El pasado entre tus labios

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Los rayos del sol, que le dieron sobre los ojos, hicieron que se detuviera en su camino. Katze se quedó cerca de la ventana y dejó que el cansancio que tenía en los hombros ganara a sus fuerzas, haciendo que apoyara los codos ligeramente sobre el dintel.

La casa estaba silenciosa y quieta. Comprobando que estaba solo por los alrededores del salón, volvió su mirada a través de la ventana. El cielo despejado dejaba una vista radiante y armoniosa sobre el jardín. Pero nada de esa paz llegaba a él. Era una burla a cómo se sentía cada día; desde el maldito momento en que fue usado por Iason Mink, no creía que sentiría alguna vez la forma de ser salvado y recobrar el sentido de estar vivo.

Absolutamente nunca.

Raoul ponía de su afecto y le daba los recursos y la dirección para recuperarse… pero… Katze… Tenía tantas emociones que intentaba manejar y fracasaba, porque seguía enterrado bajo ese desagrado y vergüenza humillante que un día lo redujo a un muñeco abusado.

Katze contuvo la humedad de sus ojos, apretando los dientes con fuerza. Estaba enojado… por lo que Iason le hizo… se atrevió a hacerle sin miramientos. Lo tomó como si fuera basura… ¡¿Todo, por qué?!

No se conformó con tenerlo entre cuatro paredes con una tortura constante, fue más allá de asegurarse de que si salía vivo, no tendría nada…

Si no hubiera sido por Raoul, Júpiter lo aplastaría como a un insecto; o quizá no, como producto del pasatiempo favorito de Iason, podía ser que lo dejarían con vida en cualquier rincón de Ceres.

Acomodando distraídamente sus cabellos hacia atrás, pensó en Raoul. En su Raoul… seguramente el Blondie tenía algún plan para subirle el ánimo.

Sin ganas de enterarse, fue en contra de su voluntad deprimida que se encaminó a la oficina. Debía comprometerse consigo mismo, que pondría su empeño para escuchar lo que tenía por delante.

Su depresión, tan arraigada en el dolor punzante de su pecho, lo estaba asfixiando. Tal vez, lo único que podía hacer era poner lo último de sus fuerzas por última vez e intentar lo que Raoul le propondría, antes de tragarse todas las píldoras juntas que estaban guardadas en el buró. 

Morirse era un pensamiento residual, como escondido detrás de todo. Pero venía al frente de todas sus decisiones, de vez en cuando.

Además, no sería la primera vez que lo intentaría; si lo hacía, debía planificarlo mejor, eso era todo.

Sólo había una luz azul en la habitación, el resto de las fuentes de iluminación estaban apagadas. En cuanto Katze ingresó, vio proyectándose en medio de la oficina una maqueta holográfica de un edificio.

Su estructura era gruesa y cuadrada. No demasiado alta pero sí abarcaba una gran área.

Detrás de la computadora, Raoul tecleó algunos botones; vio con satisfacción que las facciones abatidas de Katze se volvían asombradas. El brillo azul tornó de un color fluctuante el dorado de sus iris.

La imagen tridimensional exacta al original, que Katze tenía delante de él, cambió como si se ingresara al interior del edificio por la puerta principal. Ciertamente, el camino que siguieron no fue el de la planta superior; era una estructura gruesa, de amplios salones subterráneos que abrieron sus puertas para ellos.

La visualización del edificio, dejó translucidas las paredes y el techo, brindando una imagen precisa del interior.

Los salones ordenados con la distribución de todos los implementos necesarios fueron materializándose en esa luz azulada. Escenarios, elegantes sillas, algunas mesas dispuestas, la ruta de las puertas de acceso para los invitados y otras para los organizadores.

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