El olor acre de la carne quemada penetraba las fosas nasales de Rhaenyra, recordándole los días de guerra en los Peldaños de Piedra. El aire era denso, pesado, mezclado con el hedor de cuerpos calcinados y madera carbonizada. A su alrededor, las llamas aún lamían las ruinas que quedaban, mientras el humo cubría el cielo en una neblina gris, como una manta sofocante que oscurecía las estrellas.
Rhaenyra caminaba entre los restos, sus pies deslizándose sobre el barro ennegrecido por la ceniza. Cada cuerpo en el suelo era irreconocible: bufones, sirvientes, guardias... una masa indistinta de carne quemada y huesos. Pero ella no veía personas, solo sombras. Su corazón latía con fuerza, como si buscara una señal, una pista, un indicio de que entre los muertos estaba Harwin, su omega, su esposo. Cada paso era una súplica silenciosa, cada inhalación de humo un clamor a los dioses por respuestas.
Después de la boda, Rhaenyra lo supo. Sintió cómo el vínculo con Harwin se rompía. Y eso solo significaba dos cosas: o Harwin había sido marcado por otro alfa, o estaba muerto.
La confirmación llegó cuando los capas doradas informaron sobre un incendio. El humo, espeso y oscuro, cubría el cielo. Rhaenyra gritó al enterarse, pero fue una sirvienta, con un bebé en brazos, quien le dio la verdad más cruda: Harwin había salvado al niño, pero quedó atrapado entre mercenarios. Ante su furia, la joven, temblando, murmuró el nombre de "Sylver Danys".
Esa misma noche, Rhaenyra salió de la Fortaleza Roja, ignorando las preguntas. No fue sola. Daemon y Aegon III la acompañaron en silencio.
Rhaenyra permaneció allí toda la noche, viendo cómo el fuego, o al menos la mayor parte de él, se apagaba lentamente. La desesperación la invadía mientras se acercaba a los cuerpos, buscando entre ellos uno que le pareciera el de Harwin. Era un dolor insoportable no saber cuál era su omega, el hombre con el que había compartido tantos años, ni dónde yacía el cuerpo que había amado tantas veces. Finalmente, entre la multitud de cuerpos, lo vio. Su ropa y su rostro estaban irreconocibles, su olor se confundía con el de los demás. Se arrodilló ante él, y en su mano encontró un anillo de acero valyrio, uno que ella le había regalado. Era Harwin, su Harwin.
Con delicadeza, apoyó sus manos sobre su pecho, temiendo que pudiera quejarse, pero no hubo respuesta. Estaba muerto. Rhaenyra lloró, y sus lágrimas se mezclaron con las cenizas, convirtiéndose en un río negro. Sus sollozos eran silenciosos, ahogados por la tristeza.
Se recostó a su lado y lo abrazó, sintiendo cómo crujía el cuerpo de Harwin. El dolor la atravesó; había sufrido una muerte cruel. ¿Cómo le diría a sus hijos que nunca volverían a ver a su padre? ¿Cómo podría cuidar de ellos sola? Tenía a Laenor, pero él ya tenía a Jocelyn; merecía criar a su propia hija."Rhaenyra", dijo Daemon, agachándose para ofrecerle su ayuda y la levantó lentamente.
Rhaenyra lo abrazó con fuerza, y él la rodeó con sus brazos, liberando sus feromonas para calmarla. Daemon levantó su rostro y limpió las lágrimas que seguían fluyendo de sus ojos.
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Los omegas de Rhaenyra [Daemyra + Rhaenicent + Rhaegon]
RandomCuando tenía quince años, aún no había manifestado mi género, y en un mundo donde solo un alfa podía ser el heredero al Trono de Hierro, esto planteaba un desafío. Sin embargo, mi padre, Viserys Targaryen, un alfa dominante, rompió años de tradición...