conocimiento

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Welf, el herrero de la familia Hestia, se encontraba en su taller, rodeado del característico aroma a metal caliente y el tintineo de herramientas. Con manos expertas, realizaba ajustes a la armadura ligera de su mejor amigo, Bell. Sabía que no era un gran cambio, solo un refuerzo aquí y allá, pero eso no era lo que le preocupaba.

Mientras golpeaba suavemente el metal, su mente divagaba. Había algo en el aire que lo desconcertaba. La familia Hestia estaba patas arriba desde hacía semanas. Bell, siempre tan intrépido, parecía tener una vida llena de sorpresas. Ahora, además de enfrentarse a poderosas familias cada mes, había que sumar la inesperada paternidad.

—¿Quién se creería esa historia de que se lo dieron? —murmuró para sí, recordando al niño que había llegado de la nada. El pequeño había heredado la ternura de Bell, y Welf no podía evitar pensar que tal vez Haruhime y Bell habían tenido algo que nunca confesaron. Era un pensamiento tierno, pero un poco inquietante.

Mientras revisaba la armadura, Welf recordó la mañana fatídica en que Hestia anunció que Haruhime había sido secuestrada. La preocupación se apoderó de todos, y Bell, valiente como siempre, partió a su rescate. Welf y los demás quisieron seguirlo, pero fueron incapaces de hacer nada. La angustia de no poder ayudar lo había carcomido.

Después de un par de días, Bell regresó, pero no estaba solo. La diosa Freya lo acompañaba, lo que hizo que el corazón de Welf se detuviera por un instante. Y entonces estaba la niña, con su pelo del mismo color que el de la diosa y los ojos rojos como los de Bell. ¡Por Hestia! incluso la pequeña sonreía con la misma expresión encantadora que la diosa, lo que solo aumentó la confusión en la mente de Welf.

—Esto es demasiado... —murmuró mientras limpiaba sus manos en un trapo, sintiéndose abrumado. —No puedo seguir el ritmo de las sorpresas de Bell.

Con un suspiro, se dirigió a la mesa de trabajo donde se encontraba una pata de conejo colgando, un amuleto de buena suerte que había encontrado en uno de sus viajes.

—Tal vez debería darle una pata de conejo para que mejore su suerte... —dijo en voz alta, como si esperara que alguien lo escuchara. Pero el taller permaneció en silencio, su única compañía era el eco de sus palabras.

En ese momento, Hestia apareció en la entrada, su rostro iluminado con una mezcla de preocupación y determinación.

—Welf, ¿has visto a Bell? Necesitamos hablar sobre la niña.

Welf se giró, sintiendo que su confusión se intensificaba.

—¿Te refieres a la hija de Freya? —preguntó, frunciendo el ceño. —Esto se está volviendo más complicado de lo que imaginé.

—no es hija de freya... pero si, la ando buscando a ella, recuerda, no podemos dejar que esto afecte a nuestra familia. Bell está en una situación delicada.

—¿Delicada? ¡Eso es un eufemismo! —exclamó Welf. —Ahora tiene que lidiar con la familia Freya y con ser padre de dos niños.

Hestia se acercó, su mirada seria.

—Lo sé, pero debemos apoyarlo. La familia Hestia necesita permanecer unida, especialmente ahora.

Welf asintió, sintiendo una mezcla de lealtad y preocupación.

—Está bien, pero si Bell necesita suerte, tal vez deberíamos buscar más que una pata de conejo.

Ambos se miraron, sabiendo que cualquier decisión que tomaran afectaría no solo a ellos, sino a toda la familia. La incertidumbre del futuro se cernía sobre ellos, pero una cosa era clara: no podían dejar que su amigo enfrentara esto solo.

¿esta mal querer ser el padre de un bebe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora