Sí se trata de Den. Segunda parte.

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“Lánguido sobre el colchón sucio. Roto. La resistencia que había demostrado antes se había perdido entre los sollozos desconsolados después de palabras crueles.
Raoul fue corregido.
Cal terminó en un plato de sopa.
No quedaba más que esperar la muerte de las mismas manos que lo acariciaron como una burla. 
Den fue una vez más testigo silencioso de las maliciosas manos que tocaron a Katze de forma tan extraña. Iason lo había sujetado con una mano por la nuca y la otra hizo un recorrido de un hombro, bajó por el pecho, pasando y deteniéndose un momento en su pezón… luego fue al abdomen plano. Iason, sin dejarle de hablar, le tocó la uretra, luego fue a su cadera, pasó a una nalga y bajó por un muslo delgado.
Con los ojos fijos y aterrorizados, Den escuchaba la propuesta de Katze.
“- Llévate mis ojos y corta mi lengua. Por desear algo que era imposible y que mis palabras actuaran en consecuencia”.
Terminó por quebrarse, después de esforzarse por responder, Katze cayó al suelo sobre sus rodillas. Se abrazó y lloró sin hallar consuelo.
El cambio fue evidente en él.
Si no estaba siendo parte de una extraña conversación con Guy a través de la pared, Katze se quedaba lánguido en el colchón. Su resistencia, que siempre fue fácil de vencer, al menos demostraba algo de su espíritu. Pero después de esas palabras…
Den también se sentía caminar sin un piso debajo de sus pies. Lo que pisaba era un neblina negruzca, espesa y pegajosa. Cada paso dolía, sin importar la dirección. Todos llevaban a lo mismo. Iason era el único que podía ponerle fin a su guion.
Cubierto por la sombra de Iason en la habitación, su poderosa sombra que oscurecía todo, Katze había dejado de ser una persona, más parecido a una bolsa de carne, Guy encontraba sus orificios y cumplía su propósito.
La violencia nunca era algo alentador o vestigio de algo bueno, pero Den, extraña e irrealmente la prefería. Prefería a Katze mostrando los dientes, que empujara a Guy, como una frágil rama que todavía se resistía a los fuertes vientos. Pero Katze, quebrado desde adentro, ahora recibía largas caricias por la espalda baja y ya no sometimiento que dejara marcas a lo largo de su desnutrido cuerpo; besos sobre sus amoratados hombros y ya no mordidas para que se quedara quieto; Guy le acariciaba el cabello, dejando que su nariz se perdiera en el delirio de su mente al traerle aromas del pasado, en su frenética ansia de hacer el amor, Guy lo tomaba como un amante, el puño con el que solía apretar sus cabellos rojos y dejarlo aplastado sobre el colchón se había ido.
La pared más cerca a Den recibía su atención. Los eventos en el colchón superaban con creces lo que su corazón deseaba.
¿Resucitar el espíritu de Katze? ¿Para qué? Den también se resignó y se limitó a predecir su futura colaboración a su Maestro.
“Todos, menos Iason Mink, vamos a morir”.



“Riki”
El murmullo anheloso de aquel nombre fue el inicio de todo. O tal vez, visto desde la exhausta perspectiva de Den, fue el final de un capítulo.


Las marcas de los golpes ni siquiera se podían distinguir entre la sangre que brotada a borbotones. Den, que se decía mentalmente que era el final de todo, solo aplicaba, con manos temblorosas, un poco de presión en la gran abertura de su pecho. Estaba seguro que no hubo objetos corto punzantes, pero por  las heridas de Guy, a lo largo de su piel parecía que lo hubieran apuñalado.
Los golpes que Iason le dio.
¿Qué demonios se suponía que debía hacer?
Iason había arrastrado a Guy al medio del salón, dejando a sus pies un camino, como una alfombra de sangre.
Y no hubo una orden que seguir.
La mayor parte de los pensamientos de Den estaban bloqueados, como si se protegiera en un instinto vago; se había quedado al lado de Guy en medio del salón.
Manchado con sangre.
Silencioso pero no en silencio. Guy pareciera no estar inconsciente. Se sacudía y deliraba en una infinidad de agonía.
Den no se atrevía a dejarle alguna palabra o algún cuidado. Con el trascurso del tiempo, se llevaron a Guy a una cabina de curación… y él, sin saber ni estar seguro de cómo se levantó, lo hizo y con sus manos, en automático se arrastró en el piso lustrado y limpió. Sangre. La sangre de Guy se la llevaron sus manos sin un pensamiento en su cabeza.
Pero la habitación de Katze no se limpió.
Un gran círculo rojo oscuro, casi negro, había quedado al centro de la habitación y su camino en dirección a la salida.
Y, con el transcurso de las noches sobre Den, mirando el techo porque nunca miraba el cielo, comprendió que él seguiría aquí, el “Todos, menos Iason Mink, vamos a morir” cayó en pedazos. Él seguiría, Guy volvería una vez que sanara lo suficiente, y Katze, que inhumanamente continuaba respirando, era el único que encontraría su final.
Katze se desmayó cuando Iason volvió a violarlo. Den, entre palpitaciones marcadas, solo bajó la mirada cuando ni eso detuvo a su Maestro. Tampoco detuvo la siguiente visita de la quimera, uno de los tentáculos fue rápido al impedir que Katze continuara golpeándose la cabeza contra la pared. Prefería una contusión cerebral a ser perforado por la brutalidad de los tentáculos”.

Den tenía la mirada perdida. La respiración amortiguada por el nudo en su garganta. Imposible de tragar. 
El fantasma de sus manos obedientes y dedicadas, ardían; la sangre se acumulaba en su yugular. Tan desprovisto de todo, como un inanimado mueble, fue que le alcanzó la elegante colección de dagas a Iason.
“- Llévate mis ojos y corta mi lengua”.
¿Había llegado el momento? ¿Qué iba necesitar?
Como un cascarón vacío, despersonalizado y apegado a su violenta realidad donde día a día se respiraba olor a sangre, Den pensó en lo inmediatamente siguiente a que la crudeza de Iason terminara con Katze.
Procurar una toalla limpia y un recipiente para su Maestro.
Sus ojos y la lengua…
Den, ahora, alejado de la maldad de Iason, no podía creer, literalmente, que esos fueron sus pensamientos. Estaba tan naturalizado, acostumbrado a la tensión nauseabunda en su estómago,  que ya no lo notaba. Estaba listo para lo siguiente. Como el fiel vasallo de Iason.
Raoul Am llegó. Llegó al ático a tiempo. Para salvar a Katze. Para devolverle el rumbo a sus vidas. Para salvarlo también a él.
Den se frotó, con ambas manos y usando fuerza, el rostro, pasó por sus hombros, masajeó su cuello y el pecho. Recordando con malestar cómo se entretejían y desenvolvían los eventos.
Las rodilla de Den cedieron, se sentó en su suave cama y esperó. Esperó que el malestar se aminorara en su cuerpo. Tal vez debería acudir a su Maestro para pedirle alguna medicina para el dolor de cabeza y también, que revisara la efectividad de los antidepresivos que tomaba. Aunque había avanzado en su tratamiento y la dosis se había reducido con el avance del tiempo, hoy se sentía… particularmente abatido.
Introspectivo.
Infligido por la sobredosis de sentimientos sacados de su pozo personal. Aunque parecía no querer terminar.
Por supuesto, con la intervención de Raoul en su vida, ésta cobró otro sentido. Y, a diario, Katze y sus pequeños avances ayudaban a romper los tensos músculos de su rostro. Den no recordaba que era capaz de sonreír. De comer y saborear. De tomar el sol…
Con la llegada a Apathy empezaron el tratamiento, tanto de Katze como de él mismo.
“- Tú objetivo es el día de hoy – le decía su Maestro cada mañana – Ponte  pequeños avances. Salir de la cama, atender tus necesidades y cambiarte de ropa es el primer gran paso de cada día. No te sientas mal si hoy te cuesta hacerlo, mañana podrás hacerlo mejor. Arreglar la cama y comer satisfactoriamente tu desayuno, es el siguiente paso…  grandes victorias, pequeñas luchas. La normalidad de cada día pesará, pero tendrás bajo tu cuidado a Katze, que te necesita tanto como él mismo te busca.
La guía y terapia de Raoul lo consolaba de todas las maneras posibles. Como una botella vacía y abandonada en medio de la nada, recibía la lluvia. Lo llenaba y acompañaba. Ya no sentía que lloraría en cualquier instante y los avances de Katze lo inspiraban a afrontar sus propios retos.
Katze por fin reaccionaba a su nombre y notaba lo que sucedía a su alrededor. Como si los dulces estímulos del exterior quebraran su dura coraza. Ya no era ajeno al mundo que lo rodeaba y había dejado de actuar como si todavía estuviera encerrado en el ático. Ya no bebía agua del lavamanos y no se acurrucaba en el suelo del baño, como solía hacer cuando se alejaba lo mas posible de Iason.
No era necesario que Den le ayudara a ponerse la ropa, porque Katze se percató dónde se guardaba cada prenda necesaria y, sabía que debía usarla… no imaginaron, Raoul y menos Den que lo mejor era resguardar todos los cajones de su habitación.
Dos camas contiguas, una de Katze y otra la ocupaba Den. Solo una mesita de noche al medio. La gran ventana que permitía al sol y la luz ingresar. Aún si era la luz de las lunas, la habitación nunca estaba oscurecida.
Raoul y Den sabían que la psique de Katze era frágil pero predecible. Podían salvarlo de estímulos que habían aprendido que son desagradables. 
La comida, el color de la ropa, la oscuridad o las texturas a su alrededor. 
Los cajones del velador estaban sellados. Ahí se encontraba lo necesario para aplicar diversas inyecciones, medicamentos para su abanico de enfermedades y todos los instrumentos médicos de rápida solicitud en una emergencia.
Pero las gavetas con ropa y otros objetos que se usaban para las terapias no estaban resguardados.
Raoul y Den pensaban qué no tenían porqué hacerlo. Era solo ropa almidonada y en su mayoría, libros o objetos para ayudar a Katze en su recuperación.
- ¿Quieres un poco más? ¡Has comido con mucho apetito.
Den recordaba su propia voz tranquila y entusiasta. Katze todavía no salía de la habitación pero lograba comunicarse. Un movimiento de cabeza de arriba a abajo, fue su respuesta y Den lo dejó solo por unos momentos.
Lo siguiente solo se supo después, porque fue revisado a través de las cámaras. Katze, que había ido al cajón donde se guardaban los libros, rompecabezas y otros parecidos, sacó una caja plana y de cartón, adentro tenía un juego de cartas con fichas de memoria. Imágenes sueltas que solían servir para una actividad terapéutica. Hasta ahora, sin mostrar alteración alguna, Katze las sacó y sin quererlo, todas se desparramaron en el piso.
Habían caído de reverso, y el reverso a cada imagen era de un color rojo puro. La gran cantidad de cartas cayeron de tal manera que una especie de mancha rojiza se formó. Un círculo rojo.
Sangre.
Con conocimiento de lo sucedido, sabían que la única vez que Katze tuvo tanta sangre cerca de él en un manchón circular… fue…
No había forma que para Katze no fuera la sangre de Guy lo que tenía a sus pies.
Se tomó el pecho sintiendo que no era capaz de respirar. Alejándose con pasos pausados, lentos y temblorosos. Cuando giró, pisó una de las cartas y se resbaló cayendo sobre sus rodillas.
Como no existía una forma plausible de conocer a cabalidad sus pensamientos, solo podían deducirlos. Las muchas veces que miraba para atrás, en dirección a la puerta, era para comprobar que nadie ingresara mientras sus manos, de regreso al interior del cajón de donde sacó las cartas, recuperó un par de artículos. Eran algunas láminas rectangulares, firmes, hechas de un material sólido y duro. Servían como una superficie para armar figuras tridimensionales.
Percatándose una vez más de que estaba solo, Katze, con el rostro bañado de lágrimas, fue con la dura lámina al cuarto de baño y lo estrelló contra el espejo empotrado en la pared sobre el lavamanos.
La tercera vez que clavó el objeto contundente, logró su cometido. El espejo se fragmentó en pedazos puntiagudos, filosos… y mortales.
La tabla dura cayó al piso de baldosas con un sonido estrepitoso, como un  trueno, solo consiguiendo que Katze se agitara aun más. Con ambas manos, y rasgándose la piel, sacó un trozo grande de espejo.
Tal vez fue algo que durante todo el encierro en el ático quiso hacer, pero no era hasta ahora que era posible porque tenía cómo lograr romperlo.
Para clavarse algo cortante en el cuello.
De rodillas en el suelo del baño, con hilos de sangre corriendo de sus manos, Den lo interceptó cuando el filo atravesaba los primeros mililitros de carne.
Katze luchó por continuar, completamente frustrado al verse interrumpido.
De ninguna manera Den era un contrincante para un hombre de su tamaño o de su edad, fue una cuestión de suerte que Raoul estuviera en casa que fue convocado por Den a través de su brazalete. 
También para Raoul, que ingresó a toda prisa, fue un shock ver el suelo blanco del cuarto de baño, con manchas de sangre. La ropa de Katze, que por regla general era blanca y almidonada, había absorbido la sangre de sus manos, del cuello lastimado y de varias cortaduras, que se hizo así mismo al forcejear con Den. Por ahora desconocían la profundidad de las mismas.
Raoul actuó lo mejor que pudo, en un momento tan estresante, con tanta sangre fluyendo no era posible saber con precisión si tenía alguna herida significativa o incluso no sabía si la sangre que tenía Den sobre su ropa y manos, era de él mismo, si Katze alcanzó a herirlo…
Mientras más intentaba quitarle el trozo de vidrio de las manos, más peligroso se volvía. Katze, alterado y fuera de sí, se cortaba profundamente las manos.
La efectividad de Den era una cuestión que jugó a su favor, Raoul le dio la orden y pronto le inyectó un tranquilizante. Katze, que sabía que había fracasado, solo podía llorar mientras sentía que caía y perdía el control de sus músculos.
Recomenzar…
Katze ya no lloraba y no gritaba, pero no podían quedarse quietos esperando a recuperar el aliento. Igual de alterados, Raoul procedió a dejar a Katze sobre la cama y revisar sus heridas.
Den, que estaba alerta a las posibles ordenes y se anticipaba a las necesidades, ya tenía con él el botiquín de primeros auxilios. 
-Revisa si tienes heridas… - Raoul apenas murmuró a Den. Nada aseguraba el origen de las manchas de sangre en la ropa de Den.
Pero él estaba en un estado impersonal, como si el cascarón que ocupaba en aquel momento no fuera su cuerpo. Además de su corazón palpitando con brusquedad, no tenía sensibilidad que le advirtiera de alguna herida. No podía dejar de notar lo que su Maestro también notó…
Las heridas de Katze no eran superficiales y unas cuantas vendas no serían de ayuda.
Debía cerrar las heridas qué casi le hicieron perder los dedos.


Aturdido a causa de los medicamentos y la perdida de sangre, Katze desde su lugar entre las cobijas, todavía lloraba mirando el espacio limpio y ordenado donde había dejado huella el trauma. No estaban más las cartas, y mucho menos la sangre.
Con vendajes en las manos, no salió de la cama en interminables días que fueron realmente largos para todos.
Revisar las heridas y cambiar las vendas era un proceso solo permitido a Den. Katze lloraba menos con él si por el contrario, era Raoul quién lo hacía.
Fue un alivio descubrir que podía mover todos los dedos y no había dejado la terrible consecuencia de una debilidad o inexistente movilidad muscular.
Den también tenía sus propias heridas, que fueron descubiertas después. Pero no eran importantes para él. El sonido del llanto prolongado de Katze contra la almohada era tan deprimente que ahogaba su propio dolor. Incluso, para Raoul debió ser igual…
¿Cómo ayudar a Katze a salir de su depresión? ¿Cómo no hundirse con él?
Den, al igual que Katze, continuó atrapado en un caleidoscopio de colores. La tristeza que se acumulaba parecía insoportable, insuperable, el final de todo.
Fue Raoul el que apareció con una solución. Tal vez era predecible y esperado en algún momento pero darle a Katze acceso a una tableta fue una forma de sacarlo de un círculo interminable.
-Toma, Katze. Mira lo que tengo en las manos – fue Raoul el que dijo eso. Era temprano por la mañana y había sido una mala noche de solo permanecer acostado con ocasionales visitas al cuarto de baño para beber agua. Como era natural en Den, se quedó dormido y Raoul, al mismo tiempo que trabajaba en su laboratorio, vigiló a través de las cámaras – Mira mis manos.
Katze, que miraba en dirección a la pared, se estremeció con el sonido de la voz de Raoul. Era amable y solicitante. Parecido al tono paciente con el que se hablaba a un niño. Pero no hubo reacción hasta que sonó una particular melodía típica del sonido de inicio del sistema operativo. Katze miró para atrás por encima de su hombro, directamente a las manos de Raoul. Su semblante claramente cambió cuando se dio cuenta lo que Raoul tenía con él.
-Toma.
Con evidente cautela, Katze tomó la tableta de las manos de Raoul. Parecía que temía que fuera una terrible burla y se la arrebataría en cualquier instante. Pero con la tableta en las manos, claramente su mirada se recuperó de la tristeza que la empañaba, poco a poco se aclaró y ganó su curiosidad.
-Cuando necesites recargar la batería, avísame a mí o a Den, el cargador estará en el cajón – Aclaró Raoul, Katze afirmó con un movimiento de cabeza sin desviar los ojos de la pantalla.
Era una situación complicada porque no sabían lo que Katze pensaba con respecto a la tableta, o qué tipo de contenido esperaba encontrar. La que tenía a su disposición no estaba conectada de ninguna forma al exterior o por Internet. Solo tenía una colección de varios documentos relacionados al mercado negro.
Quedándose cerca de Katze, Raoul pronto lo vio encontrando esos archivos y comenzando a leerlos. Ya no era el Katze sumido en el llanto deprimente, pronto cambió de semblante al verlo más motivado. Pasaba las horas sentado sobre la cama y leyendo ávidamente. Fueron días que se respiraba con facilidad a su alrededor, aún si era una tristeza gris la que había logrado cambiar el aura de la casa.
Y la normalidad fue posible poco a poco. Regresarle a Katze parte de su vida fue lo único que les dio el impulso que necesitaban…
Para Den siempre era más fácil ponerse de pie, porque tenía la aspiración de ayudar, de cumplir con la expectativa. De ofrecer a su Maestro al menos un poco de alivio. A partir de ese día todos los cajones fueron cerrados y Katze solo podía acceder al contenido en compañía de Den o Raoul. Sin importar si el objeto fuera inofensivo, no podían calcular el sin fin de caminos que surcaría su mente perdida en un laberinto ante cualquier estímulo del exterior. 
Y cuando Katze empezó a ganar fuerza, tanto física como mental, y sus pasos lo guiaron a explorar el exterior de la casa, varios objetos fueron guardados. Empezando por los jarrones, cuadros de pintura con protectores de vidrio, los cubiertos del comedor y cualquier utensilio de cocina que pudiera ser usado como arma. 
Pero no todo podía ser calculado. Menos predecir el impulso que sacudía a Katze en los momentos menos esperados. Por supuesto que la medicación y la terapia estaban dando sus frutos, todo iba cuesta arriba.
-Será como si despertara de un sueño – explicó un día Raoul sobre lo que estaban esperando a que sucediera. El “conectar con la realidad” era un paso muy esperado – El cerebro de Katze está recuperándose, imagina que es como un músculo, así que los ejercicios lo ayudarán a llegar al momento deseado. Se dará cuenta que tiene ojos, que ya no está sordo y que puede hablar… imagina el shock que sentirá Katze cuando se dé cuenta de eso. Y más cuando reconozca que salió de la casa de Iason y me vea a mí. También te reconocerá ¿Crees que Katze todavía piensa que eres el mueble de Iason?
- Yo creo que sí, Maestro – Den se mordió el labio.  
- Yo pienso que eso no es así. Si fuera de esa forma, no se acercaría específicamente a ti.  Pero, a pesar de eso, esperemos el mejor de los escenarios y cuando notes alguna señal de que Katze ha conectado con la realidad debes hablarle claramente del “ahora”. Específicamente, dónde está, con quiénes y lo más importante, que está a salvo.


Pero el esperado momento no llegó en meses después de aquella conversación. Katze continuó encerrado en sí mismo. En los grises días que Den también vivía, vino la terrible asimilación que Katze pronto, superado por sus traumas, atentaría nuevamente contra su vida.
Y ocurrió.



- Llevas sin salir de la habitación cinco días, ¿quieres intentarlo hoy?
Den esperaba algún tipo de respuesta, pero Katze, bastante deprimido, no intentaba nada más que llorar hasta quedarse dormido. Era preocupante que no comiera, pero ahora sólo estaba sentado sin mostrar interés en su plato de comida o cualquier estímulo del exterior.

Viendo que no se oponía a que lo tocara, Den  revisó las heridas de sus muñecas y desechó los vendajes, no fueron heridas profundas porque intervinieron rápidamente. Aplicó una crema en la piel completamente regenerada, y de pronto… se quedó sin aliento…

Katze lo estaba mirando.

No a los ojos precisamente, pero lo miraba.

Den sintió el estremecimiento subiendo por su columna y erizando su piel, sabía que debería decir algo, aprovechando que Katze lo notaba.

-Katze – dijo, titubeante – Soy… soy Den, ¿me recuerdas? Estoy aquí para cuidarte, nada malo volverá a suceder nunca más, porque ahora vivimos con el Maestro Raoul. Él te ama de verdad, te cuida y protege todos los días, y yo, espero me dejes ayudarte, por favor…

Los bonitos ojos color miel se posaron en su boca mientras hablaba, subieron por los contornos de su rostro pero nunca se cruzaron con sus ojos. Katze no se limitó simplemente a eso, tomó a Den de las manos.

Den estrechó el contacto, acariciando con sus dedos la piel tersa de Katze.

- Espero que pronto te recuperes por completo, y podamos llevarnos bien… constantemente pienso que hay muchas cosas que podemos hacer juntos.

Raoul interrumpió sin saberlo, ingresando con una silla de ruedas a la habitación. Katze que había comido poco y dormido mal, no era posible que quisiera caminar hasta el jardín, pero sacarlo de la habitación era fundamental para mejorar su estado de ánimo.

- Sube, amor. El día está soleado y el jardín se ve precioso. Llevaré dátiles para comer.

Katze no se movió, Den aprovechando que sostenía sus manos lo ayudó a levantarse.

- Ve al jardín con el Maestro Raoul, por favor. Te sentirás mucho mejor después de un pequeño paseo.

Den lo guio hasta la silla, sin soltarlo de la mano y lo ayudó a sentarse.

- Ordenaré un poco aquí y también me aseguraré que el almuerzo esté listo – le dijo a Katze cuando la silla comenzó a alejarse y se soltaron de la mano.

- Tal vez Den quiera descansar un poco – dijo Raoul – ¿Verdad, amor?”


Den no podría adivinar que aquella vez, fue la última que Katze lo tomó de la mano o permitió que algún tipo de interacción fuera posible entre ellos.

“Transcurrido una hora, tal vez menos, Den recibió una llamada de su Maestro. Debía abandonar temporalmente la casa, porque Katze hizo contacto con la realidad.

Podía sentir la emoción de lo anhelado en su cuerpo, Den se aproximó a una ventana para observar a Katze, y se cubrió la boca con las manos para que no se escuchara su llanto, pero esta vez era de felicidad”.

Den salió abruptamente de sus pensamientos y su estómago se encogió al mismo tiempo que dio un brinco. Reconoció el estilo de Katze cuando tocaba su puerta.

- ¡Abre!

