Prólogo

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El crepúsculo extendía su abrazo sobre la Aldea Oculta de la Hoja, tiñendo los cielos con tonalidades de fuego y melancolía. El aire fresco de la tarde danzaba entre los árboles y las calles, llevando consigo una promesa de calma.

Pero dentro del departamento de Kawaki, la calma era solo un espejismo. Allí, entre las paredes solitarias que alguna vez le habían ofrecido refugio, se libraba una tormenta silenciosa.

Kawaki, de espaldas al mundo, permanecía junto a la ventana. Los últimos rayos del sol se colaban entre las cortinas, iluminando los contornos de su rostro con un suave resplandor dorado, como si el mismo sol quisiera abrazarlo una última vez antes de desaparecer.

Pero él no lo sentía. En su mente, había algo más poderoso que el calor del sol o la paz de la tarde: estaba Boruto, siempre Boruto.

Había algo en la forma en que Boruto lo miraba, en cómo su presencia inundaba el espacio alrededor, que hacía que Kawaki se sintiera expuesto, desnudo ante una luz que él nunca pidió pero que ahora comenzaba a necesitar.

Boruto era un faro en medio de su caos, una fuente de luz que lo seguía a donde fuera, derritiendo las sombras que él mismo había levantado con tanto esmero. Kawaki era el silencio, la sombra que huía de la luz; Boruto era el trueno que lo hacía temblar.

Cerró los ojos por un momento, intentando apagar los latidos acelerados de su corazón. Pero los recuerdos de esa tarde volvían a él con fuerza, trayendo consigo un torbellino de sensaciones.

Habían estado caminando por las calles de la aldea, Boruto insistiendo, como siempre, en que necesitaban un descanso. Kawaki había querido resistirse, pero la sonrisa de Boruto, tan brillante como el sol de verano, lo había desarmado. Como siempre.

Las voces de la aldea, las risas lejanas y el suave crujir de las hojas bajo sus pies se habían mezclado con el sonido de la voz de Boruto, siempre animada, siempre presente.

Kawaki no necesitaba entender todas sus palabras; lo que importaba era la música de su voz, una melodía que calmaba su mente, aunque agitaba su corazón. Cada palabra que Boruto pronunciaba era como una gota de agua en un desierto, refrescante, revitalizante.

-¿Sabes qué, Kawaki? -Boruto había dicho, con esa chispa en los ojos que siempre parecía encender algo dentro de él- Nada es imposible, no para nosotros.

Esa frase se había quedado suspendida en el aire, como si el universo mismo hubiera decidido detenerse por un instante. Boruto lo había dicho con una certeza tan firme, tan sincera, que Kawaki había sentido que algo dentro de él se rompía.

¿Cómo podía ser tan seguro, tan valiente en sus emociones? Kawaki, que siempre había sido un enigma para los demás, se encontraba vulnerable ante la luz cegadora de Boruto.

Las calles de la aldea se desvanecieron cuando llegaron a la colina más alta, el viento susurrando entre los árboles, trayendo consigo el aroma fresco de la tierra y la promesa de la noche. Se quedaron allí, en silencio, observando cómo el sol se hundía en el horizonte, llevándose con él el día y dejando solo la oscuridad creciente.

En ese momento, Boruto tomó su mano, y fue como si el mundo entero desapareciera. El calor que irradiaba desde la piel de Boruto se extendió por el cuerpo de Kawaki, envolviéndolo en una sensación tan poderosa que le hizo contener el aliento. Era como si todo lo que había temido, todo lo que había evitado, estuviera ahora frente a él, imposible de ignorar.

El toque de Boruto era suave, pero lleno de significado, como si a través de ese simple gesto quisiera decirle que no estaba solo, que nunca lo estaría mientras él estuviera cerca.

Los dedos de Boruto entrelazados con los suyos eran como raíces que se extendían en su pecho, anclándolo a un sentimiento que había intentado negar por tanto tiempo.

El Cinturón De La Discordia ~KawaBoru ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora