a José Luis, no ahora que las cosas entre ellos parecían estar mejorando, aunque fuese de manera temporal.

El pasado. Tú y yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora