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El partido comenzó con una tensión palpable en el aire. Las jugadoras se alineaban en el campo, pero no era solo la tensión del juego lo que se sentía. Todos sabían que este partido sería diferente, que cada pase, cada movimiento, tendría un peso más grande. Nos mirábamos entre nosotras con una mezcla de determinación y nerviosismo, como si estuviéramos a punto de enfrentarnos no solo a un rival en el campo, sino también a un desafío mucho más grande: demostrar que nuestra relación no podría dividirnos.

El estadio estaba lleno de espectadores, y las cámaras apuntaban constantemente a Chiara y a mí, esperando cualquier señal, cualquier reacción, que confirmara lo que todos ya sabían. Nos sentíamos como si el mundo estuviera mirando, pero, al mismo tiempo, nos cerramos en nuestra propia burbuja. Solo existían Chiara y yo, el balón, y el deseo de demostrar que éramos más fuertes que las críticas.

El silbido del árbitro rompió el silencio y el partido comenzó. Desde el primer minuto, el ritmo era frenético, y nuestras jugadoras parecían más motivadas que nunca. Cada pase, cada dribleo, estaba lleno de furia contenida. Chiara y yo nos comunicábamos con miradas, sin necesidad de palabras, porque sabíamos lo que queríamos. El balón rodaba, y el juego se volvía cada vez más intenso.

Era como si, en cada jugada, estuviéramos demostrando algo más que solo nuestra habilidad en el campo. Estábamos demostrando que éramos una unidad, que nuestra relación no interfería en nuestra capacidad para luchar por el equipo.

Pero, en el minuto 25, todo se volvió aún más intenso. Después de una jugada que parecía perdida, Chiara recuperó el balón y lo pasó a mí con una precisión perfecta. Sabía que, en ese momento, no solo estábamos jugando por la victoria, sino también por nuestra dignidad. En el instante en que tomé el balón, sentí que todas las críticas, todas las miradas, se dirigían hacia nosotras. No podíamos fallar.

Lo que sucedió después fue un momento que quedó grabado en la memoria de todos los presentes. Me lancé hacia la portería contraria, el balón pegado a mis pies, y con una mezcla de concentración y adrenalina, hice un regate magistral que dejó a dos defensoras atrás. Cuando me enfrenté a la portera, todo parecía ralentizarse. El mundo alrededor desapareció y, con un toque suave pero firme, la pelota se coló en la esquina inferior del arco.

El estadio estalló en vítores, pero lo que más me impactó no fue el gol en sí, sino la mirada de Chiara desde la banda. Me sonrió con esa sonrisa llena de orgullo y amor, como si ese gol fuera el reflejo de todo lo que habíamos logrado juntas. No solo era un gol para el Barça, sino un gol para nosotras, un símbolo de todo lo que habíamos superado.

Al final del partido, el marcador reflejaba nuestra victoria. No solo habíamos ganado el partido, sino que habíamos demostrado que, a pesar de las dificultades, éramos imbatibles. Nos abrazamos todas en el campo, celebrando como nunca antes, sabiendo que lo que habíamos logrado iba mucho más allá de un simple triunfo deportivo.

Las redes sociales estallaron después del partido. Las cámaras de los medios de comunicación captaron nuestra celebración, pero lo más importante era el mensaje que estábamos enviando al mundo: éramos fuertes, éramos un equipo, y nuestra relación no era un obstáculo, sino una fuente de motivación.

Después del partido, Chiara y yo nos reunimos en la esquina del vestuario, agotadas pero felices.

––Lo logramos –dijo ella, su rostro iluminado por una sonrisa que solo ella sabía dar. –Lo hicimos, Violeta. Demostramos que nada puede separarnos.

La tomé de la mano, mirándola a los ojos con la misma intensidad con la que habíamos jugado.

––Sí, lo hicimos. Y ahora no hay nada que nos detenga.

El camino no iba a ser fácil, lo sabíamos. La presión seguiría existiendo, y las críticas seguirían llegando. Pero, en ese momento, mientras nos mirábamos y nos sosteníamos mutuamente, entendí que lo único que realmente importaba era que, juntas, podíamos enfrentar todo lo que viniera.

Las redes sociales seguían hablando de nosotras, pero esta vez, los comentarios no solo eran sobre nuestra relación, sino sobre nuestra fortaleza y unidad como equipo. Habíamos superado una barrera que muchas pensaban que sería insuperable. Y lo habíamos hecho juntas.

Esa noche, mientras me acostaba junto a Chiara, una sensación de paz invadió mi cuerpo. Sabía que aún quedaba mucho por recorrer, pero también sabía que, a partir de ahora, lo haríamos de la mano, enfrentando el futuro con la misma determinación que nos había llevado hasta aquí.

Y así, en el silencio de la noche, prometí no solo luchar por nuestro amor, sino también por el equipo que habíamos formado, una unidad que nada ni nadie podría romper.

Entre Balones y Melodías || KIVI-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora