CUATRO

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JUNGKOOK

Jungkook se tomó su tercer ron con coca-cola en la mitad de horas, intentando que el alcohol le sacudiera la depresión que se había apoderado de él.

Su obsesión no amainaba. En absoluto. En todo caso, se profundizaba. Empeoraba. No podía mantenerse alejado de esa maldita cafetería. Es más, aquella mañana había cruzado aquella maldita puerta tintineante y Jin no estaba en el mostrador, Jungkook había tenido que luchar contra la decepción más inoportuna y desgarradora ante aquel hecho.

Y, obviamente, Jin no trabajaría todos los días, pero hasta ese momento había parecido vivir básicamente en el maldito local y las entrañas de Jungkook -su corazón- no habían estado preparadas para su ausencia.

Había hecho que Jungkook entrara en una especie de... espiral lamentable.

¿Qué carajos hacía él aquí? Mirando a un pequeño camarero alienígena que saludaba a todo bicho viviente y tenía cero conciencias sociales, sobre todo a la hora de coquetear. Que era increíblemente ingenuo o extremadamente diabólico por la forma en que tenía a Jungkook colgado de la polla sin que se hubieran tocado ni una sola vez.

¿Qué esperaba conseguir Jungkook? ¿Una lenta seducción a través de pedidos de café cada vez más complicados?

Y luego estaba el amigo de Jin. Su amigo del otro día. Nunca antes Jungkook se había sentido tan intimidado por una cara tan bonita. No por la belleza en sí. Había una cierta... amenaza bajo esa extraña sonrisa. Jungkook había pasado suficiente tiempo rodeado de desquiciados como para reconocerlo. Podía sentirlo.

¿Y qué más podía sentir? Putos celos, eso era. Ardiendo en su pecho. ¿Por qué Jin había saludado al tipo de esa forma, con una sonrisa tan cálida y radiante? Y bueno, sí, Jin saludaba a todo el mundo con una sonrisa cálida y radiante. Pero había familiaridad, eso era seguro. Y el tipo, Hoseok, se había quedado en el mostrador. Se había quedado. Y había hecho que Jin se sonrojara, con aquellas mejillas pálidas y adorablemente sonrosadas.

¿Qué había estado diciendo para que Jin se sonrojara? ¿Qué tenía que hacer Jungkook para conseguir el mismo efecto?

Jungkook se sobresaltó cuando el camarero apareció frente a él, agitando el vaso de Jungkook, ahora vacío, haciendo sonar el hielo restante.

—¿Otra?

Jungkook asintió con un gruñido.

—Por favor.

Fue una mala idea. Aquella noche se había saltado la cena y las copas que había bebido se le habían subido a la cabeza. Pero, ¿qué importaba de todos modos? No era más que un fantasma en esta ciudad. No tenía futuro, ni contactos, ni otro propósito que acechar al pobre camarero que le había llamado la atención. ¿Qué importaba si Jungkook se emborrachaba esta noche? ¿Si se emborrachaba todas las noches? ¿A quién coño le importaría?

—A nadie —murmuró, mirando el posavasos empapado que le habían dejado adelante—. Nadie.

—¿Qué ha sido eso? —la mujer del taburete de al lado se inclinó hacia él, con voz ronca.

Jungkook no apartó la vista de su posavasos, luchando contra el impulso de fruncir el ceño ante su vecina. Ella había elegido el asiento de al lado, a pesar de que había muchos taburetes libres en la barra y estaba sentada demasiado cerca, rozándole el pecho con el brazo de vez en cuando, lo que empezaba a molestarle de sobremanera. Intentaba meditar, el perfume de ella olía a flores y le estaba quitando el aroma a menta que de alguna manera aún permanecía en sus fosas nasales, un día entero sin ningún contacto con Jin.

—Nada —refunfuñó—. No estaba hablando contigo.

Hizo un gesto de agradecimiento cuando el camarero le puso otro vaso delante, ignorando el gruñido molesto de su vecina.

MI PEQUEÑO VAMPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora