Mia siempre soñó con ser actriz, pero jamás imaginó que una fiesta en Hollywood Hills cambiaría su vida. Lo que comenzó como una noche cualquiera, ayudando a su mejor amiga, termina cuando se cruza con Nicholas Alexander Chavez, un famoso actor atra...
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Me desperté en el sofá de Max, la cabeza me dolía por el cansancio y el caos de los últimos días. Por un momento, no recordaba dónde estaba ni por qué sentía esa opresión en el pecho. El sol ya estaba alto y las cortinas no hacían mucho por detener la luz que se colaba en la pequeña sala. Me incorporé lentamente y busqué mi teléfono entre las sábanas revueltas. El primer error del día.
Ahí estaba: mi nombre en titulares, mi rostro en fotos. Max y yo, besándonos en el puente. Sentí cómo el corazón me daba un vuelco, como si el aire en mis pulmones se evaporara de golpe. Las fotos estaban por todas partes, multiplicadas, deformadas por los comentarios y las suposiciones de personas que no tenían idea de lo que había pasado. La imagen se había vuelto viral. Nicholas debía haberla visto.
La urgencia de hablar con él me golpeó tan fuerte que casi no pensé. Me vestí deprisa, sin despedirme de Max, y salí corriendo a la calle. Tenía que llegar al departamento de Nicholas. No podía dejar que esta versión equivocada de la realidad nos destruyera.
Cada kilómetro que recorría en mi Mercedes me daba más miedo, más nervios. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo iba a explicarle lo que ni yo misma entendía del todo? Cuando llegué al edificio, mis manos temblaban mientras tocaba el timbre una y otra vez. No respondía. Cada segundo que pasaba me hacía sentir más pequeña.
—Nicholas, por favor, abre —susurré al intercomunicador.
Al final, su voz fría y distante llegó a través del altavoz.
—¿Qué quieres, Mia?
Me dolió como un golpe. La puerta se abrió, y subí por las escaleras con el corazón en la garganta. Lo encontré de pie en la entrada, los brazos cruzados, el rostro inexpresivo, pero sus ojos estaban hinchados, como si no hubiera dormido. O como si hubiera estado llorando.
—Nicholas... —mi voz salió rota, débil. Me acerqué, pero él no se movió.
—¿Vienes a darme alguna excusa por lo que vi? —preguntó con una voz tan distante que dolía. Mis palabras se atragantaron en mi garganta.
