Capítulo 8

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El sonido del piano se interrumpió y los ojos de Freen se abrieron, parpadeando en la penumbra de la noche mientras su vista se adaptaba al color índigo azulado del cielo, con apenas un pequeño destello de luz amarilla donde el cielo se unía a las olas ondulantes, el agua brillando ligeramente bajo los últimos rayos de sol. Sintiéndose relajada, Freen se puso de pie, gimiendo por la rigidez que se había apoderado de sus articulaciones al sentarse en la arena, que se había enfriado bajo ella pues permaneció mucho más tiempo del que pretendía. Sacudiéndose la arena adherida a su ropa, giró los hombros y se detuvo ante el zumbido en el bolsillo de sus leggins, sacó su teléfono y miró el número desconocido.

Freen lo deslizó para contestar y vaciló un poco.

─ ¿Hola?

─ ¿Sigues afuera de mi casa?

─ ¿Rebecca?

─ Suenas insegura. ¿También merodeas afuera de las casas de los demás? Creía que yo era especial ─ la voz divertida de Rebecca llegó al otro lado de la línea y Freen dejó escapar una risa ─ ¿En qué andas?

─ Bueno, estaba escuchando a alguien tocar el piano de manera espantosa, pero ahora se detuvo, gracias a dios ─ respondió Freen, con una sonrisa jugando en sus labios mientras se giraba para mirar los árboles sombríos a sus espaldas.

Rebecca soltó una carcajada.

─ Es una pena. Estoy segura de que le hubiera encantado preguntarte si querías entrar. Incluso podría haberte preparado una taza de café.

─ ¿Ah sí? ¿Y cuánto va a costar?

─ No demasiado... quizá una historia.

Sonriendo mientras trepaba por las dunas de arena, Freen se abrió paso entre los oscuros pilares de los árboles, atenta a las raíces y a las matas de musgo y hiedra, con el teléfono pegado a la oreja.

─Hm, bueno, eso parece un trato justo. ¿Estaría bien si voy a la puerta trasera?

─ Por supuesto. Te veré en un momento.

La línea se cortó y Freen sonrió al guardar su teléfono en el bolsillo, una sensación cálida creciendo en su estómago mientras se agachaba debajo de una rama baja y caminaba entre la hierba hasta la cintura, formas indistinguibles superadas por la naturaleza en el descuidado jardín. Freen avanzó en silencio, sus pasos resonaron en los escalones del porche trasero y escuchó el ruido de una cadena al acercarse a la puerta. La cálida sensación se convirtió en un suave aleteo, una sensación de leve excitación que se gestaba ante la anticipación de volver a ver a Rebecca. Solo habían pasado unos días, pero cada interacción con ella dejaba a Freen sintiéndose mareada y fascinada, sin saber cuándo y dónde volvería a verla, o qué giro brusco tomaría su conversación la próxima vez. La puerta trasera, con su pintura blanca desprendiéndose de la madera por la constante brisa salada que llegaba desde el océano, no tardó en abrirse con un chirrido, y Freen entrecerró ligeramente los ojos en la oscuridad, la silueta de alguien moviéndose apenas era visible en el interior.

─ Hola ─ murmuró Freen, con una lenta sonrisa curvándole los labios.

El sonido de Rebecca alejándose de la puerta llegó a los oídos de Freen, y ella cambió el cielo que se oscurecía rápidamente y el aire fresco y salado por la negrura con aroma a vainilla de la cocina de Rebecca. Justo antes de que la puerta se cerrara detrás de ella, Freen captó el brillo de la luz que se reflejaba en las ollas que colgaban sobre la estufa y la breve iluminación del rostro pálido de Rebecca, con una mirada suave mientras miraba a ciegas la barbilla de Freen.

─ Hola ─ la saludó Rebecca, haciendo una leve pausa mientras cerraba la puerta, sumiéndolas en la oscuridad ─. Luces.

─ En marcha ─ dijo Freen rápidamente, deslizándose por el suelo de baldosas y accionando el interruptor, dando un pequeño brinco cuando se giró y encontró a Rebecca pasando silenciosamente junto a ella, con los ojos desenfocados mientras se movía hacia la encimera de la cocina.

Siempre nos hallamos en el mar  | FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora