🔥Capítulo 23🔥

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LUCIFER

Estaba reclinado en mi trono, disfrutando de la calma momentánea del infierno, cuando una figura pequeña y encorvada apareció entre las sombras. Era uno de mis demonios mensajeros, temblando como siempre lo hacían en mi presencia. Aún así, logró reunir el coraje suficiente para hablar.

—Mi señor, una nueva alma ha llegado.

Sonreí para mis adentros. Claro que lo sabía. No hay nada que suceda en este reino que escape a mi atención. Cada nueva alma que cruza los umbrales del infierno es como una página más en el libro de mi dominio eterno. Sin embargo, me entretenía fingir cierto interés en los informes de mis subordinados.

—¿Y qué tiene de especial esta alma? —pregunté con voz calma, aunque mi paciencia siempre pendía de un hilo.

—Tiene... una historia trágica, mi señor. —El demonio bajó la mirada, como si temiera que mi aburrimiento pudiera costarle su existencia.

Eso despertó mi curiosidad. Las historias trágicas eran las mejores, especialmente cuando terminaban aquí, bajo mi control. Me levanté del trono sin prisa, permitiendo que mi capa se deslizara tras de mí como un río de oscuridad.

—Llévame a él.

El demonio asintió apresuradamente y me guió por los corredores oscuros del inframundo hasta la celda del recién llegado. Cuando abrí la puerta, vi al hombre encadenado a la pared, sucio y despojado de toda dignidad, pero con una mirada serena que me provocó una ligera sonrisa.

Extendí mi mano hacia las sombras, y ellas respondieron mostrándome su historia. Fue como hojear los recuerdos más íntimos de su vida, desde su infancia hasta el día de su muerte.

Había amado a una mujer con todo su ser. Prometió protegerla, amarla hasta el fin de los días. Pero el destino se encargó de destrozarlo. Un accidente le arrebató lo único que le daba sentido a su existencia: ella murió en sus brazos, y él se sumió en la desesperación. Los meses siguientes fueron una espiral de autodestrucción. Incapaz de soportar el dolor, acabó con la vida de otra persona en un arrebato de ira, sellando así su condena eterna.

—Ah, qué historia tan conmovedora —murmuré con sarcasmo, disfrutando de cada detalle de su desgracia—. Qué tragedia tan deliciosa...

Con un chasquido de mis dedos, las sombras recrearon el momento exacto del asesinato. Los gritos, la sangre, el peso de la culpa en cada movimiento. Pero algo no encajaba. A medida que la escena se repetía, el hombre no mostraba dolor ni remordimiento. En lugar de eso, una sonrisa torcida se formaba en sus labios. No había miedo en sus ojos. Solo placer.

Me acerqué lentamente, la ira burbujeando en mi interior. Este hombre no se arrepentía. No sufría. Disfrutaba de su condena, como si el infierno fuera una recompensa.

—¿Te divierte esto? —le pregunté en un tono bajo y peligroso.

Él me devolvió la mirada, desafiante.

—¿Por qué no habría de hacerlo? Aquí ya no hay amor que perder, ni esperanza que mantener. Solo la libertad de no sentir nada más.

Mis ojos ardieron con furia. Nadie debía encontrar placer en mi reino. Nadie podía disfrutar de su tormento sin pagar el precio. Apreté los puños, dejando que mi poder oscuro fluyera a través de mí. Si no encontraba dolor en su mente consciente, lo buscaría en lo más profundo de su alma.

—Veremos si todavía sonríes después de esto —murmuré, clavando mi mirada en la suya.

Mis poderes rasgaron las capas más profundas de su mente, explorando cada rincón hasta encontrar lo que buscaba: su mayor miedo. Y allí estaba, enterrado en lo más recóndito de su ser. No era la muerte, ni el castigo. No, lo que más temía era la soledad. No el tipo de soledad que sintió tras la pérdida de su amor, sino una soledad eterna, una existencia en la que su presencia fuera olvidada, en la que no quedara rastro de él. Un vacío infinito donde ni siquiera su sufrimiento tuviera sentido.

—Ah... ahora entiendo —susurré, una sonrisa cruel dibujándose en mis labios.

Con un simple gesto, las sombras cambiaron de forma, y la celda a su alrededor se transformó en ese vacío absoluto. La oscuridad lo envolvió, aislándolo de toda sensación, incluso del dolor que tanto parecía disfrutar. Ya no había nadie más. No había testigos de su existencia, ni siquiera yo. Solo él y su miedo más profundo.

Al principio, trató de mantener la compostura. Pero pronto empezó a temblar. Sus labios se movieron como si quisiera hablar, pero no había nadie que lo escuchara. Y entonces, finalmente, lo vi: el terror absoluto. Su respiración se aceleró, sus manos arañaron el suelo invisible bajo sus pies, y los gritos que tanto deseaba comenzaron a brotar de su garganta.

—¡Por favor! ¡No! ¡No me dejes solo! ¡Haré lo que quieras! —suplicó, su voz quebrada por el pánico.

Me incliné hacia él, dejando que por un instante sintiera mi presencia de nuevo, solo para que supiera que yo controlaba su destino.

—Ahora entiendes... —murmuré con frialdad—. Aquí, todo lo que temes se hace realidad.

Su grito resonó por toda la eternidad mientras yo me alejaba, satisfecho. Nadie podía escapar de mi castigo. Y nadie, bajo mi reino, podía encontrar placer sin pagar el precio.

La mujer del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora