24

7 1 0
                                    

-¿Tiene algo que ver con el agua?


-Eso creen. Son muchos los que mueren.


Yo conocía ya el final.


-Pero tú no mueres por eso.


-No, no muero.


-Pero enfermas mucho. Te sientes mal.


-Sí, tengo mucho frío... mucho frío. Necesito agua... agua. Creen que viene del agua... y algo negro... Alguien muere.


-¿Quién muere?


-Muere mi padre, y también un hermano. Mi madre está bien; se recobra. Está muy débil. Tienen que enterrar a la gente. Los entierran, y la gente se preocupa porque eso va contra las prácticas religiosas.


-¿Cuáles son esas prácticas?


Me maravillaba la concordancia de sus recuerdos, hecho por hecho, exactamente como había relatado esa vida varios meses antes. Una vez más, esa desviación de las costumbres funerarias normales la inquietaba mucho.


-Se ponía a la gente en cuevas. Los cadáveres eran conservados en cuevas. Pero antes debían ser preparados por los sacerdotes... Debían ser envueltos y untados con ungüento. Se los mantenía en cuevas, pero el país está inundado... dicen que el agua es mala. No bebáis el agua.


-¿Hay algún tratamiento? ¿Dio resultado algo?


-Se nos dieron hierbas, hierbas diferentes. Los olores... las hierbas y... percibo el olor. ¡Lo huelo!


-¿Reconoces el olor?


-Es blanco. Lo cuelgan del techo.


-¿Es como ajo?


-Está colgado alrededor... Las propiedades son similares, sí. Sus propiedades... se pone en la boca, en las orejas, en la nariz... El olor es fuerte. Se creía que impedía la entrada a los malos espíritus en el cuerpo. Fruta morada, o algo redondo con superficie morada, corteza morada...


-¿Reconoces la cultura en que estás? ¿Te parece familiar?


-No sé.


-Esa cosa purpúrea, ¿es una especie de fruta?


-Tanis.


-¿Te ayudará eso? ¿Es para la enfermedad?


-En ese tiempo, sí.


-Tanis -repetí, tratando, una vez más, de ver si se refería a lo que llamamos tanino o ácido tánico-. ¿Así se llama? ¿Tanis?


-Oigo... sigo oyendo «tanis».


-De esta vida, ¿qué ha quedado sepultado en tu vida actual? ¿Por qué vuelves una y otra vez aquí? ¿Qué te molesta tanto?


-La religión -susurró Catherine, de inmediato -, la religión de esa época. Era una religión de miedo... miedo. Había tantas cosas que temer... y tantos dioses...


-¿Recuerdas los nombres de algunos dioses? -dije.


-Veo ojos. Veo una cosa negra... una especie de... parece un chacal. Está en una estatua. Es una especie de guardián... Veo una mujer, una diosa, con una especie de toca.


-¿Sabes el nombre de la diosa?


-Osiris... Sirus... algo así. Veo un ojo... un ojo, sólo un ojo con una cadena. Es de oro.


-¿Un ojo?


-Sí... ¿Quién es Hathor?


-¿Qué?


-¡Hathor! ¡Quiénes!


Nunca había oído hablar de Hathor, aunque sabía que Osiris, si la pronunciación era correcta, era el hermano-esposo de Isis, la principal deidad egipcia. Hathor, según supe después, era la diosa egipcia del amor, el regocijo y la alegría.


-¿Es uno de los dioses? -pregunté.


-¡Hathor, Hathor! -Hubo una larga pausa-. Pájaro... es plano... plano, un fénix...


Guardó silencio otra vez.


-Avanza ahora en el tiempo, hasta el último día de esa vida. Ve hasta tu último día, pero antes de morir. Dime qué ves.


Respondió con un susurro muy suave.


-Veo edificios y gentes. Veo sandalias, sandalias. Hay un paño rústico, una especie de paño rústico.


-¿Qué ocurre? Ve ahora al momento de tu muerte. ¿Qué te ocurre? Tú puedes verlo.


-No veo... no me veo más.


-¿Dónde estás? ¿Qué ves?


-Nada... sólo oscuridad... veo una luz, una luz cálida. -Ya había muerto, había pasado al estado espiritual. Al parecer, no necesitaba experimentar otra vez su muerte real.


-¿Puedes acercarte a la luz? -pregunté.


-Allá voy.


Descansaba apaciblemente, esperando otra vez.


-¿Puedes mirar ahora hacia atrás, hacia las lecciones de esa vida? ¿Tienes ya conciencia de ellas?


-No -susurró.


Continuaba esperando. De pronto se mostró alerta, aunque sus ojos permanecían cerrados, como ocurría siempre que estaba en trances hipnóticos. Movía la cabeza de un lado a otro.


-¿Qué ves ahora? ¿Qué está pasando?


Su voz era más potente.


-Siento... ¡alguien me habla!


-¿Qué te dicen?


-Hablan de la paciencia. Uno debe tener paciencia...


-Sí, continúa. -La respuesta provino inmediatamente del Maestro poeta.


-Paciencia y tiempo... todo llega a su debido tiempo. No se puede apresurar una vida, no se puede resolver según un plan, como tanta gente quiere. Debemos aceptar lo que nos sobreviene en un momento dado y no pedir más. Pero la vida es infinita; jamás morimos; jamás nacimos, en realidad. Sólo pasamos por diferentes fases. No hay final. Los humanos tienen muchas dimensiones. Pero el tiempo no es como lo vemos, sino lecciones que hay que aprender.


Hubo una larga pausa. El Maestro poeta continuó.


-Todo te será aclarado a su debido tiempo. Pero necesitas una oportunidad para digerir el conocimiento que ya te hemos dado.


Catherine guardó silencio.


-¿Hay algo más que yo deba saber?


-Se han ido -me susurró -. Ya no oigo a nadie.


Muchas vidas muchos maestros - Brian WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora