🔥Capítulo 21🔥

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BIANCA

El dolor se estaba convirtiendo en un placer que no sabía que existía. Cada movimiento suyo era una mezcla intensa de dolor y éxtasis, y mi cuerpo comenzaba a rendirse por completo, dejando que esa sensación desconocida me invadiera por completo.

Lucas se movía cada vez más rápido, como si fuera imposible que un humano alcanzara tal velocidad y precisión.

—¿Te duele, ángel? —susurró con una sonrisa ladeada, sin dejar de moverse.

—Sí... pero... —jadeé, luchando por encontrar palabras—. No pares...

—Eso quería escuchar —dijo con voz ronca.

Entonces, su ritmo cambió, entrando de golpe, con más fuerza que antes. Mi espalda se arqueó automáticamente, arrancándome un grito ahogado.

—Esa es mi chica —murmuró, sosteniéndome por la barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos. Sus pupilas parecían brillar en un tono que no podía identificar, como si algo oscuro y primitivo se asomara detrás de ellas—. Dime, ¿de quién eres?

—T-tuya... —gimoteé, tratando de mantener la cordura en medio del placer abrumador.

—¿Eso es todo lo que tienes para mí? —se burló, acercando su rostro más al mío—. Quiero escucharlo mejor, ángel.

—¡Tuya! —gemí, casi suplicando.

Él sonrió satisfecho.

—Exactamente. Eres mía desde el momento en que te vi. Y nunca dejarás de serlo.

Sus palabras me recorrieron como una corriente eléctrica, despertando una sensación más intensa que cualquier otra cosa que hubiera experimentado.

—¿Sientes eso? —susurró mientras aceleraba el ritmo una vez más—. Eso es tu cuerpo, rogándome más.

Mis manos se aferraron a su espalda, mis uñas se hundieron en su piel. La presión interna aumentaba rápidamente, mi cuerpo alcanzando un límite que no sabía que existía.

—Voy a hacerte llegar al cielo y al infierno al mismo tiempo, ángel —jadeó, su aliento caliente rozando mi oído.

Sentí mi interior apretarse alrededor de él, y un gemido escapó de mis labios. Mi cuerpo temblaba, perdido en la vorágine del placer.

—Eso es... Ven conmigo —susurró—. Vamos, quiero escucharte pedírmelo.

Su voz era baja, rasposa, casi una orden.

—¿Q-qué...? —logré balbucear.

—Pídeme mi leche, ángel —gruñó, mientras su ritmo se volvía aún más frenético—. Pídemela, y será toda tuya.

El calor subió a mis mejillas, avergonzada por lo que él me pedía.

—D-dame tu leche... —gemí en un susurro tembloroso.

—Más fuerte. Quiero que lo digas como si lo necesitaras —gimió, mordiendo suavemente mi cuello.

—¡Dámela, Lucas! —grité sin poder contenerme.

Él soltó un gemido gutural que se convirtió en un gruñido profundo. Un último movimiento firme, y lo sentí liberar ese calor dentro de mí. El placer fue tan abrumador que mi mente se nubló por un instante.

Lucas se inclinó hacia atrás, mirándome con esa sonrisa pícara y victoriosa que conocía tan bien.

—Sabía que lo querías, ángel —murmuró, sin dejar de mirarme.

El temblor en mis piernas aún no había cesado cuando intenté empujarlo suavemente.

—Tengo que bañarme... mis padres están a punto de llegar —susurré, tratando de recuperar el aliento.

Lucas soltó una risa baja, inclinándose hacia mí hasta que nuestros labios casi se rozaron.

—Esto no ha terminado, ángel. —Sus ojos ardían con una promesa oscura—. Apenas estamos comenzando.

Me quedé sin palabras, atrapada en la intensidad de su mirada. Sabía que él no iba a detenerse ahí. Esta era solo la primera de muchas veces esa noche.

La mujer del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora