OCHO

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JIN

No fue hasta que Jin llegó a casa y empezó a dibujar, sentado con las piernas cruzadas en el suelo del salón, con el lápiz dibujando un rostro femenino demasiado familiar, que los malos pensamientos y sentimientos volvieron a aflorar.

Pensó en la ira de Hoseok hacia su creadora, su clara irritación con él por su incapacidad para renunciar a ella.

Sin embargo, Jin no podía evitar sentir que era un poco injusto. Él y Hoseok eran diferentes en ese sentido; siempre lo habían sido. Puede que se criaran en la misma guarida tóxica, que les enseñaran las mismas lecciones: obedece a tu creador, los humanos son ganado, ningún vampiro sale solo al mundo exterior. Pero Hoseok había sido valiente, siempre lo había sido y había escapado de todos modos.

Es cierto que el creador de Hoseok había sido definitivamente el tipo de vampiro del que había que huir; Hendrick había sido mucho más cruel, más violento físicamente y más agresivo que Vee. Y había querido ciertas cosas de Hoseok que Vee nunca había querido de Jin. Vee había querido un... sirviente, suponía Jin. Y no del tipo sexual. Alguien que mantuviera las cosas limpias, ordenadas y pusiera buena cara a las visitas. Alguien que le hiciera compañía -leyendo en silencio o tocando los conciertos de piano que ella le había enseñado- durante las largas y frías noches. Alguien que nunca le contestara, nunca la contradijera y nunca pareciera sucio, descuidado o salvaje. Y mientras él hubiera hecho todas esas cosas a la perfección, ella había sido... amable. No le había gritado ni pegado. A veces incluso le había abrazado o elogiado cuando había hecho un trabajo especialmente bueno. Esos eran los mejores momentos,

Y si él no había hecho todas esas cosas absolutamente perfectas, entonces Jin había sido simplemente... dejado solo.

Lo que no era tan malo, ¿verdad? No comparado con lo que Hoseok había pasado, eso era seguro.

Encerrado en una habitación solo durante horas o días, sin nada que mirar o con lo que jugar o leer. Podría haber sido peor. Jin había aprendido a pasar el tiempo en su cabeza. A veces seguía haciéndolo, incluso sin querer. A veces perdía horas así.

Pero no le ocurría cuando estaba rodeado de gente.

El lápiz de Jin se detuvo. Sentía la garganta espesa, como si le costara tragar. Deseó no estar solo ahora. Deseó...

Quería llamar a Jungkook, pedirle al humano que lo distrajera con su buen olor y sus bonitas manos. Pero llamar a alguien en mitad de la noche, solo porque se sentía solo... eso era para los novios, ¿no? Jungkook no era el novio de Jin.

Él nunca iba a tener novio, ¿verdad?

Jin volvió a clavar el lápiz en el papel, repasando las líneas familiares, con un calor furioso e hirviente llenándole las entrañas. No debería importarle estar solo. Debería ser capaz de ser valiente. Debería poder levantar la voz en la mesa sin sentir que necesita ser castigado.

Jin lo intentó, intentó pronunciar las palabras en voz alta.

—Maldita Veronique —lo intentó de nuevo, poniendo tanto rencor y malicia como pudo en las palabras—. Maldita Veronique.

No fue suficiente.

Garabateó sobre su dibujo, tachando los ojos con trazos gruesos y repetidos. Convirtió toda la página en una masa de lodo gris—negro, luego la arrugó en una pequeña bola y la arrojó contra la pared. Maldita Veronique.

Empezó con un nuevo papel, una nueva cara. Una nariz larga y recta. Ojos bonitos con tantos colores diferentes, ninguno de los cuales Jin podía captar con un simple lápiz, pero sí la bondad que había en ellos. La forma en que ese ceño severo se volvía suave sólo para Jin. Las pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos cuando le sonreían, diciéndole que era bueno, perfecto y hermoso.

MI PEQUEÑO VAMPIRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora