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Las luces del vestuario brillaban con intensidad mientras el equipo celebraba la victoria. Había algo en el aire, una sensación de logro colectivo, pero también un silencio que se instalaba cuando el bullicio comenzaba a desvanecerse. Las emociones estaban a flor de piel, pero algo me decía que no todo estaba resuelto. No estábamos solo ganando partidos, estábamos luchando por algo mucho más grande: nuestra identidad.

El equipo había clasificado para la siguiente ronda de la Champions League, pero el precio de la victoria no era solo físico. Las críticas seguían siendo implacables, y aunque habíamos demostrado nuestra valía en el campo, fuera de él parecía que el camino sería mucho más difícil. Sin embargo, era el costo que estábamos dispuestas a pagar, especialmente Chiara y yo.

Esa noche, después de la celebración, nos quedamos solas en el hotel. Los demás miembros del equipo se dispersaron para descansar, pero Chiara y yo necesitábamos hablar. Había muchas cosas que no se decían, emociones que nos quemaban por dentro.

––Violeta, ¿alguna vez pensaste que todo esto sería tan difícil? –preguntó Chiara, mientras nos sentábamos en el sofá de la habitación. Su voz estaba cargada de cansancio, pero también de una vulnerabilidad que pocas veces mostraba.

––No lo sé... –respondí, mirando hacia la ventana del hotel. La ciudad brillaba en la distancia, pero mi mente estaba mucho más allá de esas luces. –Nunca imaginé que seríamos tan observadas. Me parece injusto que nuestra relación tenga que estar en el centro de todo. Pero estoy aquí por ti, Chiara. Siempre lo estaré.

Ella asintió, pero no parecía convencida. Podía ver cómo las palabras le costaban. El peso de ser el centro de atención, de ser parte de algo que la gente juzgaba sin comprender, comenzaba a afectar su tranquilidad. Lo sabía porque lo sentía en mi propio corazón.

––¿Y si esto nos está costando más de lo que pensamos? –preguntó en voz baja, como si se estuviera planteando todo lo que habíamos vivido hasta ahora.

La incertidumbre estaba comenzando a ganar terreno, pero no podía dejar que la duda nos separara. No después de todo lo que habíamos logrado, no después de todo lo que habíamos superado juntas.

––No vamos a dejar que nos cueste más, Chiara. –dije, acercándome a ella, tomando sus manos entre las mías. –Podrán intentar derribarnos, podrán hablar de nosotras, pero lo que tenemos es más fuerte que cualquier rumor. Somos un equipo, dentro y fuera del campo. Y nunca lo olvides: te amo.

Chiara levantó la mirada, y vi una chispa de determinación en sus ojos. Sabía que no solo hablaba de fútbol. Hablaba de lo que estábamos construyendo. Hablaba de nuestra vida juntas.

––Lo sé, Violeta –respondió, sonriendo levemente. –Lo sé, y eso es lo que me da fuerza.

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Al día siguiente, el ambiente en el campo de entrenamiento era eléctrico. El equipo estaba más unido que nunca, pero también era evidente que el aire estaba cargado de tensión. La noticia de nuestra relación seguía circulando por las redes sociales, con tanto apoyo como rechazo. Pero esta vez, era diferente. Habíamos decidido que no íbamos a escondernos, que ya no íbamos a permitir que nuestra relación fuera un tema de murmuraciones. Seríamos quienes queríamos ser, sin importar lo que pensaran los demás.

El primer entrenamiento después de la victoria fue más exigente que nunca. El entrenador nos instó a dar el máximo, sabiendo que no solo estaba poniendo a prueba nuestras habilidades, sino también nuestra resistencia mental. El fútbol había dejado de ser solo una cuestión de técnica y estrategia, se había convertido en un juego de la mente.

A lo largo del entrenamiento, sentí cómo los ojos de algunas de las jugadoras se posaban sobre Chiara y sobre mí. Pero, a diferencia de antes, no era una mirada de juicio, sino de respeto. Sabían lo que habíamos vivido, lo que habíamos superado, y ahora veían en nosotras a las líderes del equipo. Nos observaban porque éramos las que marcábamos la diferencia en el campo.

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Después del entrenamiento, Chiara y yo nos quedamos un poco más para practicar algunas jugadas. El sol se estaba poniendo, y el estadio comenzaba a vaciarse. Había algo especial en esos momentos a solas, algo que solo nos pertenecía a nosotras. El fútbol no era solo un deporte en esos momentos; era nuestra terapia, nuestra forma de comunicación más pura.

––¿Crees que hemos alcanzado lo que queríamos? –le pregunté, mirando cómo se alineaba para patear el balón hacia la portería.

Chiara se detuvo, tomando aire y mirándome con una sonrisa triste.

––No sé... todavía siento que hay algo que nos falta. –dijo, encogiéndose de hombros. –El camino sigue siendo largo, Violeta. Puede que tengamos el respeto de las jugadoras, pero... todavía no sé si hemos conquistado el mundo fuera de esta cancha.

Esa duda flotaba en el aire entre nosotras. Sabíamos que no bastaba con ganar partidos, que el verdadero desafío radicaba en cambiar las mentalidades, en hacernos un lugar en un mundo que aún no estaba preparado para vernos como una pareja. Pero no nos rendiríamos. No mientras tuviéramos fuerza.

––Entonces vamos a conquistar todo, Chiara –dije, con determinación. –Paso a paso, partido tras partido, juntos. El mundo cambiará cuando vea lo que somos capaces de hacer, no solo como jugadoras, sino como personas.

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Esa noche, mientras nos preparábamos para otro partido importante, sentí que lo que estábamos viviendo era mucho más que fútbol. Era una declaración de independencia, un acto de valentía. Habíamos resistido las tormentas y, aunque aún quedaba mucho por recorrer, sabíamos que nada nos detendría.

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El siguiente partido no era solo importante por la clasificación, sino porque se jugaba contra uno de los rivales más fuertes. Sabíamos que nuestra habilidad y determinación serían puestas a prueba. Pero, al final, lo que realmente importaba era la fuerza con la que íbamos a enfrentarlo, juntas. A pesar de todas las adversidades, no podíamos permitir que nada nos separara.

Entre Balones y Melodías || KIVI-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora