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La mañana siguiente al partido, desperté más tarde de lo que esperaba. Mi cuerpo estaba completamente agotado por el esfuerzo del día anterior, pero lo peor era el eco persistente de esa maldita canción, Mala Costumbre, que seguía resonando en mi cabeza. "Qué ironía", pensé, mientras me arrastraba fuera de la cama y me preparaba un café.

El teléfono vibró en la mesa de la cocina. Un mensaje de Jana. Era el mismo de siempre, recordándome la reunión de equipo para analizar el partido, pero con un pequeño detalle extra:

––Adivina quién estará en la reunión... Chiara Oliver. Parece que le gustó el partido de ayer y quiere vernos entrenar.

No pude evitar soltar un suspiro. ¿En serio? ¿Tenía que seguir apareciendo en mi vida esta chica de las canciones pegajosas? Intenté ignorar el mensaje y me centré en el café, pero la idea de tenerla cerca otra vez me molestaba más de lo que quería admitir.

Llegué al entrenamiento justo a tiempo, con la esperanza de que todo fuera lo más rápido posible. Pero apenas crucé la puerta del vestuario, Jana ya estaba esperándome con una sonrisa maliciosa.

––¡Vio, nuestra invitada especial ya está aquí! –me dijo, como si estuviera anunciando la llegada de una celebridad.

––Genial –respondí con el tono más neutro que pude. No tenía energías para su entusiasmo.

Al salir al campo, efectivamente, allí estaba Chiara. Estaba sentada en las gradas, con gafas de sol y un aire relajado, como si estar en un campo de fútbol fuera lo más natural del mundo para ella. Me pregunté por un segundo si realmente le interesaba el fútbol, o si simplemente estaba ahí por una especie de capricho.

––¿Te imaginas que se convierte en nuestra talismán de la suerte? –bromeó Jana mientras comenzábamos a calentar.

––Prefiero no pensarlo –le respondí. Aunque la verdad, era difícil no sentir cierta curiosidad por qué hacía ella ahí.

El entrenamiento comenzó y me concentré en lo mío. Las carreras, los pases, las jugadas. Todo fluyó como de costumbre, pero cada vez que levantaba la mirada hacia las gradas, ahí estaba Chiara, observando todo con atención. No podía evitar sentirme un poco incómoda bajo su mirada, como si estuviera esperando que cometiera algún error.

Después de una hora de entrenar intensamente, el entrenador nos dio un respiro. Fui a buscar agua, y mientras lo hacía, noté que Chiara se acercaba lentamente hacia nosotras.

––Buen partido ayer –dijo, rompiendo el hielo. Su voz sonaba calmada, pero noté que había cierta tensión detrás de su comentario.

––Gracias –respondí sin mucho entusiasmo. Prefería mantener las conversaciones cortas.

––¿Te molesta que esté aquí? –preguntó directamente, sorprendiendo con su franqueza.

Levanté la mirada, sorprendida por su pregunta. No esperaba que fuera tan directa.

––¿Qué te hace pensar eso? –le respondí, aunque claramente lo notaba.

––No sé, solo lo siento. –Chiara me miró de una manera que me incomodaba un poco. No era agresiva, pero tampoco era ingenua.

––No es nada personal –dije, intentando mantener la calma. –Solo... no soy fan de tus canciones.

––Bueno, eso ya lo sabía –respondió con una sonrisa ligera–. No a todo el mundo le tiene que gustar.

––Exactamente –afirmé, intentando dejar claro que no me interesaba prolongar la conversación.

––Pero, fuera de mis canciones... –empezó a decir, pero se detuvo como si dudara de lo que iba a decir–. No eres mala jugando, eso es algo que puedo reconocer.

No pude evitar sonreír levemente, pero no quería darle la satisfacción de ver que había roto un poco mi coraza.

––Tú tampoco cantas tan mal... aunque no es mi estilo –dije, sin darle más vueltas.

––Gracias, supongo –respondió ella con una pequeña risa–. Aunque, honestamente, no necesito que te gusten mis canciones para admirar cómo juegas.

Nos quedamos en silencio por un momento, hasta que Jana apareció para romper la incomodidad.

––¡Vio, Chiara! ¿Por qué no se toman una foto juntas? Sería genial para las redes del equipo –sugirió con una sonrisa gigante.

––No, gracias –respondimos Chiara y yo al unísono, y luego nos miramos, sorprendidas por haber coincidido.

––¡Vaya! Parecen llevarse bien después de todo –bromeó Jana.

––Algo así –murmuré, mientras Chiara esbozaba una sonrisa cómplice.

––Me voy. Tengo cosas que hacer –dijo Chiara, volviendo a ponerse las gafas de sol–. Pero seguro nos volvemos a ver.

––Seguro –respondí, sin saber exactamente qué significaba eso.

Chiara se marchó, y yo me quedé con la extraña sensación de que, a pesar de nuestra evidente rivalidad, había algo más debajo de todo. No era solo que no me gustaran sus canciones. Había algo en su presencia que me sacaba de mi zona de confort, y no sabía si eso era algo bueno o malo.

––Vio, ¿qué piensas de ella en realidad? –preguntó Jana, rompiendo mis pensamientos.

––No lo sé. Es... complicada –respondí mientras observaba cómo Chiara desaparecía al final del campo.

Y ahí estaba, ese cruce inevitable de caminos. No tenía idea de cómo, pero sentía que, de alguna forma, Chiara y yo íbamos a seguir encontrándonos, aunque yo intentara evitarlo.

Entre Balones y Melodías || KIVI-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora