Catherine susurraba lentamente, empleando vocablos muy sencillos y prestando mucha atención a los detalles. En los cinco minutos siguientes aprendí a hacer mantequilla. También para Catherine eran nuevos esos conocimientos de Abby. La hice avanzar en el tiempo.
-Estoy con alguien, pero no creo que estemos casados. Dormimos juntos, pero no siempre vivimos juntos. Me siento bien con él, pero no hay nada especial. No veo hijos. Hay manzanos y patos. Hay otra gente en la distancia. Estoy recolectando manzanas. Algo me pica en los ojos. -Catherine hizo una mueca, con los ojos cerrados-. Es el humo. El viento sopla hacia aquí... el humo de la leña encendida. Están quemando toneles de madera. -Ahora tosía-. Pasa con frecuencia. Hacen que los toneles se pongan negros por dentro... brea... para impermeabilizarlos.
Como la sesión anterior había resultado tan apasionante, yo estaba ansioso por llegar otra vez al estado intermedio. Ya habíamos pasado noventa minutos explorando su vida como sirvienta. Había hablado de cubrecamas, mantequilla y toneles; yo estaba hambriento de lecciones más espirituales. Perdida ya la paciencia, la hice avanzar hasta su muerte.
-Me cuesta respirar. Me duele mucho el pecho. -Catherine jadeaba; obviamente, sufría-. Me duele el corazón; late muy deprisa. Tengo tanto frío... me tiembla el cuerpo. -Catherine empezó a estremecerse-. Hay gente en la habitación; me dan a beber hojas (una tisana). Tiene un olor raro. Me están frotando el pecho con linimento. Fiebre... pero tengo mucho frío.
Murió en silencio. Al flotar hasta el cielorraso, vio su cuerpo en la cama: una mujer menuda y encogida, de unos sesenta años. Flotaba, simplemente, esperando que alguien se acercara a ayudarla. Cobró conciencia de una luz y se sintió atraída hacia ella. La luz ganaba en intensidad y en brillo. Aguardamos en silencio, mientras los minutos pasaban con lentitud. De pronto se vio en otra vida, milenios antes de la existencia de Abby.
Catherine susurraba suavemente:
-Veo montones de ajos colgados en un cuarto abierto. Los huelo. Se cree que matan muchos males de la sangre y que purifican el cuerpo, pero hay que comerlos todos los días. También hay ajos fuera, en lo alto de un jardín. Hay otras plantas allí... higos, dátiles y otras cosas. Estas plantas ayudan. Mi madre está comprando ajos y otras plantas. En la casa hay un enfermo. Estas raíces son raras. A veces una se las pone en la boca, en las orejas o en otras aberturas y hay que mantenerlas allí, nada más.
»Veo a un anciano con barba. Es uno de los curanderos de la aldea. Él te dice qué debes hacer. Es algún tipo de... peste... que está matando a la gente. No embalsaman, porque tienen miedo a la enfermedad. A la gente la entierran, nada más, y todos están inquietos por eso. Piensan que, de ese modo, el alma no puede pasar al otro lado (contrariamente a lo establecido por los informes de Catherine después de la muerte). Pero han muerto muchos. También el ganado se muere. Agua... inundaciones... la gente enferma por las inundaciones. (Al parecer, acaba de asimilar este poquito de epidemiología.) Yo también he pillado una enfermedad por el agua. Me duele mucho el estómago. Es una enfermedad del estómago y los intestinos. Se pierde mucha agua del cuerpo. He ido en busca de más agua, pero eso es lo que nos está matando. Vuelvo con el agua. Veo a mi madre y a mis hermanos. Mi padre ya ha muerto. Mis hermanos están muy enfermos.
Hice una pausa antes de llevarla más adelante en el tiempo.
Me fascinaba el modo en que sus conceptos de la muerte y la vida del más allá cambiaban de vida en vida. Sin embargo, su experiencia de la muerte en sí era siempre uniforme, siempre similar.
Una parte consciente de ella abandonaba el cuerpo más o menos en el momento en que se producía el fallecimiento; flotaba por encima y luego se veía atraída hacia una luz maravillosa y energética. Esperaba a que alguien acudiera en su ayuda. El alma pasaba automáticamente al más allá. El embalsamamiento, los ritos fúnebres y cualquier otro procedimiento posterior a la muerte no tenían nada que ver con eso: era automático, sin preparativos necesarios, como cruzar una puerta que se abriera.
-La tierra es estéril y seca... No veo montañas aquí; sólo tierra, muy llana y seca. Uno de mis hermanos ha muerto. Me siento mejor, pero aún tengo ese dolor. -Sin embargo, no vivió por mucho tiempo más-. Estoy tendida en un jergón, con algo que me cubre.
Estaba muy enferma; no hubo ajo ni hierba alguna que pudieran impedir su muerte. Pronto estaba flotando por encima de su cuerpo, atraída hacia la luz familiar. Esperó con paciencia que alguien acudiera.
Comenzó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro, como si estuviera contemplando alguna escena. Su voz había vuelto a ser grave y potente. -Me dicen que hay muchos dioses, pues Dios está en cada uno de nosotros.
Reconocí la voz de los estados intermedios, tanto por su tono grave como por la decidida espiritualidad del mensaje. Lo que dijo a continuación me dejó sin aliento, sin aire en los pulmones.
-Tu padre está aquí, y también tu hijo, que es muy pequeño. Dice tu padre que lo reconocerás, porque se llama Avrom y has dado su nombre a tu hija. Además, su muerte se debió al corazón. El corazón de tu hijo también era importante, pues estaba hacia atrás, como el de un pollo. Hizo un gran sacrificio por ti, por amor. Su alma está muy avanzada... Su muerte satisfizo las deudas de sus padres. También quería demostrarte que la medicina sólo podía llegar hasta cierto punto, que su alcance era muy limitado.
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Muchas vidas muchos maestros - Brian Weiss
EspiritualLa historia real de un psiquiatra, su joven paciente y la terapia de regresión que cambió sus vidas para siempre.