Capítulo 40

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Altagracia Sandoval

— N'hombre güera...

— ¡José Luis, ya! Deja de quejarte y ayúdame porque yo sola no te puedo.

— Hubieras aceptado la ayuda...

— ¿Y qué te vieran desnudo? — lo veo con las cejas enarcadas. Es un sin vergüenza — No, señor.

Soltó una risa suave, tan sutil que podría haber pasado desapercibida para cualquiera, menos para mí. Sabía lo que significaba: un desafío, casi una provocación. Podría jurar que me llamó celosa, y no se equivocaba. No quiero que nadie más se atreva a fijarse en lo que es mío.

Había pasado una semana desde que José Luis despertó del coma, y cuatro días desde que se mudó a mi casa después de recibir el alta. Su recuperación requería mucho cuidado y sesiones de rehabilitación, así que no podía permitirme dejarlo solo en su departamento.

Magdalena y Regina me ayudaban con su alimentación y algunas terapias, pero yo me encargaba personalmente de su higiene y de limpiar cada una de sus heridas, del resto me encargaba yo. Como ahorita por ejemplo, que estoy luchando porque se meta a la tina.

— Me siento como aporreado — lo veo hacer una mueca mientras se va sentando en la tina.

— Estuviste un mes sin movimiento, es lógico — me estiro para alcanzar la regadera de mano — ¿Ya no te duelen las articulaciones?

— No — niega cerrando los ojos cuando comienzo a mojarle el cabello.

— ¿Rica? — sonrió de lado bajando a su pecho.

— No más que tú, pero sí — responde y carcajeo. Hasta el día de hoy no me acostumbro a sus insinuaciones.

Aprovecho que tiene los ojos cerrados para lavarle el cabello. La cicatriz en su cabeza es prominente a pesar de que el cirujano trató de suturar el cuero cabelludo de manera delicada. Suspiro antes de pasar la yema de mis dedos por la zona para darle un ligero masaje.

— ¿Duele? — pregunto sin dejar de masajear, él niega con la cabeza.

Hice lo mismo con el resto de su cuerpo. Esparcí jabón por su pecho, sus brazos, sus piernas. Esta más delgado, pero aún así, sus músculos no pierden definición.
En todo momento José Luis se mantuvo con los ojos cerrados, lo está disfrutando, lo sé porque sus músculos están relajados.

— Y ahí no me vas a tallar.

Hasta ese momento abrió los ojos, yo fruncí el ceño porque no había entendido a qué se refería, no hasta que puso la mano en su entrepierna.

— Eres un descarado — le regalo una sonrisa pícara para luego inclinarme para besarlo.

No me canso de hacerlo, lo había extrañado tanto que siento que a los días les faltan horas en las que pueda estar pegada a él.

— Luis... no podemos — murmuro soltando sus labios al sentir como sus manos acarician mi escote — Estas en reposo.

— ¿Y el reposo me impide tocarte? — muerde mi mentón.

La libido se me sube en un dos por tres. Desde que está bajo mis cuidados, cualquier oportunidad que tiene la aprovecha para provocarme y cada vez se me hace más difícil controlarme.

— Anda — sigue — Métete a la tina conmigo.

Rio ante su descaro, notando como sus ojos brillan con esa chispa que siempre me vuelve vulnerable. Su invitación es tentadora, pero trato de resistirme, y fallo. José Luis tiene esa habilidad innata de hacerme bajar la guardia con solo mirarme.

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