Capítulo 42

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Altagracia Sandoval

Altagracia Sandoval

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— Excelente. Nos vemos la próxima semana, hasta luego — cuelgo el teléfono y volteo con el hombre hombre desayuna tras de mí.

— ¿Qué te dijeron? — lo veo pelear con la servilleta de las tortillas.

— Quieren que la próxima semana de otra conferencia en la UNAM — me siento en mi lugar y me ayudo — Al parecer no quieren que las comas — bromeo.

— Eso creo, esta es la quinta que me como — dice antes de hacer rollito la tortilla.

Estábamos en Mazatlán para inaugurar la obra del recinto junto al nuevo inversionista, un evento que aprovechamos como pretexto perfecto para escaparnos un poco de la ciudad. La inauguración sería en unas horas, y nuestro regreso estaba programado para el martes por la tarde.

Sería exagerado decir que todo sigue igual que al principio. La prensa dejó de acosarme, las miradas de la gente ya no me siguen a todas partes y los nervios han dejado de atacarme. Aún hay sombras del pasado por descubrir, pero ahora ya no me afectan. Por primera vez en mucho tiempo, me siento plena; plena conmigo misma, con la vida que estoy construyendo, y con el hombre que jamás imaginé que llegaría a comprenderme tanto.

José Luis se ha convertido en la fuente de mi felicidad, y eso lo convierte también en la única persona con el poder suficiente para destruirme.

A veces me cuestiono si no estoy siendo demasiado ingenua al brindarle mi confianza, pero momentos como este, donde estamos él y yo solos, disfrutando uno del otro, hacen que todas esas dudas se disipen.

Me enamoré, no lo niego. Me siento como una completa adolescente inhalando y exhalando amor. El amor que siento por José Luis Navarrete ha venido a redefinir mi concepto de este sentimiento, uno que tenía en mi lista de errores.

Luego de desayunar, nos alistamos para asistir a la inauguración. Era un evento donde asistirían varios magnates del turismo mazatleco y una que otra celebridad. Luego de cortar el listón, habría un pequeño cóctel en el hotel de Ernesto, así que opté por usar un vestido acorde a la ocasión; era naranja con los hombros descubiertos y un escote generoso en el pecho.

— Te ves guapísima — me dice apoyado desde la pared cercana a la puerta.

— Gracias, señor Navarrete — sonrío.

Camina hacia mi, por su mirada conozco sus intenciones. Agrande mi sonrisa dejando que se apoderara de mis labios en un ósculo suave, tierno; últimamente nuestros besos son así, húmedos, llenos de romanticismo y me encanta.

Nos transportamos en la Suburban, Matamoros es quien maneja, Genaro está de copiloto. Me sorprende con la rapidez que llegamos, he escuchado algunos nativos quejarse de que el tráfico es abundante, pero a mí me parece lo contrario viniendo de la Ciudad de México.

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