>Capitulo diez<

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El auto avanzaba lentamente por las calles desiertas, el sonido del motor apenas perceptible sobre el peso del silencio. Tn seguía en los brazos de Jay, su cuerpo débil y su mente rota. Ya no quedaba fuerza para pelear, ni lágrimas para derramar. Todo lo que sentía era un vacío insondable, una sensación de pérdida tan profunda que amenazaba con consumirla.

C.r.o los observaba desde el asiento delantero, satisfecho con su obra. Para él, lo que había hecho era necesario, un paso hacia el futuro que había imaginado con Tn a su lado. La muerte de Paulo no era más que una consecuencia, un sacrificio que debía ser hecho.

Pero Tn no lo veía así. Todo lo que podía pensar era en Paulo, en la vida que se le había escapado entre las manos, en los momentos que nunca podrían compartir. Se preguntaba si alguna vez podría volver a sentirse completa, si podría vivir con la imagen de su amado desangrándose en el suelo, su último suspiro perdido en la oscuridad.

Cuando el auto finalmente se detuvo frente a la "casa", Jay abrió la puerta con suavidad y la ayudó a bajar. Sus movimientos eran gentiles, como si entendiera el peso emocional que ella cargaba. No había palabras que pudieran consolarla, y él lo sabía. Aún así, algo en su mirada reflejaba una disculpa silenciosa, una pena compartida aunque no expresada.

C.r.o salió del auto con la misma frialdad de siempre, girándose hacia Tn con una sonrisa que le helaba la sangre.

— Ya estás a salvo, —dijo, como si todo lo que había ocurrido fuera una simple anécdota—. Este es nuestro hogar ahora. Aquí no tienes nada que temer.

Pero Tn no respondió. Su mirada estaba perdida en algún punto del horizonte, sus pensamientos atrapados entre el pasado y el dolor. El mundo que conocía había sido destruido en un instante, y no sabía cómo seguir adelante. Lo único que deseaba era estar sola, alejada de las voces que la rodeaban, del peso de las decisiones ajenas que habían destruido su felicidad.

— Déjala descansar, —dijo Jay en voz baja, dirigiéndose a C.r.o—. Ha sido una noche difícil.

Contra toda expectativa, C.r.o asintió. Por ahora, no iba a forzar más la situación. Sabía que el tiempo estaba de su lado.

Mientras Tn caminaba hacia la entrada de la casa, sus pasos eran lentos, casi mecánicos. Cada rincón del lugar le recordaba que no era su hogar, que el amor que alguna vez la había sostenido ya no existía en su vida. Paulo se había ido, y con él, una parte de ella misma que jamás volvería.

Se dejó caer en el sofá, abrazándose a sí misma como si pudiera protegerse del frío que sentía en su alma. Los recuerdos de Paulo pasaban ante sus ojos como una película interminable: su risa, su mirada cálida, la manera en que le hacía sentir que el mundo era un lugar mejor. Pero ahora, todo eso había desaparecido.

No había lugar para la venganza en su corazón. Solo quedaba la resignación, la aceptación de que la vida seguía, aunque ya no supiera cómo caminar por ella. Sabía que Paulo no querría que se destruyera a sí misma por lo que había pasado. Él siempre le decía que era fuerte, que era capaz de soportar lo que fuera, pero en ese momento, la fortaleza parecía un concepto distante, algo que ya no era capaz de sostener.

Con un suspiro tembloroso, Tn cerró los ojos, dejándose llevar por la oscuridad que la rodeaba. Quizás, en sus sueños, encontraría alguna paz, algún alivio para el dolor que la consumía. Porque en el mundo real, todo lo que le quedaba era aprender a vivir sin él.

&quot;𝖒𝖎 𝖘𝖊𝖈𝖚𝖊𝖘𝖙𝖗𝖆𝖉𝖔𝖗&quot;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora