Capítulo X: La Perfección de la Prisión.

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10/04/2005.

El aroma a lavanda seguía impregnando la habitación, pero esta vez, se sentía como una niebla pesada que envolvía a Jihyo, dificultando su respiración. Se encontraba sentada en la cama, su figura diminuta envuelta en una bata de algodón, y miraba al vacío con una mezcla de confusión y anhelo.

Jeongyeon entró en la habitación con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Cada movimiento suyo era calculado, como una danza ensayada para seducir y controlar. “¿Cómo te sientes, Zyo?” preguntó, acariciando el rostro de Jihyo con una dulzura que contrastaba con la intensidad de sus intenciones.

“No estoy bien, Jeongyeon. Me siento… débil”, respondió Jihyo, sintiendo cómo la debilidad se asentaba en su pecho.

“Es normal”, dijo Jeongyeon con una seguridad abrumadora. “Es parte del proceso. Tu cuerpo necesita tiempo para adaptarse a los cambios que estamos haciendo”.

Jihyo asintió, aunque una parte de ella gritaba que algo no estaba bien. Las semanas de disciplina y privaciones la habían llevado a un estado de fragilidad extrema. Sin embargo, cada vez que miraba a Jeongyeon, la adoración se mezclaba con el miedo. Aceptó el dolor como un sacrificio en su búsqueda de la perfección.

“He preparado un plan para ti, Zyo”, anunció Jeongyeon, sacando un cuaderno donde había anotado cada detalle. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y control. “Este es tu mapa hacia la perfección”.

“¿Y qué significa eso?”, preguntó Jihyo, sintiéndose tanto intrigada como ansiosa.

“Te voy a ayudar a recuperar tu fuerza, a alcanzar tu objetivo”, explicó Jeongyeon, mientras el cuaderno se convertía en un símbolo de la obsesión que había forjado en su mente.

“No estoy segura, Jeongyeon”, dudó Jihyo, sintiendo cómo la presión la aplastaba. “Siento que estoy perdiendo el control”.

“No lo estás perdiendo”, replicó Jeongyeon, su voz firme como una roca. “Estás recuperándolo. Estás volviendo a ser tú misma”.

Las palabras de Jeongyeon resonaban en la mente de Jihyo, pero la sensación de encierro la consumía. Era como si estuviera atrapada en una hermosa jaula, cuidada pero sin libertad.

Sin previo aviso, Jeongyeon se acercó y la besó, un beso apasionado que despertó en Jihyo una mezcla de deseo y desasosiego. “Todo lo hago por ti”, susurró Jeongyeon, su aliento cálido en el cuello de Jihyo, un gesto que la aturdía.

“¿Qué harás?”, preguntó Jihyo, dejando escapar una sonrisa insegura. El deseo de complacer a Jeongyeon la envolvía, aunque su instinto la advertía del peligro.

Jeongyeon se apartó, dejando a Jihyo con el corazón acelerado y la mente confusa. “Te voy a ayudar a alcanzar la perfección”, declaró con un brillo ardiente en sus ojos. “Te enseñaré a amar tu cuerpo, a amarte a ti misma. Te llevaré al límite, pero juntas lo lograremos. Lo prometo”.

“Estoy segura de que sí”, respondió Jihyo, sus ojos brillando de una esperanza ciega, como si cada palabra de Jeongyeon fuera un hechizo que la mantenía cautiva.

La sonrisa de Jeongyeon se ensanchó, revelando un vacío inquietante. Sabía que Jihyo estaba atrapada en un laberinto que ella había creado, y estaba decidida a mantener el control.

“Te ayudaré a comer mejor”, afirmó Jeongyeon, señalando un apartado del plan. “Te prepararé alimentos nutritivos, con las calorías justas que necesitas para que tu cuerpo se recupere. Te llevaré al gimnasio a entrenar conmigo, y te enseñaré a fortalecer tus músculos”.

Jihyo la miró, un atisbo de esperanza asomando entre la niebla de su confusión. “Y… ¿qué pasará con aquellos que me hacen daño?”

“No te preocupes por ellos, Zyo”, dijo Jeongyeon, con una frialdad que le heló la sangre a Jihyo. “Ya no te molestarán más”.

Un escalofrío recorrió la columna de Jihyo al escuchar la seguridad en la voz de Jeongyeon. No le gustaba la forma en que hablaba de los demás, como si tuviera el poder absoluto sobre su vida. Pero su vulnerabilidad la mantenía en un estado de conformidad.

“Confía en mí, Zyo”, instó Jeongyeon, tomando la mano de Jihyo con una delicadeza que contrastaba con la severidad de su mirada. “Te amo, y solo quiero lo mejor para ti”.

Jihyo cerró los ojos, dejándose envolver por el calor de su pareja, olvidando momentáneamente las dudas que la acosaban. “Te amo, Jeongie”.

En ese instante, Jeongyeon se erguía como una diosa implacable, un ser con el poder de moldear el destino de Jihyo. Pero mientras su amor se tejía en la trama de la manipulación, el oscuro laberinto de la dependencia se cerraba cada vez más, y el camino hacia la perfección se tornaba más sombrío de lo que Jihyo podría imaginar.

Oh, Ana. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora