Capitulo 19

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Deseo

Altagracia Sandoval

El beso fue profundo, lleno de la tensión acumulada entre nosotros durante tanto tiempo. No había nada suave en él, sino un deseo reprimido que finalmente había encontrado su escape. Su boca era cálida, demandante, y cada vez que intentaba apartarme, me encontraba deseando más.

Nos separamos solo por un instante para tomar aire, pero antes de que pudiera decir algo, él me besó de nuevo, más ferozmente. Y yo... lo dejé. Lo dejé porque sabía que, por más que intentara negarlo, lo había querido desde hace mucho.

En medio de la intensidad del momento, pude notar como el cuchicheo se intensificó, abro los ojos para separarme de él y... las luces de emergencia ya estaban encendidas, bañando el lugar con una tenue iluminación rojiza. El cambio fue abrupto, y la luz roja le daba al lugar una sensación de alarma, como si estuviéramos en medio de una escena de crimen esperando a que algo sucediera. Mis ojos buscaron instintivamente a Navarrete, y lo encontré observándome. Su mirada era intensa, y en ella pude percibir algo más, algo que no lograba descifrar del todo.

El silencio que había entre nosotros no se debía solo a la oscuridad. Había verdades sin decir, secretos que ambos sabíamos que estaban a punto de salir a la luz, y aunque ninguno de los dos lo admitiera en voz alta, sabíamos que ese momento se acercaba. La tormenta afuera era solo una metáfora de lo que pronto tendríamos que enfrentar.

— La tormenta está peor de lo que pensé — dijo alguien detrás de él, rompiendo la tensión. Era Ivana.

Asentí sin decir nada. De repente, la idea de quedarme atrapada en un lugar cerrado, en medio de una tormenta, con José Luis, me pareció tanto una oportunidad como una amenaza.

— Quizá deberíamos reconsiderar nuestro regreso a la villa — sugirió Navarrete al acercarse, ahora mucho más cerca de lo que hubiera querido.

— ¿Y quedarnos aquí? — respondí, intentando mantener el tono casual.

— Podría ser peor, no sabemos cuánto durará la tormenta — replicó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, una vez más, su presencia siendo más una sombra que un consuelo.

Sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que no podía evitarlo. Había algo entre nosotros que la tormenta afuera solo intensificaba. Y mientras el viento aullaba y la lluvia seguía cayendo sin tregua, me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, no podía predecir lo que vendría después.

— Podrían quedarse en uno de los cuartos del hotel — sugiere la mujer de mediana edad — todos lo haremos.

Eran varios los que estaban aún en el salón. Algunos habían decidido irse antes de que el clima empeorara. La sugerencia de la mujer de mediana edad fue tan inesperada como lo era tentadora. José Luis y yo intercambiamos una mirada rápida, esa clase de mirada que no dice nada y lo dice todo a la vez.

— Es lo más prudente — respondió José Luis, siempre práctico, siempre en control.

Yo, en cambio, sentía que había perdido cualquier rastro de control desde el momento en que nuestras bocas se juntaron. Mi mente luchaba por encontrar una excusa, cualquier excusa, para rechazar la oferta, pero mis labios no se movieron. Todo parecía suspenderse en el aire, como si el destino mismo nos empujara hacia una decisión que yo no estaba preparada para tomar.

— Está bien, creo que eso será lo mejor — finalmente dije, intentando sonar tranquila mientras mi corazón latía con fuerza.

La mujer asintió y se retiró, dejándonos nuevamente en ese incómodo pero palpable silencio. José Luis no tardó en acercarse más, invadiendo mi espacio personal como si fuera la cosa más natural del mundo. Sus ojos oscuros eran impenetrables, pero había algo en ellos que encendía una chispa en mi interior, algo que no podía ignorar.

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