El gato y el león

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Raoul cogió un trozo de queso cortado en forma de cubo y se lo llevó a la boca, masticaba sin poder contener la sonrisa en sus labios; con evidente placer observaba a su lindo pelirrojo en la misma actividad mañanera. Sentados frente a frente compartían un abundante desayuno.
Uri y Den estaban ahí, desayunando también, pero se notaba que la pareja usaba una especie de burbuja invisible que los aislaba de ellos.
Raoul sólo tenía a Katze en sus pupilas y él, con cada bocado que daba sentía la intensa mirada acariciando sus contornos. El Blondie había estado de un humor más cariñoso de lo habitual, Katze no se extrañaba de su paciencia o su amable actitud, pero sí de los besos ricos en lengua que había recibido en los últimos días. Sus manos parecían más osadas y sus dedos más largos.
Seguramente y sin otra explicación posible, se debía a que Katze había estado cumpliendo sin ningún contratiempo su parte del trato y no era necesario que alguien lo guiara con un horario detrás de él. Katze se regía según su rutina y sin presión de manera independiente.
Dormía bien, comía como debía, trabajaba con la ayuda de Uri armando esquemas sencillos y organizando planes para la venta de los grillos y sin remilgos, se tomaba sus nuevas vitaminas y medicamentos.
Además, dedicaba con esfuerzo y esmero su tiempo a sus ejercicios físicos. Katze mantenía en una línea recta su estrés y paciencia juntos, estaba manejando de manera funcional todas sus emociones.
En síntesis, Raoul no podía estar más contento de ver a Katze esforzándose en conseguir buenos resultados de despliegue intelectual. Hasta ahora, todos sus razonamientos fueron bien establecidos según lo que se requería para llevar a cabo la venta de los grillos.
Aunque, en realidad, eran esquemas básicos, elaborados con la amplia ayuda de Uri, pero significaban un fabuloso primer paso.
Con un capital base para cubrir todo lo necesario, Raoul atesoraba en silencio el documento donde tenía firmado su préstamo. Porque, marcaba el inicio de Katze de vuelta a los negocios.
Katze manejaba toda la energía de Raoul de muy buena gana; era halagador que un Blondie fuera proclive a mostrar su afecto, recordándole lo atractivo que le parecía. Sin duda, el autoestima de Katze se lo agradecía y sus propias ansias, anhelos, todo su fuego ardiendo con seguridad de ser capaz de corresponder era… maravilloso, no había más palabras.
Cuando Raoul se lo comía con esa mirada, Katze sonreía ligeramente y evitaba que el rubor subiera a sus mejillas, fracasaba a veces, pero no le importaba y volvía a mirar a su Blondie.
Esa conexión invisible, debía tratarse de un lenguaje mudo que los dos muebles no lograban comprender.
Uri estaba feliz con esa aura que se respiraba con facilidad. El sentimiento de intensa atracción emocional que existía entre Raoul y Katze explicaba que en el tiempo que compartían juntos, se sintiera el afecto e inclinación entre ellos.
Den, por su parte, intentaba no mirar la increíble y bonita sonrisa de Katze por más de dos segundos consecutivos, para no entorpecer su lenguaje corporal mañanero de coqueta sincronía con su Maestro. Le gustaba verlo feliz y todo; pero al mismo tiempo, Den odiaba tener que cuidarse tanto, cada milímetro para no ser aplastado por el mal genio de Katze. Se sentía igual a… igual que una mosca en su plato de sopa.

-¡Increíble! Los conseguiste, Uri – Katze, de forma natural o inconsciente, hizo a un lado a Den para abrirse paso a una mesa baja cerca a la sala de estar, donde Den había depositado una caja mediana que acababa de llegar por correspondencia – ¿Cuántas pulseras son?
Uri estaba más atrás, recogiendo los restos del desayuno. Dejó lo que hacía y se unió a ellos.
Katze que había tomado asiento, se colocó en el tobillo una pulsera delgada de un material engomado y ergonómico, tenía una pequeña pantalla y un único botón. Ajustó en cada pierna una pulsera y procedió a hacerlo de la misma manera alrededor de sus muñecas. Uri le ayudó para que quedaran tensas.
Uri intentó que Den no quedara del todo excluido de la compra que habían hecho juntos por Internet y, que acaba de llegar a casa. Vieron con curiosidad las pulseras que eran delgadas y livianas.
- ¿Con cuánto de peso vas a empezar? – Uri le pasó a Den el manual de indicaciones que venía dentro de la caja.
- ¿Recuerdas a Taki? Era mi guardaespaldas – Katze, sin pensarlo, tomó las indicaciones de las manos de Den y las botó de regreso a la caja, ignoró la mueca en la cara de Den, de… ¿Resignación? ¿Sorpresa? Y continuó hablando, cuando Uri afirmó – Él usaba este tipo de instrumentos, es un fanático de los ejercicios y la salud… me ofreció usar estas pulseras un par de veces, pero yo no quería hacerlo mientras trabajaba y, con la cantidad de trabajo que hacía antes… Así que para empezar, creo que programaremos un peso reducido en las piernas y en los brazos también.
Para no quedarse quieto y mirando como una estatua, Den sacó otra pulsera de la caja y la encendió para ver como funcionaban las pesas tecnológicas. Katze también se la quitó de las manos sin inmutarse y se la alcanzó a Uri.
-Gracias Den, eres muy amable – dijo Uri intentando suavizar la interacción. Era una pena que en realidad, Katze actuara así la mayor parte del tiempo.
Sin mas charla de por medio, Uri programó las pulseras que usaba Katze con el peso mínimo, tanto en las piernas como en los brazos. Fue bueno que Katze no se retara a sí mismo colocando un peso mayor. Hubieran tenido que persuadirlo de no hacerlo por precaución, y tal vez se hubiera desatado su mal humor.
Siguiendo la hermenéutica que conocían cuando practicaban ejercicios, fue el turno de Uri de ponerse las pulseras. Den ayudó a su compañero, mientras Katze flexionaba los músculos de los brazos y levantaba las piernas.
Raoul se unió a ellos un par de minutos después; estaba en su oficina, pero por las cámaras vio a su Katze y no quiso renunciar a verlo con sus propios ojos.
Para Katze, sentir el esfuerzo de sus músculos mezclándose con la novedad del peso extra resultó gratificante. Los ejercicios de calentamiento, luego trotar en la máquina, golpear el saco colgante, flexiones y lagartijas ¡Era más emocionante!
Oh…
Raoul no cerró los ojos al soltar un suspiro, todo lo contrario, el verde de su mirada se calentó bajo el fuego de sus deseos, de lo que insistentemente veía y le encantaba; como la energía de Katze, esa fuerza renaciendo con entusiasmo renovado, la tenacidad de su inteligencia en progreso y ahora, dedicando con esmero a dibujar su carne.
No se trataba de los músculos marcándose por debajo de la ropa cada vez que se flexionaba, o el calor que despedía por el esfuerzo, las venas de su cuello saltando en su fina piel como una invitación a ser probadas. La respiración pausada y esforzada, casi oyéndose como un gemido.
Se trataba que, Katze, se veía y se sentía más vivo que nunca y eso era plausible para Raoul; su esencia, su espíritu estaban encontrando la forma de nutrirse poco a poco. Aún si caía por alguna adversidad, Katze empezaba a mostrar fortaleza. 
El despegue estaba en curso. Nada evitaría que Katze tomara vuelo.

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