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Al llegar a casa, el silencio me envolvió como una manta pesada. John se había quedado cerrando la oficina, así que tenía un rato para mí solo. Caminé por el pasillo hasta la sala, y mi mirada se posó en los guantes de boxeo sobre la mesa. Estaban ahí, como un recordatorio constante de quién había sido durante tanto tiempo.

Golpear primero, pensar después.

Pero eso ya no podía seguir siendo así. Tenía que encontrar otra manera de proteger a Harika, una que no la asustara, una que no me hiciera perder el control.

Tomé los guantes en mis manos y, por primera vez, no sentí esa descarga de adrenalina habitual. En su lugar, sentí algo más profundo, una sensación de responsabilidad diferente.

Decidí que era el momento.

Subí las escaleras hacia nuestra habitación. Ella siempre estudiaba a esta hora, metida en sus libros, y cuando me acerqué a su puerta, la vi exactamente así: sentada en su escritorio, concentrada. Toqué la puerta suavemente y, cuando levantó la mirada, me regaló una de sus sonrisas cálidas, esa que hacía que mi pecho se sintiera un poco más ligero.

—¿Todo está bien?

Asentí, pero mis pensamientos iban más allá.

—Sí, todo está bien —le respondí, intentando que mi voz sonara más tranquila de lo que realmente me sentía—. Pero te necesito un momento abajo, en el gimnasio. Y si puedes ponerte algo deportivo, mejor.

Harika parpadeó, procesando lo que le acababa de pedir. Su mirada se desvió por un momento, como si tratara de entender la lógica detrás de mi solicitud, pero al final asintió.

—De acuerdo —acepto, levantándose.

La esperé en la sala, y después de unos minutos, bajó en ropa deportiva. No pude evitar sonreír al verla así, parecía tan diferente, pero tan ella al mismo tiempo. Extendí mi mano, y ella la tomó sin decir nada.

Bajamos las escaleras juntos hacia el gimnasio subterráneo de la casa.

El lugar estaba oscuro al principio, pero encendí las luces, revelando el equipo de boxeo y las máquinas de pesas. Había pasado muchas horas aquí, golpeando el saco de boxeo para sacar mi frustración, pero esta vez era diferente. Esta vez, no se trataba de mí.

—¿Por qué estamos aquí? —me pregunto, observando todo con curiosidad.

—Quiero enseñarte algo —explique, soltando su mano y caminando hacia los guantes de boxeo colgados en la pared—. No sé si te lo dije antes, pero... creo que es importante que sepas defenderte.

—¿Defenderme? ¿De qué?

Sabía que la pregunta iba a llegar, y había pensado en cómo explicárselo de la mejor manera posible.

—No es que quiera que estés en peligro —comencé, buscando las palabras—, pero a veces, la vida... no siempre es justa, y no siempre estaré a tu lado para ayudarte. Así que quiero que sepas defenderte, por si alguna vez lo necesitas.

Ella frunció ligeramente el ceño, como si intentara procesar lo que le estaba diciendo.

—¿Cómo puedo aprender a defenderme? —me preguntó, siempre directa.

Sonreí, esa era la Harika que conocía. Le enseñé un par de guantes de boxeo y le hice un gesto para que se los pusiera.

—Te voy a enseñar algunas técnicas básicas. Solo lo suficiente para que sepas cómo protegerte si alguien intenta hacerte daño.

Harika miró los guantes con cierta duda antes de ponérselos. Parecía algo incómoda al principio, como si no supiera qué esperar.

—¿Por qué harían eso? —preguntó mientras ajustaba los guantes.

Ⲋⲟⲙⲃⲅⲁ⳽ ⳕⲛ𝖽ⲉⳏⲉⲛ𝖽ⳕⲉⲛⲧⲉ⳽ [VOL.1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora