Capítulo 34

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La dejaron salir del hospital al día siguiente bajo estrictas órdenes de su médico y de Nun de que descansara en casa y no se esforzara demasiado. Freen inmediatamente trató de colarse en la habitación de Rebecca, intentando negociar con Nun, quien insistió en que debía mantener las distancias hasta que sus sistemas inmunológicos se recuperaran. Freen no se preocupaba mucho por sí misma, burlándose del leve resfriado, pero se resignó a mantenerse alejada de Rebecca, especialmente por la neumonía. Lo máximo que se le permitió fue una visita rápida y furtiva, cortesía de su enfermera, quien la llevó en silla de ruedas a la habitación de Rebecca para asegurarse de que estaba bien. Rebecca dormía cuando Freen estuvo allí, su cabello castaño lacio y enredado sobre las almohadas, su piel casi traslúcida por la palidez. Respiraba con dificultad, pero su pulso se mantenía estable en el monitor cardíaco. Freen fue dada de alta con la tranquilidad de que Rebecca estaba bien.

Aun así, cuando Noey la llevó a casa, Freen sintió el peso miserable de extrañar a Rebecca. Ese sentimiento se estaba volviendo demasiado familiar. Pasó de estar prácticamente todos los días con Rebecca, de escucharla tocar felizmente el piano en la seguridad de su hogar cuando no estaban juntas, a apenas verla unos minutos tras su discusión. Le preocupaba que algo malo sucediera y que ella no estuviera allí. Sabía que Nun la cuidaría, pero no podía evitar preocuparse. Era lo único que había hecho durante días.

Su estado de ánimo empeoró cuando la dejaron sola. Noey insistió en que durmiera, le llevó unas pastillas para dormir y una taza de té, dejándola descansar. Freen no tomó las pastillas, pero bebió el té en la calidez de su habitación compartida, cubierta con su vieja manta, mientras escuchaba los sonidos de Noey en el piso de abajo. Los platos tintineaban, la lavadora empezaba a funcionar, y Freen se quedó mirando los estantes llenos de recuerdos de su infancia. Había trofeos de fútbol, cintas de atletismo, fotos de ella y Noey abrazándose cuando empezaron a llevarse bien, y una ordenada fila de libros de bolsillo que había traído consigo. Siempre había pensado que su dormitorio era acogedor, con sus tonos suaves, el olor a madera vieja y el persistente aroma a sal del mar. Pero sentada allí sola, todo aquello le producía náuseas, Freen no quería estar ahí. Debería estar junto a la cama de Rebecca, contándole historias.

Sin embargo, la idea de más historias le revolvió el estómago. Se levantó de la cama hacia la bolsa que trajeron del hospital. Hizo una mueca al arrodillarse para sacar su laptop. Sentada en el frío suelo de madera, borró enfadada todos los archivos relacionados con su novela, vació la papelera con un fuerte clic, sus ojos llenos de lágrimas de ira ante su propia estupidez. El amargo sabor del arrepentimiento llenó su boca mientras pensaba en cómo pudo arruinarlo todo. No estaba segura de cuál el estado de su relación con Rebecca (no habían tenido la oportunidad de hablar adecuadamente y sabía que no lo harían hasta que Rebecca estuviera más estable), y sentía que caminaba sobre cáscaras de huevo, esperando saber si su relación era salvable. No era un pensamiento reconfortante.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó sorprendida Noey desde la puerta. Freen levantó la vista, una expresión de culpa cruzando su rostro mientras dejaba su computadora a un lado. —Se supone que debes estar descansando.

—Solo... borraba algo.

—Levántate del suelo —dijo Noey, entrando en la habitación y agachándose para ayudarla —. Mamá me matará si cree que no te hago descansar. Además podrías empeorar. Vamos, vuelve a la cama.

Freen se dejó levantar, mordiéndose el interior de la mejilla y aguantando el quejido de dolor. Acomodándose bajo las sábanas, siguió la mirada de Noey hasta las pastillas en su mesa de noche.

—No quiero dormir. Aún no.

Asintiendo, Noey se pasó una mano por su pelo corto, caminó hacia su propia cama y levantó las rodillas hacia el pecho.

Siempre nos hallamos en el mar  | FreenbeckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora