33

7 2 0
                                    

Estoy firmemente convencido de que los terapeutas deben tener la mente abierta. Así como es necesario un trabajo más científico para documentar las experiencias de muerte y morir, como las de Catherine, también hace falta más trabajo experimental en ese aspecto. Los terapeutas deben tener en cuenta la posibilidad de una vida después de la muerte e incorporarla a su asesoramiento. No es preciso que utilicen las regresiones hipnóticas, pero sí que se mantengan abiertos, que compartan sus conocimientos con los pacientes y que no descarten las experiencias de estos últimos.


La gente está ahora abrumada por las amenazas a su mortalidad. El sida, el holocausto nuclear, el terrorismo, la enfermedad y muchas otras catástrofes penden sobre nosotros, torturándonos diariamente. Muchos adolescentes están convencidos de que no llegarán a los treinta años. Esto es increíble; refleja las tremendas tensiones de nuestra sociedad.


En el plano individual, la reacción de Minette ante los mensajes de Catherine resulta alentadora. Su espíritu se había fortalecido; tenía esperanza, pese a los intensos dolores físicos y a la decadencia de su cuerpo. Pero los mensajes están ahí para todos nosotros, no sólo para los moribundos. También hay esperanzas para nosotros. Necesitamos que otros médicos y otros científicos nos informen sobre casos como el de Catherine, que confirmen y amplíen sus mensajes. Las respuestas están ahí. Somos inmortales. Siempre estaremos juntos.



12



Habían pasado tres meses y medio desde nuestra primera sesión de hipnosis. En ese tiempo, no sólo los síntomas de Catherine habían casi desaparecido, sino que sus progresos superaban la mera curación. Estaba radiante, llena de apacible energía. Atraía a la gente. Cuando desayunaba en la cafetería del hospital, tanto hombres como mujeres corrían a reunirse con ella. -¡Qué guapa estás! Sólo quería decirte eso -comentaban.


Ella, como un pescador, los enganchaba con un invisible sedal psíquico. Y durante años enteros había comido en la misma cafetería sin llamar la atención.


Como de costumbre, se hundió pronto en el profundo trance hipnótico, en mi consultorio en penumbra; mechones de su pelo caían sobre la familiar almohada beige.


-Veo un edificio... está hecho de piedra. Y en lo más alto hay algo puntiagudo. Es una zona muy montañosa. Hay mucha humedad... afuera hay mucha humedad. Veo una carreta. Veo una carreta que pasa por... delante del edificio. La carreta está llena de heno, paja o heno, algo para que coman los animales. Ahí hay algunos hombres. Llevan una especie de estandarte, algo que flamea en la punta de un asta. Los colores son muy intensos. Les oigo hablar de moros... moros. Y de una guerra que se está librando. Les cubre la cabeza algo que parece de metal, algo metálico... una especie de protección para la cabeza, hecha de metal. El año es 1483. Algo sobre los daneses. ¿Estamos en guerra contra los daneses? Hay alguna guerra, sí.


-¿Estás tú ahí? -pregunté.


-Eso no lo veo -me respondió con suavidad-. Veo las carretas. Tienen dos ruedas, dos ruedas y la parte trasera abierta. Son abiertas; los costados son abiertos, con una especie de tablillas de madera unidas entre sí. Veo... algo metálico que llevan alrededor del cuello... algo muy pesado, en forma de cruz. Pero las puntas se curvan, las puntas de la cruz... son redondas. Es la festividad de algún santo... veo espadas. Tienen una especie de puñal o de espada... muy pesada, con el extremo muy romo. Se están preparando para una batalla. -Trata de encontrarte -le indiqué -. Mira a tu alrededor. Tal vez seas un soldado. Los estás viendo desde algún sitio.


-No soy un soldado. -Lo dijo con toda seguridad.


-Mira alrededor.


-He traído algunas provisiones. Es una aldea, alguna aldea.

Muchas vidas muchos maestros - Brian WeissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora