La casa de los padres de Bianca estaba rodeada de una paz incómoda, una tranquilidad que se asentaba en el aire como una mentira bien tejida. El tipo de ambiente que siempre encontraba repulsivo. Desde el momento en que puse un pie en su jardín, pude sentir el peso de la devoción y la fe en cada rincón, como si este lugar estuviera sumergido en la bendición que tanto despreciaba.
No importaba. Estaba aquí por una razón, y nada, ni siquiera la patética ilusión de protección divina que estos humanos se daban, cambiaría eso.
Toqué la puerta y esperé. Mi postura era relajada, la sonrisa en mi rostro tan convincente como siempre. Conocía bien el papel que debía jugar. Un amigo. Un hombre común. Nada más.
La puerta se abrió lentamente, y el padre de Bianca apareció en el umbral. Era un hombre de aspecto cansado, con una bondad genuina reflejada en sus ojos, el tipo de hombre que creía ciegamente en la bondad del mundo. Eso lo hacía aún más fácil de engañar.
—Buenos días —saludé, con una sonrisa amigable, casi demasiado perfecta.
El hombre me devolvió el saludo, aunque su expresión se mantuvo algo tensa. No lo culpaba. Probablemente podía sentir algo, una incomodidad que no podía identificar, pero que estaba ahí, en lo más profundo de su instinto.
—Buenos días —respondió, estudiándome con una ligera desconfianza—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Soy Lucas, un amigo de Bianca —dije, manteniendo mi tono tranquilo y amable—. Me preguntaba si estaba en casa.
El padre de Bianca me miró con una expresión de confusión. Su mirada se volvió más calculadora mientras intentaba procesar lo que acababa de decir. Fue entonces cuando noté el primer destello de duda en sus ojos.
—¿Un amigo de Bianca? —repitió lentamente—. No nos ha mencionado que tuviera un amigo nuevo.
Me reí suavemente, como si la situación fuera completamente inofensiva. Sabía cómo jugar este juego. Estaba acostumbrado a ganar.
—Nos conocimos hace poco. Me mudé recientemente a este pueblo, y me encontré con Bianca. Nos llevamos muy bien. Pensé que sería una buena idea pasar a saludar. —Mentiras sencillas, palabras bien tejidas. La verdad y la mentira eran herramientas, y yo era el mejor en manejarlas.
La madre de Bianca apareció detrás de su esposo, su expresión reflejando la misma confusión. Ambos me observaban como si intentaran desentrañar algo que no podían ver del todo. Quizás, en el fondo de sus mentes, podían sentir la oscuridad en mí. Tal vez, sin saberlo conscientemente, sus almas percibían lo que yo realmente era, lo que llevaba dentro. Pero no importaba. La mente humana siempre era más fácil de engañar que el alma.
—¿Dices que eres un amigo de Bianca? —preguntó la madre, su voz un poco más afilada—. No ha mencionado nada sobre ti. Y en este pueblo, todos nos conocemos...
Su tono de sospecha era evidente, pero no me inmuté. Mi sonrisa permaneció firme.
—Así es, señora. Bianca y yo hemos compartido un par de charlas desde que llegué. Y sí, este lugar es muy acogedor. La iglesia es maravillosa. De hecho, me siento muy afortunado de haber encontrado un nuevo hogar tan cerca del Señor. La iglesia es... como mi refugio —dije, sabiendo exactamente lo que esas palabras significaban para ellos.
Las miradas de los dos se suavizaron levemente, aunque no del todo. Estaban acostumbrados a escuchar ese tipo de palabras. La fe lo era todo para ellos, y aunque sospechaban de mí, la idea de que yo fuera devoto de la iglesia los desarmaba. No del todo, pero lo suficiente.
—Es bueno saber que alguien más se ha unido a nuestra comunidad —dijo el padre, aunque todavía parecía estar evaluándome. Había algo en sus ojos, algo que seguía buscando, aunque no sabía qué.
—Sí, he encontrado aquí algo de paz que necesitaba —mentí sin esfuerzo, mi mirada calmada mientras sus ojos me escudriñaban—. Este lugar parece estar bendecido, lleno de buenas almas.
Ambos padres intercambiaron una mirada rápida. Era sutil, pero lo vi. Tal vez no lo sabían conscientemente, pero algo en ellos podía percibirlo. La verdad detrás de la fachada. Podían sentir la oscuridad que traía conmigo, aunque no supieran lo que significaba.
—Es curioso —dijo la madre, mirando hacia abajo por un momento antes de volver a clavar sus ojos en mí— Siento algo... raro. Como si ya nos hubiéramos visto antes.
Una sonrisa apenas perceptible apareció en mi rostro.
—Tal vez nos cruzamos en misa —respondí, mi voz tranquila y controlada. Sabía que no era por eso. Sabía que lo que sentía era la pequeña fisura entre su percepción de la realidad y mi verdadera naturaleza. Un destello de lo que era realmente.
Pero no insistirían más. No querían ser groseros, y mi máscara de devoción religiosa era suficiente para mantenerlos a raya por ahora.
—Bueno, es agradable saber que Bianca ha hecho un nuevo amigo. —El padre sonrió, aunque de manera forzada—. Pero ella no se ha sentido bien estos últimos días. Está descansando en su habitación.
Me incliné ligeramente, agradeciendo la información.
—Espero que se recupere pronto. No quiero molestarla si está descansando —dije, pero por dentro sabía que ya había plantado una pequeña semilla de duda en ellos. Era cuestión de tiempo.
Mientras me despedía de ellos y caminaba de regreso al jardín, no pude evitar sonreír. Podían sospechar, podían sentir esa pequeña fisura en la realidad. Pero no importaba. El control que ejercía sobre Bianca, y pronto sobre ellos, solo se fortalecería con el tiempo. Este era solo el comienzo.
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La mujer del diablo
FantasyUn pequeño pueblo donde la fe y la devoción son fundamentales, Bianca es la hija de pastores, marcada por su pureza y dedicación a la iglesia. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando conoce a Lucas, un misterioso y seductor hombre que en r...