Capítulo XI: El sabor del vacío.

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15/04/2005.

El sol de la tarde se filtraba por las cortinas blancas, iluminando la mesa del comedor donde Jihyo se encontraba rodeada de un mar de ensaladas. Las hojas verdes parecían burlarse de ella, recordándole su debilidad. Jeongyeon, con una sonrisa de satisfacción en el rostro, observaba cómo su novia intentaba, sin mucho éxito, tragar un puñado de espinacas.

“No te preocupes, Zyo”, dijo Jeongyeon, acercándose a ella, sus ojos brillando con un fervor casi hipnótico. “Te ayudaré a acostumbrarte a comer sano. Es solo cuestión de tiempo”.

Jihyo la miró con una expresión de desasosiego. “¿Cómo puedes comer tanta verdura? ¿No te sientes mal?” Su voz temblaba, una mezcla de frustración y anhelo.

“Yo solo como lo que necesito”, respondió Jeongyeon, su tono sereno y tranquilizador. “Pero tú tienes un objetivo diferente, Zyo. Necesitas recuperar tu fuerza y tu energía. Para eso, debes alimentar a tu cuerpo con los nutrientes adecuados”.

Jihyo sintió cómo un nudo se formaba en su pecho. “Me siento tan débil, Jeongyeon”, admitió, con un deje de tristeza en la voz. “Quiero comer, quiero sentir que estoy viva”.

“Lo estarás, Zyo”, aseguró Jeongyeon, acercándose y tomando su mano con una delicadeza que le hizo temblar. “Te ayudaré a que lo sientas. Te mostraré cómo disfrutar de la comida de nuevo. Te enseñaré a amarla”.

Jihyo la miró, confusa. “¿Cómo? ¿Qué quieres decir?”

Jeongyeon se inclinó hacia ella, su voz bajita y seductora. “Te enseñaré a disfrutar de los sabores, a deleitarte con cada bocado. Te mostraré el placer de comer sano. Y te dejaré probar un pequeño capricho, algo que te hará sentir viva”.

“¿Un capricho? ¿A qué te refieres?” preguntó Jihyo, con el corazón acelerado y la mente en un torbellino de dudas.

Jeongyeon le guiñó un ojo, su sonrisa traviesa revelando un lado oscuro que Jihyo aún no podía ver. “Te llevaré a una pastelería”, dijo, “pero solo para que observes. Podrás disfrutar de los aromas, de los colores, de la belleza de las tartas. Pero no probarás nada. Solo podrás sentir el deseo, la tentación, el placer prohibido”.

Jihyo se sintió confundida, como si le hubieran propuesto un juego cruel. ¿Cómo podía encontrar placer en la mera observación de la comida sin probarla? Era una tortura, una contradicción que la atormentaba. Pero la mirada de Jeongyeon, la pasión que brillaba en sus ojos, la atracción que sentía hacia ella, la hacían dudar.

“No te preocupes, Zyo”, dijo Jeongyeon, interpretando el silencio de su novia como un signo de aprobación. “Te llevaré mañana. Y te enseñaré a apreciar la comida como nunca antes lo has hecho. Te enseñaré a controlar tu apetito, a dominarlo”.

Jihyo asintió con la cabeza, como si estuviera hipnotizada. La idea de observar los deliciosos pasteles sin poder probarlos la atormentaba, la hacía sentir incómoda. Pero la promesa de un placer prohibido, la tentación de un deseo no satisfecho, la mantenía en un estado de intrigante expectativa.

Jeongyeon sonrió, satisfecha con la reacción de Jihyo. Había encontrado el punto débil de su novia: su deseo. Y lo usaría a su favor.

La manipulación era un juego peligroso, pero Jeongyeon lo dominaba a la perfección. Con cada mirada, con cada palabra, con cada caricia, iba tejiendo una red invisible que aprisionaba a Jihyo en su control.

La promesa de la perfección se convertía en una trampa mortal, un laberinto de deseos y falsas promesas. Y Jihyo, ciega por la ilusión de que todo era por su bien, caía en la trampa sin darse cuenta. Cada día, cada comida, cada paso que daba la alejaba más de la libertad y más cerca del vacío que había comenzado a saborear.

Oh, Ana. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora