Capítulo 41

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Psicópatía

— La psicopatía es un trastorno de la personalidad... — apaga el proyector — En el caso del derecho penal, un psicópata representa un desafío único. A diferencias de otros criminales, sus motivaciones no suelen responder a impulsos momentáneos o conflictos emocionales, sino a una ausencia de empatía y remordimiento.

— Ministra — alza la mano uno de los presentes — ¿Ha convivido con algún psicópata?

— Antes de ser ministra, sí — asiente con la cabeza y se toma un instante para observar a su audiencia, un grupo de abogados fiscales y estudiantes de derecho atentos a cada palabra — Realice mis prácticas profesionales en el reclusorio norte de la ciudad, me especialicé en derecho penal, entonces me tocó ver muchos casos de psicópatas... ¿Qué implica esto para nosotros? — continúa, con una seguridad implacable — Significa que las herramientas convencionales para evaluar la culpabilidad y los factores de riesgo en la resolución de casos son insuficientes. Cuando un psicópata comete un crimen, lo hace con una frialdad y cálculo que suelen desarmar a las investigaciones tradicionales — deja que los presentes hagan sus apuntes — Para juzgar y condenar a un psicópata, debemos entender algo claro: este tipo de criminal no es un producto de las circunstancias o de una serie de errores que lo llevaron al límite. Para ellos, las personas son piezas en un tablero; medios para satisfacer sus propias necesidades, carentes de consideración por el daño que puedan causar.

— Ministra Sandoval, ¿un obseso es un psicópata? — pregunta una joven.

— Puede entrar en el espectro de la psicopatía, pero son diferentes — nota como todos se inclinan hacia delante prestando atención y sonríe — El obseso puede actuar fuera de la ley si su objetivo se ve amenazado, — prosigue Altagracia — pero es posible que experimente remordimientos o algún tipo de sufrimiento emocional. En cambio, el psicópata, incluso cuando no cumple sus objetivos, suele carecer de toda capacidad de culpa o compasión. Esto hace que, en un proceso penal, se considere más peligroso y de difícil rehabilitación. — si mirada se endurece un poco, y las siguientes palabras son casi un susurro — He visto cómo un psicópata puede destrozar vidas enteras con una sonrisa inmutable en el rostro — nota que otra persona alza la mano — ¿sí?

— ¿Ha estado con un obseso?

Altagracia se enderezó desde su misma posición.

— No... no he cometido ese error.

••• José Luis Navarrete •••

Un mes después

Veo a Altagracia dormida plácidamente en la cama y no puedo evitar pensar en que todo esto es un sueño. Pienso en todas las veces que la imaginé así, desnuda frente a mí, definitivamente no se compara con la realidad.

«Es perfecta»

Sus piernas blancas, largas y torneadas, abrazan la sábana blanca donde duerme. Está de lado; su cintura se acentúa dibujando una perfecta curva entre ella sus caderas donde tiene mis dedos pintados.

Camino hasta el ventanal de la habitación y una maravillosa vista al mar me recibe, estamos en Mazatlán para la inauguración de la obra. Todo está marchando a la perfección, tal y como lo visualicé.

Pierdo noción del tiempo que me quedo viendo por la ventana, hasta que escucho pequeños quejidos por parte de mi güera. Volteo, se está estirando.

— Hola — murmura con la voz ronca.

Me acerqué a ella que me veía con una sonrisa que mostraba su perfecta dentadura. Tome asiento en el borde de la cama, deslizando una mano por su cabello despeinado. Altagracia cerró los ojos con una sonrisa perezosa y sus brazos rodearon mi cintura, atrayéndome hacia ella.

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