Sonó a una orden muy enojada.

Den se agitó, pero intentando conservar su rostro serio, abrió la puerta.

Como lo esperaba, o era de anticipar, Katze lo miraba enojado, lo fulminaba una vez más. Den le sostuvo la mirada pero no lo retó, era más para asegurarse de no recibir desprevenido un posible golpe.

- Voy a decirte una cosa, maldita pequeña mierda del infierno, quiero que lo entiendas muy bien y no lo olvides: hoy fue la última vez que pusiste tus asquerosas manos sobre mí ¿Comprendes?

Se refería a cuando lo interceptó en el pasillo para impedir que saliera de la habitación y fuera directo al encuentro con Iason.

- Katze… – la sorprendida voz de Uri sonó por algún lado, Den no podía verlo pero se aseguró de murmurar un “Sí” como respuesta.

No terminó ahí, Katze lo sorprendió con su fuerza, pero no en un golpe, lo tomó del brazo con una sola mano y lo sacó de su habitación.

- ¿Qué has creído? ¿Qué Uri va a hacer todo el trabajo? Tú has dejado la cocina más sucia que tu boca ¡Y te vas a tu habitación!

- Katze, yo se lo permití, el Maestro también… ¿Qué te sucede? ¡Acabamos de hablar de esto!


Den fue conducido hasta la cocina, Katze estaba detrás y Uri intentaba razonar.

Katze, únicamente se cruzó de brazos sobre el pecho, el desorden en la cocina era evidente. Por mucho que Uri tuviera experiencia y años de servicio, sólo tenía dos manos y debía hacerse cargo de la cena. Todos los preparativos para el pastel y las donas frustradas, seguían en el mesón.

Den también lo vio y sintió remordimiento por su ausencia, reprimió sus ganas de llorar y comenzó a poner en orden los diversos frascos y recipientes de los ingredientes para repostería.

Katze fue lo bastante astuto para actuar con un tono de voz filoso, pero no innecesariamente elevado y no llamar la atención de Raoul. Sabía que Uri era como la voz de su consciencia pero también podía fingir que no la escucha.

- Esto es decepcionante, – se lamentó Uri – deberías estar preocupándote por el Maestro.

- Lo hago – admitió Katze sin dejar de seguir los movimientos de Den con su mirada – No creo que lo entiendas, pero hasta saber que esto está hecho, no podré concentrarme.


Uri suspiró con cansancio, lamentando que Den aguantara sin reaccionar o mostrar oposición… en cambio, estaba enfocado en hacer un buen trabajo.

No sabía lo que sucedió con exactitud, o el tipo de historia que Katze y Den compartían… pero era horrible ver cómo ambos se gastaban y deformaban con cada choque.





Raoul Am salió de su oficina en casa y caminó a la cocina, sabía que ahí estaba Katze y que acababa de cenar sin problemas junto a sus muebles.

Katze estaba concentrado en su tableta, Uri leía a su lado otra pantalla y Den se ocupaba de las actividades hogareñas como limpiar los restos de la cena.

- Yo te avisaré, Uri, todavía no deseo cenar – dijo cuando vio que su mueble reaccionaba ante su presencia. Katze lo ignoró y Den, no dejó de limpiar.

- Katze – dijo, para llamar su atención. Esperó que levantara su mirada unos segundos más de lo permitido a cualquiera por un Blondie – Tenemos que hablar, es importante. Te esperaré en mi oficina.


Katze se levantó lentamente, sólo para demostrar que iría detrás de Raoul, que regresó sobre sus pasos pero, esperó lo suficiente hasta que estuvo lejos de la cocina.

Se acercó a Den que terminaba de acomodar la última copa recién lavada y secada. Se agachó hasta quedar a la altura de su audición y le habló.

- No creerás que dejarás el horno y las bandejas sucias, límpialo todo, no me importa si te lleva toda la noche.

Den escuchó y eligió no estremecerse, el automático de su cabeza estaba en funcionamiento.

Sabía, de todas maneras, que no sentía nada. Y si lo hacía, seguramente sólo era tristeza.

Nada mejor estaba esperando por él.



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