El sol ya estaba en lo alto, y aunque la luz inundaba la habitación, yo no tenía fuerzas para levantarme de la cama. Mi cuerpo estaba agotado, pero no era solo cansancio físico; era algo más profundo, algo que me dejaba paralizada. Aún podía sentir la sombra de ese sueño, o lo que sea que hubiera sido, rodeándome como una niebla oscura que se negaba a disiparse.
Cerré los ojos, intentando borrar el recuerdo, pero ahí estaba: los ojos rojos, la voz profunda que resonaba en mi mente, el frío de su mano sobre mi piel. Había sido tan real... demasiado real. No era solo un sueño, lo sabía en mi interior. Ese ser, esa presencia, había estado ahí, junto a mí, en mi cuarto. Y lo peor de todo es que yo no podía hacer nada. Estaba completamente indefensa.
Me estremecí bajo las sábanas, abrazándome a mí misma como si pudiera protegerme de lo que había sentido. Mi padre, siempre tan protector, se había quedado a mi lado esa mañana. Me había despertado brevemente, sintiendo su mano cálida sobre mi frente, susurrándome que descansara, que todo estaba bien. Pero no lo estaba. Nada lo estaba.
—Cariño mío, dime qué tienes —la voz suave de mi madre llegó desde la puerta, sacándome de mis pensamientos.
Ella estaba allí, preocupada, con los ojos llenos de esa ternura que siempre me desarmaba. Sabía que algo andaba mal, podía verlo en su rostro. Pero ¿cómo podía contarle? ¿Cómo podía explicarle lo que había sentido anoche? Nadie me creería. Mi madre, con su fe tan firme, probablemente pensaría que había tenido una pesadilla, que solo necesitaba rezar más.
Le sonreí, o al menos intenté hacerlo. No quería preocuparla más de lo que ya lo estaba.
—Estoy bien, mamá —mentí, evitando su mirada mientras jugaba con el borde de la sábana—. Solo fue una mala noche, nada más.
Ella se acercó y se sentó al borde de la cama, acariciando mi cabello con la misma ternura de siempre. Su toque era reconfortante, pero no podía borrar lo que había sentido la noche anterior.
—¿Segura? —preguntó, con esa mirada que podía atravesar cualquier fachada que intentara poner.
Asentí, aunque sabía que no le estaba convenciendo. Pero no podía decirle la verdad. ¿Qué le iba a decir? ¿Que había sentido una presencia demoníaca en mi cuarto? ¿Que había escuchado una voz que no era humana? No. Eso sería demasiado. Además, había algo más, algo que me aterraba aún más que esa sombra. Lo que había dicho, su oferta. ¿Cómo podía siquiera procesarlo?
—Sí, solo necesito descansar un poco más. No dormí bien —respondí, esperando que eso fuera suficiente.
Mi madre me miró por un largo momento, pero finalmente asintió, aunque no parecía del todo convencida. Se inclinó y me dio un beso en la frente antes de levantarse.
—Descansa, cariño. Estaremos abajo si necesitas algo —dijo antes de salir de la habitación, cerrando la puerta suavemente tras de sí.
Tan pronto como se fue, dejé escapar un suspiro de alivio. No sabía cuánto más podría ocultar lo que me estaba pasando. No podía seguir fingiendo que todo estaba bien. Porque no lo estaba. Algo dentro de mí se estaba quebrando, y no sabía cómo detenerlo.
Me senté en la cama, abrazando mis rodillas, y dejé que mi mente volviera a las palabras que había escuchado en ese sueño, o lo que fuera que hubiera sido.
"Bianca, vamos a hacer un trato. Te daré lo que más deseas en la vida... a cambio, me adorarás a mí, al rey del infierno, Lucifer."
Lucifer. Ese nombre había resonado en mi mente toda la mañana. Nunca había creído en cosas así, nunca me había preocupado por lo que pudiera haber más allá de este mundo. Pero ahora, ahora sabía que algo más existía, algo oscuro y aterrador. Y me estaba buscando.
Apreté los ojos, tratando de calmar mi respiración. No podía permitirme pensar en ello demasiado. No si quería seguir adelante. Pero el miedo seguía ahí, latiendo en mi pecho. ¿Y si ese ser regresaba? ¿Y si volvía a estar aquí esta noche, en mi cuarto, susurrando esas promesas imposibles?
¿Y lo peor? Parte de mí... parte de mí estaba tentada. Porque lo que más deseaba, lo que había estado buscando toda mi vida, parecía tan cerca. Era como si me ofreciera todo lo que siempre había anhelado, pero a un precio que no estaba segura de querer pagar.
Sacudí la cabeza. No, no podía caer en eso. No podía pensar así. Mi vida no era un juego entre el cielo y el infierno. Yo no era un peón en una batalla más grande. Al menos, eso era lo que quería creer.
Pero algo me decía que ya no estaba en control de mi propio destino.
ESTÁS LEYENDO
La mujer del diablo
FantasyUn pequeño pueblo donde la fe y la devoción son fundamentales, Bianca es la hija de pastores, marcada por su pureza y dedicación a la iglesia. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando conoce a Lucas, un misterioso y seductor hombre que en r...