Capítulo 35

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Estuvo en el hospital una semana más, antes de que consideraran que Rebecca estaba lo suficientemente sana como para irse, siempre y cuando estuviera en estricto reposo en cama durante unas semanas más, mientras se recuperaba de su neumonía. Lo peor había pasado, y estaba tan estable como podría estar. Freen la visitó todos los días durante esa semana, quedándose hasta que Nun se iba por la noche, pasando el tiempo entre las horas de visita leyendo en la cafetería. No hablaron de su pelea ni del libro, después de que Freen le explicara a Rebecca en voz baja que quería que se concentrara en mejorar primero. Aunque no serviría de nada seguir posponiéndolo y, tal vez, era cobardía de su parte, pero sus intenciones eran puras.

Rebecca todavía tomaba antibióticos, pero ya no le daban analgésicos fuertes. Eso trajo otra ronda de problemas. Con la morfina y otros medicamentos, era fácil ver por qué sus pensamientos estaban tan confusos e inconexos, por qué su memoria tenía pequeñas lagunas y sus frases quedaban incompletas. Pero, sin nada más que pastillas para aliviar sus dolores leves, algunos de sus peores temores se hicieron realidad. Aunque Rebecca podía leer braille, lo hacía más lento que antes, y si bien caminaba con facilidad, sus movimientos eran algo torpes. Nadie dijo nada, pero el temor de que las secuelas pudieran ser permanentes estaba presente.

De cualquier manera, hubo una sensación colectiva de alivio el día que sacaron a Rebecca del hospital. La envolvieron en varias capas y la llevaron rápidamente al auto, donde Irin estaba esperando con la calefacción encendida, preocupadas de que Rebecca estuviera afuera, aunque el clima fuera templado. Rebecca se dejó abrochar el cinturón en silencio y tan pronto como Freen guardó su bolso en el maletero, se subió a su lado. La radio emitía música suave, e Irin, desde el espejo retrovisor, intercambió una mirada preocupada con Freen, quien le devolvió una sonrisa tranquilizadora.

El trayecto hasta la casa de Rebecca fue breve. Al llegar, Irin tomó la bolsa mientras Freen ayudaba a Rebecca a salir del coche, aunque Rebecca, con cierta irritación, insistía en que no necesitaba ayuda. Su equilibrio no era perfecto, pero Freen sabía que no debía imponerle su ayuda. Aun así, se mantuvo cerca, nerviosa, agitando las manos como si esperara que Rebecca tropezara o cayera en cualquier momento. Le habría molestado mucho si lo hubiera visto.

Después de varios minutos, Rebecca llegó a los escalones de la entrada, donde Irin ya había abierto la puerta. Freen podía oír las voces de Noey y Andy en el interior. Subiendo lentamente los escalones de madera, Freen esperó a Rebecca y aguardó el sonido de pasos cruzando el porche. Pero en cambio, vio a Rebecca parada, con los ojos cerrados mientras se balanceaba ligeramente.

-Deberíamos entrar antes de que te enfríes -sugirió Freen, vacilante.

-No soy frágil, Freen -respondió Rebecca con irritación-. Solo será un momento. Es que... huele a casa. Y a primavera.

Después de un suspiro, Rebecca finalmente entró en la casa, seguida de cerca por Freen, quien cerró la puerta tras ellas y se quitó el abrigo. Observó cómo Rebecca hacía lo mismo, pero cuando intentó quitarse las botas perdió el equilibrio y casi cayó, aunque Freen la sostuvo antes de que llegara al suelo.

-Déjame ayudarte...

-Estoy bien -Rebecca la apartó, y sus manos temblorosas se dirigieron a sus zapatos.

Su brazo enyesado complicaba la tarea y Freen, agachada frente a ella, percibía la molestia en los ojos Rebecca. Lentamente, con un aire de vergonzosa derrota, Rebecca estiró una pierna y Freen, sin ningún comentario, le quitó ambos zapatos y los colocó debajo de la fila de ganchos que sostenían una variedad desordenada de abrigos.

Rebecca ya estaba de pie cuando Andy llegó corriendo por el pasillo y rodeó su cintura con los brazos.

-¡Rebecca!

Siempre nos hallamos en el mar  | FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora