La mañana llegó con un sol tímido que apenas lograba atravesar las cortinas del salón. El aire estaba cargado de una extraña calma, pero dentro de Tn, la tormenta no había cesado. El peso de la noche anterior seguía aplastándola, como si una parte de su alma se hubiera quedado atrapada allí, junto a Paulo. Despertó abrazada a sí misma, con los ojos hinchados y el cuerpo entumecido. Había pasado la noche en el sofá, incapaz de encontrar descanso en el mundo que ahora parecía un lugar ajeno y hostil.
Jay apareció en la puerta, observándola en silencio. Llevaba un vaso de agua en la mano y lo dejó sobre la mesa, sin decir una palabra. Sus ojos mostraban una mezcla de culpa y preocupación, pero sabía que cualquier cosa que dijera sería inútil. Había participado en la tragedia, aunque no lo quisiera. Y ahora, él también cargaba con las consecuencias.
— Deberías comer algo, —dijo suavemente—. No puedes quedarte así.
Tn no respondió. Su mirada seguía perdida, como si intentara encontrar algún sentido en el caos de sus pensamientos. Su mundo había cambiado, y la voz de Jay apenas era un ruido lejano. Recordaba con claridad el sonido de la respiración de Paulo desvaneciéndose, cómo su vida se escapaba de sus manos sin que pudiera hacer nada. Se había sentido impotente, rota, y esa sensación no la dejaría fácilmente.
C.r.o apareció poco después, entrando en la habitación con su habitual aire de control. A diferencia de Jay, él no mostraba ningún signo de arrepentimiento. Para él, todo estaba en orden.
— Hoy es un nuevo día, Tn, —dijo con una sonrisa que intentaba ser cálida pero que a ella le resultaba repugnante—. Podemos empezar de nuevo. Lo que pasó, pasó, y ahora estamos juntos. Es lo único que importa.
Tn levantó la mirada hacia él, su cuerpo tenso. No era capaz de gritar, no tenía fuerzas para pelear, pero su silencio era más elocuente que cualquier palabra. Todo en su interior rechazaba la presencia de C.r.o, pero sabía que no tenía escapatoria. La manera en que la miraba, la seguridad con la que hablaba de su futuro juntos, le dejaba claro que él no se iría. Estaba atrapada en su red, y la idea de resistirse parecía inútil.
— Nunca estaremos juntos, —murmuró Tn, su voz quebrada—. No puedes obligarme a amarte. No después de lo que hiciste.
C.r.o frunció el ceño, claramente irritado por sus palabras.
— El amor es algo que se construye, Tn. No te preocupes, con el tiempo entenderás. No necesitas amarme ahora, pero lo harás. Y cuanto antes lo aceptes, más fácil será para los dos.
Pero ella sabía que nunca lo aceptaría. Lo que sentía por Paulo no podía ser reemplazado, no por C.r.o, ni por nadie. Su amor había sido sincero, libre, y nada en el mundo podría forzarla a sentir lo mismo por un hombre que había destruido todo lo que amaba.
Los días pasaron con lentitud, cada uno más pesado que el anterior. Tn no hablaba más de lo necesario, apenas comía y se movía como una sombra por la casa. Jay trataba de mantenerse a distancia, consciente de su papel en la tragedia, pero cada vez que la veía, algo dentro de él se rompía. No podía dejar de pensar en la posibilidad de haber hecho las cosas de otra manera. Pero ahora, era demasiado tarde.
Una noche, mientras el silencio llenaba la casa, Tn decidió salir al jardín. El aire fresco le golpeó el rostro y, por un instante, pudo respirar sin que el peso de sus pensamientos la asfixiara. El cielo estaba despejado, las estrellas brillaban con intensidad, y por primera vez desde la muerte de Paulo, sintió una extraña paz.
— Paulo..., —susurró mirando hacia el cielo, como si él pudiera escucharla desde algún lugar lejano—. No sé cómo seguir sin ti, pero lo intentaré. No porque quiera, sino porque sé que eso es lo que habrías querido para mí.
El viento sopló suavemente, acariciando su rostro, y en ese momento, una lágrima rodó por su mejilla, aunque ya no era de desesperación. Era de aceptación. Sabía que el dolor no desaparecería, que la herida seguiría ahí, pero también entendía que la vida continuaba. Y aunque no tuviera todas las respuestas, estaba dispuesta a aprender a vivir con la pérdida.
Jay, que la había estado observando desde la distancia, se acercó con cautela, sus pasos apenas audibles sobre el césped.
— Lo siento, —dijo en voz baja, deteniéndose a unos metros de ella—. Sé que no hay nada que pueda hacer para arreglar lo que pasó, pero... lo siento.
Tn lo miró por un momento, sus ojos aún brillando con las lágrimas.
— Lo sé, Jay, —respondió con suavidad—. Pero algunas cosas simplemente no se pueden arreglar.
Y en ese intercambio silencioso, ambos entendieron que el camino hacia adelante sería difícil. Las heridas no sanan de la noche a la mañana, y aunque no habría justicia para Paulo, Tn sabía que su única opción era seguir adelante, aunque el camino fuera largo y solitario.
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