Capítulo 24

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La verdad siempre sale a la luz

Narrador omnisciente

Tras quedarse sola en la sala de la que una vez fue su casa. Sintió el peso de sus errores caerle encima. Las palabras de su madre le habían dado la sacudida que le faltaban.

«¿Qué he hecho...?» se cuestionó mentalmente. No había ido hasta ahí para pelear con ella, sino por otra cosa, además ofrecerle mi ayuda.

«Estoy embarazada» repitió las mismas palabras que venía repitiendo desde anoche que recibió los resultados de los análisis de sangre.

Había dejado de cuidarse desde que se enteró de la infidelidad de Saúl pues pretendía no dejar que la tocara — eso fue aproximadamente hace un año —, pero la carne es débil y la noche después de la gala benéfica, tras llegar a casa y discutir acaloradamente con él, las cosas se voltearon llevándolos a concebir al ser que ahora albergaba en su vientre.

Se quedó ahí parada por un par de minutos más, hasta que vio que no tenía otra alternativa más que irse. «Toda acción tiene consecuencias» pensó, y quizás el verse "sola" era el precio que debía pagar.

Por otro lado, Altagracia se encargó de deshacer el nudo que tenía en la garganta. Lloro hasta que el sonido de su celular rompió con el silencio que había.

Se puso de pie yendo hasta donde estaba su bolso y lo tomó. Tenía dos mensajes, uno de Regina preguntando si ya estaba en casa y otro de José Luis...

Sí, ya estoy en casa. ¿Vienes para almorzar?

Fue el mensaje que le envió a su hermana menor. Salió del chat y abrió el de José Luis:

Güera, no me dijiste la hora.

«Güera», sonrió ante el seudónimo que le había puesto inmediatamente después de haber tenido sexo por primera vez.

A las ocho, ¿está bien?

Está más que bien. Te veo al rato. Te mando besos, tú sabrás dónde.

Carcajeo, «Payaso» dejó el celular en la mesita de noche y suspiró. Se sentía extremadamente cansada, tanto física como emocionalmente. Por un lado le dolía la cara interna de los muslos, la piel de la cintura, las pompas y los pezones los sentía sensibles.

«Un hombre como José Luis» recordó, y se cuestionó, ¿por qué todos parecen conocer al otro, menos yo?

Camino hasta el baño para corregir el maquillaje que se había batido por el llanto. No tenía ganas de estar muy producida, así que aprovechó para tomar otra ducha, se vistió bastante sencillo y bajó para supervisar que el personal de servicio estuviera haciendo sus labores.

— Hola, Delia — saludó entrando a la cocina. No era una mujer maleducada. Al contrario, tenía un buen trato hacia sus empleados; le gustaba conversar con ellos, quienes siempre la recibían de manera amena.

— Doña, ¿cómo le fue en su viaje? — sonríe dejando de menear el contenido de la olla.

— Bien... estuvo tranquilo. Me sirvió para despejarme — toma un vaso para servirse agua — ¿Qué tal todo por aquí?

— Tranquilo también. La señora Regina estuvo pintando en su estudio.

— ¿Ah, ya lo retomo? — deja el vaso en la barra una vez bebe lo suficiente.

— Sí, ahí pasaba la mayor parte del día.

— Me parece bien — sonríe — ya más tarde le pediré que me platique. ¿Qué estás preparando?

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