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Hablaba como una criatura.



* * *



Las preguntas que yo le hacía en esas sesiones eran por supuesto muy diferentes de las que utilizaba en la psicoterapia normal. Con Catherine actuaba casi a la manera de un guía; trataba de revisar toda una vida en una o dos horas, buscando acontecimientos traumáticos y patrones perjudiciales que pudieran explicar sus síntomas de la actualidad. La terapia corriente se realiza a ritmo mucho más detallado y lento. Se analiza cada palabra elegida por el paciente, en busca de matices y significados ocultos. Cada gesto facial, cada movimiento del cuerpo, cada inflexión de la voz deben ser tenidos en cuenta y evaluados. Cada reacción emocional merece un cuidadoso escrutinio. Se construyen minuciosamente los patrones de conducta. Con Catherine, en cambio, los años podían transcurrir en minutos. Las sesiones con ella eran como conducir un auto de carrera a toda velocidad... y tratando de distinguir las caras de la multitud.



* * *



Volví mi atención a Catherine y le pedí que avanzara en el tiempo.


-Ahora estoy casada. Nuestra casa tiene una sola habitación, grande. Mi esposo es rubio. No lo conozco. (Es decir, aún no ha aparecido en la vida actual de Catherine.) Todavía no tenemos hijos... Él es muy bueno conmigo. Nos amamos y somos felices. Al parecer, había escapado con éxito a la opresión del hogar paterno. Le pregunté si podía identificar la zona en donde vivía.


-¿Brennington? -susurró, vacilando-. Veo libros con cubiertas antiguas y raras. El grande se cierra con una correa. Es la Biblia. Hay letras grandes y extrañas... Idioma gaélico.


En ese punto dijo algunas palabras que no pude identificar. No tengo idea de si eran o no gaélicas.


-Vivimos tierra adentro, no cerca del mar. El condado... ¿Brennington? Veo una granja con cerdos y corderos. Es nuestra. -Se había adelantado en el tiempo-. Tenemos dos varones... El mayor se casa. Veo la torre de la iglesia... un antiquísimo edificio de piedra.


De pronto le dolía la cabeza; sufría y se apretaba la sien izquierda. Dijo que se había caído en los escalones de piedra, pero se repuso. Murió a edad avanzada, en su cama, rodeada por toda la familia.


Una vez más, salió flotando de su cuerpo al morir, pero en esa ocasión no se sintió perpleja ni confundida.


-Tengo conciencia de una luz intensa. Es maravillosa; de esa luz se obtiene energía.


Descansaba tras la muerte, entre dos vidas. Pasaron en silencio algunos minutos. De pronto habló, pero no con el susurro lento que siempre había utilizado hasta entonces. Ahora su voz era grave y potente, sin vacilaciones.


-Nuestra tarea consiste en aprender, en llegar a ser como dioses mediante el conocimiento. ¡Es tan poco lo que sabemos! Tú estás aquí para ser mi maestro. Tengo mucho que aprender. Por el conocimiento nos acercamos a Dios, y entonces podemos descansar. Luego regresamos para enseñar y ayudar a otros.


Quedé mudo. Era una lección posterior a su muerte, proveniente del estado intermedio. ¿Cuál era la fuente de ese nuevo material? No sonaba en absoluto como el modo de hablar de Catherine. Ella nunca se había expresado así, con ese vocabulario y esa fraseología. Hasta el tono de su voz era completamente distinto.


En ese momento no comprendí que, si bien Catherine había pronunciado las palabras, no discurría personalmente las ideas: estaba transmitiendo lo que se le decía. Más adelante identificó como fuente a los Maestros, almas altamente evolucionadas que en esos momentos no estaban en un cuerpo. Podían hablar conmigo a través de ella. Además de poder regresar a vidas pasadas, Catherine podía ahora canalizar el conocimiento del más allá. Bellos conocimientos. Yo me esforcé por no perder la objetividad.


Se había introducido una nueva dimensión. Catherine no había leído los estudios de la doctora Elizabeth Kübler-Ross ni los del doctor Raymond Moody, que han escrito sobre las experiencias cercanas a la muerte. Ni siquiera había oído hablar del Libro tibetano de los muertos. Sin embargo, relataba experiencias similares a las que describían esos escritos. Era una prueba, en cierto modo. Lástima que no hubiera más hechos, detalles más tangibles que yo pudiera verificar. Mi escepticismo fluctuaba, pero se mantenía. Tal vez ella había leído sobre las experiencias de muerte en alguna revista, quizás había visto alguna entrevista en un programa de televisión. Aunque negara tener recuerdos conscientes de ese tipo, tal vez retenía un recuerdo subconsciente. Pero iba más allá de esos escritos anteriores a su experiencia: transmitía mensaje desde ese estado intermedio. ¡Lástima que no tuviera más datos!


Al despertar, Catherine recordó, como siempre, los detalles de sus vidas pasadas, pero no había retenido nada de lo ocurrido después de su muerte en la persona de Elizabeth.


En el futuro, jamás recordaría detalle alguno de los estados intermedios. Sólo podía recordar las vidas.


«Por el conocimiento nos acercamos a Dios.» Estábamos en el camino.



4



-Veo una casa blanca, cuadrada, con un camino de tierra enfrente. Hay gente a caballo, que va y viene.


Catherine hablaba en su habitual susurro adormecido.


-Hay árboles... una plantación, una casa grande y un puñado de viviendas más pequeñas, como para esclavos. Hace mucho calor. Es el sur... ¿Virginia?


Según creía, la fecha era 1873. Ella era una niña.


-Hay caballos y muchos sembrados... maíz, tabaco.


Ella y los otros sirvientes comían en una cocina de la casa grande. Era negra; se llamaba Abby. Tuvo un presentimiento y su cuerpo se puso tenso. La casa grande estaba en llamas; ardió ante sus ojos. La hice avanzar quince años, hasta 1888.


-Llevo un vestido viejo; estoy limpiando un espejo de la planta alta de una casa, una casa de ladrillo con ventanas... con muchos paneles. El espejo no es plano, sino ondulado, y tiene bultos en el extremo. El dueño de la casa se llama James Manson. Usa una chaqueta extraña, con tres botones y un gran cuello negro. Tiene barba... no lo reconozco (como a alguien presente en la vida actual de Catherine). Me trata bien. Yo vivo en una casa de la propiedad. Limpio los cuartos. En la propiedad hay una escuela, pero a mí no se me permite asistir. ¡También hago mantequilla!


Muchas vidas muchos maestros - Brian WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora