Capítulo 25

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Verdades al descubierto

José Luis Navarrete

La atmósfera en el despacho de Altagracia cambió de inmediato. Lo vi en su rostro apenas respondió la llamada, y más aún cuando tomó el iPad. Lo que fuera que estuviera viendo, la desarmó en segundos. Su respiración se agitó, sus manos temblaban, y se dejó caer en la silla como si su cuerpo hubiera perdido toda fuerza.

No dije nada. No me moví. Solo la observé, tratando de entender qué la había puesto en ese estado. Altagracia no era de las que se desmoronaban fácilmente. Había visto de cerca cómo manejaba la presión y, en más de una ocasión, la admiré por ello. Pero esto... esto era diferente.

— ¿Qué pasa? — le pregunté en cuanto vi que su rostro palidecía más con cada segundo que pasaba frente a la pantalla.

No respondió. Su mirada seguía fija en el iPad, inmóvil. Me acerqué lentamente y me incliné lo suficiente como para ver lo que leía. Era un titular en mayúsculas, enorme: "Coronel asesinado".

«Coronel...» Intenté recordar si ella alguna vez había mencionado a alguien con ese rango. Alejandro Céspedes. El nombre no me sonaba, pero lo que sí noté de inmediato fue cómo todo su cuerpo se tensó al leerlo.

— ¿Lo conocías? — pregunté con cuidado, tratando de no sonar invasivo.

Ella cerró el iPad de golpe, como si el simple hecho de tener esa noticia frente a ella pudiera causarle algún daño irreversible. Entonces, se quedó callada, mirando un punto fijo en el suelo. Nunca la había visto así, como si en un instante su mundo se estuviera desmoronando.

— No es lo que piensas — fue lo único que murmuró, apenas audible.

No es lo que pienso. ¿Qué debía pensar entonces? Altagracia era una mujer con muchos secretos, lo sabía. Su vida estaba marcada por decisiones y eventos que la mayoría de la gente jamás entendería. Pero lo que acababa de ver en sus ojos era más que simple preocupación. Era miedo, puro y visceral.

— Explícame entonces — insistí, intentando mantener mi voz calmada, pero el nerviosismo comenzaba a instalarse en mi pecho. ¿Qué estaba ocultando Altagracia?

La observé llevarse las manos al rostro, frotarse las sienes como si tratara de deshacerse de un dolor de cabeza repentino. Su silencio era peor que cualquier respuesta.

— No me vas a contar, ¿verdad? — dije finalmente, dejándome caer en el sofá frente a ella.

Sabía que algo había en su pasado. No estaba seguro de qué, pero sospechaba que había cosas que prefería mantener enterradas. Y ahora, uno de esos secretos estaba a punto de salir a la luz, y por la forma en que lo estaba manejando, sabía que este era más grande de lo que jamás hubiera imaginado.

— José Luis... no puedo — su voz temblaba, y eso me tomó por sorpresa.

— No puedes, o no quieres. — Era una pregunta, pero en el fondo sabía la respuesta.

Ella no me debía explicaciones, y lo sabía. Pero algo me decía que, si esto seguía escalando, todos íbamos a quedar involucrados en algo mucho más oscuro de lo que cualquiera de nosotros había anticipado.

— Me vas a negar que no sabes nada — se puso de pie, otra vez en su faceta de "Doña", como si pudiera ocultar el miedo bajo esa armadura. Pero yo solo podía pensar en las veces en que no fue la Doña conmigo, sino Altagracia, la mujer. Vulnerable, real.

Me quedé callado ante su acusación. Sí sabía, siempre lo supe. Sabía que Altagracia tenía un lado oscuro que guardaba con mucho recelo, un lado que no había compartido conmigo, pero que yo había empezado a intuir. Lo que no sabía eran los detalles, los rostros de esas sombras que la atormentaban.

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