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Catherine no presentaba ninguno de esos síntomas o síndromes. Lo ocurrido no era una manifestación de enfermedad psiquiátrica. Ella no era psicópata (no estaba fuera de contacto con la realidad) ni había sufrido nunca alucinaciones (no oía ni veía cosas que en realidad no existieran) o ilusiones (falsas creencias).


No consumía drogas ni tenía rasgos sociopáticos. No tenía una personalidad histérica ni tendencias disociativas. Es decir, en general actuaba con conciencia de lo que hacía y pensaba; no funcionaba con el «piloto automático» y nunca había tenido personalidad escindida o múltiple. El material que producía estaba, con frecuencia, más allá de su capacidad consciente, tanto en estilo como en contenido. Una parte era especialmente psíquica, como las referencias a sucesos específicos de mi propio pasado (por ejemplo, los conocimientos sobre mi padre y mi hijo) así como del propio. Exhibía conocimientos a los que nunca había tenido acceso ni podía haber reunido en su vida presente. Esos conocimientos, así como la experiencia en sí, eran extraños a su cultura y a su educación, además de contrarios a muchas de sus creencias.


Catherine es una persona relativamente sencilla y honesta. No es una erudita; ella no pudo haber inventado los hechos, detalles, acontecimientos históricos, descripciones y elementos poéticos que llegaban a través de ella. Como psiquiatra y científico, yo estaba seguro de que el material se originaba en alguna porción de su mente inconsciente. Era real, sin lugar a dudas. Aunque Catherine hubiera sido una consumada actriz, no habría podido recrear esos hechos. El conocimiento era demasiado exacto y específico; estaba por encima de su capacidad.


Analicé el propósito terapéutico de explorar las vidas pasadas de Catherine. Una vez que hubimos tropezado con ese nuevo reino, su mejoría fue enormemente rápida, sin necesidad de medicación. Existe en ese reino una fuerza poderosamente curativa, una fuerza al parecer mucho más efectiva que la terapia normal o los medicamentos modernos. Esa fuerza incluye recordar y volver a vivir, no sólo grandes acontecimientos traumáticos, sino también los diarios ultrajes a nuestros cuerpos, mentes y egos. En mis preguntas, mientras investigábamos vidas, yo buscaba los patrones de esos insultos, patrones tales como el abuso emocional o físico crónico, la pobreza y el hambre, la enfermedad y la incapacidad, prejuicios y persecuciones persistentes, fracasos repetidos, etcétera. También me mantenía alerta a las tragedias más penetrantes, como una traumática experiencia de muerte, violaciones, catástrofes masivas y cualquier otro suceso horripilante que pudiera haber dejado una huella permanente La técnica era similar a la de repasar una infancia en la terapia común, excepto que el marco cronológico era de varios milenios, en vez de reducirse a los diez o quince años habituales. Por lo tanto, mis preguntas eran más directas y más intencionadas que en una terapia común. Pero el éxito de nuestra poco ortodoxa exploración resultaba incuestionable. Ella (y otros que yo trataría más adelante con regresión hipnótica) se estaba curando con tremenda velocidad.


Pero ¿había otras explicaciones de los recuerdos que Catherine guardaba de vidas pasadas? ¿Era posible que esos recuerdos le fueran transmitidos por sus genes? Esa posibilidad es científicamente remota. La memoria genética requiere el paso ininterrumpido de material genético de generación en generación. Catherine vivió por toda la tierra y su linaje genético se interrumpió muchas veces. Murió en una inundación con su prole, también en la niñez, y también sin haber procreado. Su reserva genética terminó sin ser transmitida. ¿Y en cuanto a la supervivencia después de la muerte y el estado intermedio? No había cuerpo ni material genético, ciertamente; sin embargo, sus recuerdos continuaban. No, era menester descartar la explicación genética.


¿Cabía la idea de Jung sobre el inconsciente colectivo, almacén de toda la memoria y la experiencia humana, a la que ella podía estar recurriendo, de algún modo? Hay culturas divergentes que poseen, con frecuencia, símbolos similares, aun en sueños. Según Jung, el inconsciente colectivo no se adquiere personalmente, sino que se «hereda» de algún modo en la estructura cerebral. Incluye motivos e imágenes que surgen de nuevo en todas las culturas, sin necesidad de tradición histórica o propagación. Me parecía que los recuerdos de Catherine eran demasiado concretos para que el concepto de Jung les sirviera de explicación. Ella no revelaba símbolos, imágenes ni motivos universales, sino descripciones detalladas de personas y lugares determinados. Las ideas de Jung parecían demasiado vagas. Y aún quedaba por considerar el estado intermedio. En resumidas cuentas, la reencarnación era lo que tenía más sentido.

Muchas vidas muchos maestros - Brian WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora