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Después de aquel tenso encuentro en el café, las cosas entre Chiara y yo habían quedado en un punto muerto. No volvimos a hablar sobre "nosotras", y aunque me moría por sacar el tema de nuevo, no sabía cómo hacerlo sin que pareciera que estaba insistiendo en algo que quizá ni siquiera existía. La semana siguió avanzando, con más entrenamientos, más partidos y más tiempo sin resolver lo que había quedado pendiente entre nosotras.

Era viernes por la tarde, después de un largo día de entrenamiento, cuando recibí un mensaje de **Patricia**, una de mis compañeras del equipo, invitándome a salir esa noche. Al parecer, algunas de las chicas habían decidido salir a relajarse antes del partido del domingo. Dudé por un segundo, pero pensé que quizás una salida me ayudaría a despejar la mente.

––Te animas, Vio? –me había escrito Patricia–. Vamos todas, menos Chiara, claro.

Esa última parte del mensaje me hizo soltar un suspiro. ¿Habían notado lo mal que estaban las cosas entre nosotras? Estaba claro que sí, porque Chiara parecía ausente en todos los planes del equipo últimamente.

Decidí que necesitaba un respiro de toda la tensión y respondí que me apuntaba. Esa noche me arreglé, decidida a dejar de lado las preocupaciones y simplemente divertirme con las chicas. Cuando llegué al bar donde habíamos quedado, el ambiente era completamente diferente al de los últimos días en el campo de fútbol. Risas, música, y varias compañeras ya con sus bebidas en mano.

––¡Vio! –gritó Jana al verme entrar, levantando su vaso en mi dirección–. ¡Por fin llegas, mujer!

––¡Ey! –saludé, tratando de sonar animada mientras me acercaba a la mesa.

––Te has perdido lo mejor –dijo Patricia, con una sonrisa–. Marta estaba contándonos historias vergonzosas de cuando era más joven.

––¡Ni te atrevas a seguir! –le advirtió Marta, fingiendo molestia, pero riendo al mismo tiempo.

Me senté con ellas y poco a poco me fui relajando, disfrutando del ambiente. Sin embargo, no pude evitar que mi mente volviera una y otra vez a **Chiara**. ¿Por qué no había venido? ¿Era por mí? Lo más probable es que sí, pero no podía dejar que eso arruinara mi noche.

Las horas pasaron entre bromas y conversaciones, y aunque el alcohol empezaba a hacer efecto en algunas de las chicas, yo me mantenía bastante sobria. Era divertido ver cómo iban soltándose y riendo de todo.

––¿Y tú, Vio? –preguntó de repente Jana, apoyándose en la mesa–. ¿Cómo vas con tu "tema" pendiente?

––¿Tema pendiente? –pregunté, fingiendo no entender a qué se refería, aunque sabía perfectamente.

––Oh, venga ya –dijo Patricia, uniéndose a la conversación–. Todas sabemos que hay algo entre tú y Chiara.

––No hay nada –respondí rápidamente, pero no soné convincente ni para mí misma.

––Mira, no hace falta que lo niegues –dijo Marta, con una sonrisa comprensiva–. Solo... resuélvelo. Es obvio que te afecta.

––Es más fácil decirlo que hacerlo –murmuré, mientras jugaba con mi vaso.

––Claro que es difícil, pero si sigues así, te vas a volver loca –añadió Jana–. ¿Quieres un consejo?

––Adelante –dije, suspirando.

––Habla con ella –dijo simplemente–. De verdad, solo tienes que hacerlo. Es peor quedarse en esa incertidumbre que enfrentarlo.

Sabía que tenía razón, pero hacerlo era otra historia. No podía evitar pensar en lo que podría salir mal, en cómo todo podía empeorar si la conversación no iba como esperaba. Pero esa noche, entre risas y ánimos de mis compañeras, decidí que no podía seguir evitándolo.

Ya era de madrugada cuando decidí irme a casa. Las chicas seguían en el bar, pero yo necesitaba descansar antes del partido del domingo. Al salir, el aire fresco de la noche me ayudó a despejar un poco la mente.

Caminaba hacia mi moto cuando de repente, vi una figura familiar apoyada en la pared frente a la entrada del bar. **Chiara**. Estaba allí, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, observando el edificio con una expresión pensativa.

Mi corazón dio un vuelco. No esperaba verla aquí. Decidí que no podía seguir huyendo de la situación, así que respiré hondo y me acerqué.

––¿Qué haces aquí? –pregunté suavemente cuando estuve lo suficientemente cerca.

Chiara levantó la vista y me miró, pero su expresión era difícil de leer.

––Pensé que vendría a ver cómo te lo pasabas –dijo, su tono neutral.

––Podrías haber entrado –le dije, encogiéndome de hombros.

––No era mi plan –respondió, desviando la mirada.

Nos quedamos en silencio por unos momentos. La tensión que había entre nosotras era palpable, y de repente, me di cuenta de que este era el momento. No podía esperar más.

––Chiara... tenemos que hablar –dije, rompiendo el silencio.

––¿Sobre qué? –preguntó, aunque sabía que entendía perfectamente.

––Sobre nosotras –repetí la misma frase que había dicho en el café días antes, pero esta vez mi tono era más firme.

Chiara no dijo nada, pero su mirada me pidió que continuara.

––Mira, no sé qué somos, ni siquiera sé si hay algo entre nosotras, pero lo que sí sé es que no podemos seguir así –dije, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba con cada palabra–. Esto no es sano, ni para ti ni para mí.

Chiara seguía sin decir nada, pero sus ojos se suavizaron, como si finalmente estuviera dispuesta a escuchar.

––Lo que quiero es dejar de pelear contigo, dejar de sentir que estamos en una constante competición o en una especie de limbo –continué–. No sé qué sientes tú, pero lo que sé es que esto me importa. Me importas.

El silencio que siguió fue largo, demasiado largo. Pero justo cuando pensé que no iba a decir nada, Chiara finalmente habló.

––A mí también me importas, Violeta –dijo en voz baja, con una sinceridad que no había visto antes en ella–. Pero me asusta lo que pueda pasar si damos un paso más.

Y ahí estaba, la verdad desnuda.

Entre Balones y Melodías || KIVI-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora