Se había adelantado sola en el tiempo. El bebé estaba a punto de nacer. Catherine no había tenido hijos y yo no había asistido a ningún parto en los catorce años transcurridos desde mis prácticas de obstetricia en la escuela de medicina.
-¿Dónde estás? -pregunté.
-Tendida en algo de piedra. Hace mucho frío. Siento dolores... Alguien tiene que ayudarme. Alguien tiene que ayudarme. -Le indiqué que respirara profundamente; el bebé nacería sin dolor. Ella jadeaba y gruñía al mismo tiempo. El trabajo de parto duró varios minutos de tormento; por fin nació el niño. Tuvo una hija.
-¿Te sientes mejor ahora?
-Muy débil... ¡Mucha sangre!
-¿Sabes cómo se va a llamar la niña?
-No, estoy demasiado cansada... Quiero a mi bebé.
-Tu bebé está aquí -improvisé yo-; una niñita.
-Sí, mi esposo está complacido.
Se sentía exhausta. Le indiqué que durmiera un momento y que despertara repuesta. Al cabo de uno o dos minutos la desperté de la siesta.
-¿Te sientes mejor ahora?
-Sí... veo animales. Llevan algo en el lomo. Son cestos. En los cestos hay muchas cosas... comida... algunas frutas rojas...
-¿La región es bonita?
-Sí, con mucha comida.
-¿Sabes cómo se llama la región? ¿Cómo la llamáis cuando un forastero os pregunta el nombre de la aldea?
-Cathenia... Cathenia...
-Se diría que es una ciudad griega -sugerí.
-No sé. ¿Lo sabes tú? Tú has viajado lejos de la aldea y has regresado. Yo no. Ésa era una novedad. Puesto que en esa vida yo era su tío, mayor y más sabio, ella me preguntaba si yo conocía la respuesta a mi propia pregunta. Por desgracia, yo no tenía acceso a esa información.
-¿Has pasado toda tu vida en la aldea?
-Sí -susurró-, pero tú viajas, para poder saber lo que enseñas. Viajas para aprender, para conocer la tierra... las diferentes rutas comerciales, para poder anotarlas y hacer mapas... Tú eres anciano. Vas con dos más jóvenes porque comprendes las cartas. Eres muy sabio.
-¿A qué cartas te refieres? ¿Cartas de las estrellas?
-Sí, tú comprendes los símbolos. Puedes ayudarlos a hacer... ayudarlos a hacer mapas.
-¿Reconoces a otras personas de la aldea?
-No los conozco... pero a ti sí.
-Bien. ¿Cómo son nuestras relaciones?
-Muy buenas. Tú eres muy bondadoso. Me gusta sentarme a tu lado, simplemente; es muy reconfortante... Nos has ayudado. Has ayudado a mis hermanas...
-Pero llega un momento en el que debo dejaros, puesto que soy viejo.
-No.
No estaba dispuesta a vérselas con mi muerte.
-Veo un pan, pan plano, muy plano y delgado.
-¿Hay gente que coma ese pan?
-Sí, mi padre, mi esposo y yo. Y otras personas de la aldea.
-¿A qué se debe?
-Es un... algún festival.
-¿Está tu padre ahí?
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Muchas vidas muchos maestros - Brian Weiss
SpirituellesLa historia real de un psiquiatra, su joven paciente y la terapia de regresión que cambió sus vidas para siempre.