Capítulo 25

25 1 0
                                    

VICTORIA

Pasaron dos semanas, dos semanas en donde nunca dejo de ser lindo, atento y algo mandón.

Todas las noches me hacía la misma pregunta cómo podría ser tan despiadado con todos, lo había visto disparar, golpear, insultar y maldecir a todos pero cuando me veía una sonrisa se dibujaba en su rostro, sus ojos brillaban.

Me llevo a muchos lugares, al parecer Francia tiene demasiados paisajes mágicos. Me hacía reír y sonrojar. Me empezó a contar cosas sobre su pasado pero solo de su madre, la amaba, ella era su luz como el le decía. Nunca me a explicado como murió pero seguramente no le hace bien recordarlo.

Podía ir libre por toda la mansión pero siempre terminaba queriendo entrar a la misma habitación, la que estaba resguardada por dos guardias. ¿Que había ahí? ¿Por qué tanta seguridad?

Tenía mucha curiosidad pero nunca le quise preguntar en este tiempo.

Lagdon Lamorte me había conquistado antes y lo volvió a hacer ahora, aunque dudo que hubiera dejado de sentir algo. Siempre estuvo ahí, ese sentimiento pero el coraje y el orgullo me hacían negarlo.

Me llevo Chianti donde crecí. Después de un encuentro desagradable con mi ex. El me llevo a la casa que compartí con mi nana. Todo estaba igual. El, un hombre que no tenía por qué hizo lo que a mi padre le rogué que hiciera, comprarla para mí.

El me pertenecía, me lo repetía siempre. El era mío y yo. Yo ya era suya, tal vez era cierto, tal vez siempre lo fui. Tal vez era el síndrome de estocolmo, no lo se pero había despertado algo en mi algo que siempre estuvo ahí. Amor.

Se acerca a mi y pone su mano sobre la mía.

—Yo.. —me acerque a el, quería sentirlo cerca—Lagdon, eres un pervertido, un hombre posesivo, mandón, egoísta, egocéntrico..

—Sigue.. —me dijo dándome una sonrisa

—Pero me confundes, como puedes ser tan despiadado y ser tan lindo y vulnerable conmigo.

—Tu no eres cualquiera.. —tomo mi rostro entre sus manos —no lo entiendes verdad, puedes llamarlo como quieras rojita... —nos vemos a los ojos. —Eres la razón por la que respiro, Victoria. Eres mi debilidad y mi fortaleza. Mi obsesión, mi pasión, mi todo. No importa qué etiquetas uses para describirme, lo que importa es que tú me perteneces, y yo te pertenezco a ti.

Me acerque aún más, sintiendo una llama creciendo en mi interior.

—No hay nada que no haría por ti, rojita. Nada que no daría para mantener tu sonrisa en mi vida. Eres mi luz en la oscuridad, mi refugio en la tormenta. Y yo te juro que siempre estaré aquí para ti, protegiéndote, amándote, siendo tuyo. Soy un enfermo tal vez.

—Te creo.. —le creo, confío en que todo lo que me a dicho es cierto, que me ama tal vez no de una manera muy sana, pero es amor al fin de cuentas.

Todo de mi es tuyo. Mi corazón, mí alma, mi cuerpo.. —mi respiración se escucha agitada—soy tuyo.. y tú mía..

—Lo soy.. —soy suya, quiero serlo. Me importa poco todo, solo quiero ser suya—si lo soy..

Lo bese. Lo deseaba. Jamás había sentido algo haci. No es correcto, no es sano. Pero no me importa.

Lo deseo ya no puedo resistirme, ya no puedo fingir que no lo quiero.

—Dios —susurra el—. Eres mi cielo, Victoria.

Me separó y le sonrió. Sintiendo como un escalofrío recorre mi espalda con el toque de sus manos.

A Tu MercedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora