Boruto Uzumaki y Kawaki han construido un vínculo poderoso que trasciende lo fraternal, desatando sentimientos profundos y confusos entre ambos.
Sin embargo, ese amor es puesto a prueba cuando Ada, una hechicera llena de rencor, irrumpe en sus vida...
El sol de la mañana filtraba su cálida luz a través de las cortinas del departamento de Kawaki, envolviendo el espacio en una dorada suavidad.
Pero en el interior, la verdadera fuente de calidez no venía del sol, sino de los dos jóvenes que compartían más que cuatro paredes: compartían una vida, un amor que había crecido con la fuerza de las raíces profundas que se aferran a la tierra más fértil.
Boruto, con una sonrisa suave y despreocupada, estaba de pie en la cocina, batiendo huevos con una naturalidad que reflejaba lo cómodo que se sentía en este lugar, en este hogar. Cada movimiento suyo irradiaba una energía ligera, como si la vida misma se moviera a través de él con alegría constante.
Kawaki lo observaba desde la pequeña mesa, sus oscuros ojos siguiendo cada gesto con una intensidad que, lejos de ser pesada, se sentía protectora, como si quisiera absorber cada segundo de esa escena en su memoria.
Kawaki se levantó sin hacer ruido, y en un suave movimiento, se colocó detrás de Boruto, rodeando su cintura con ambos brazos. El contacto entre ellos era como una corriente cálida que fluía de uno a otro, llenando el espacio con una sensación de plenitud. Boruto, sin dejar de batir los huevos, sonrió al sentir el toque familiar y reconfortante de Kawaki.
—Otra vez así, ¿eh? —bromeó Boruto, su voz suave pero llena de cariño.
Kawaki no respondió con palabras, sino con pequeños besos que comenzó a depositar en el cuello de Boruto, uno tras otro, como si sus labios estuvieran hechos para recorrer la piel de Boruto en un ritual silencioso.
Cada beso era un susurro, una promesa sin palabras, mientras Boruto inclinaba ligeramente la cabeza, dándole más acceso, y una suave risa escapaba de sus labios.
El aroma del desayuno, el calor de los cuerpos, el murmullo del viento afuera... Todo se unía en un cuadro perfecto.
Para Kawaki, tener a Boruto así, entre sus brazos, significaba algo que nunca había imaginado posible: sentir que, por primera vez, era amado no solo como un hijo, no solo como un hermano, sino como un hombre.
Boruto no lo veía como alguien que necesitaba ser salvado; lo veía tal como era, con todas sus cicatrices, con todo su pasado oscuro, y lo amaba por eso.
Kawaki apoyó su frente en el hombro de Boruto, cerrando los ojos mientras inhalaba profundamente el aroma que venía de su piel, ese olor tan familiar que lo anclaba a la realidad de que esto no era un sueño.
Aquí, en este momento, todo lo que alguna vez había temido perder estaba en sus manos, estaba en su abrazo. Y eso era todo lo que importaba.
Boruto dejó el bol de lado y giró ligeramente para mirar a Kawaki, sus ojos azules brillando como el cielo despejado después de la tormenta. En esos ojos, Kawaki siempre encontraba su refugio, un lugar donde las sombras de su pasado no podían alcanzarlo.
Boruto lo miraba de una manera que hacía que Kawaki sintiera que no había nada más en el mundo, nada más que ellos dos.
—Me haces tan feliz, ¿sabes? —dijo Boruto en un susurro, sus dedos acariciando suavemente la mejilla de Kawaki, el contacto ligero pero lleno de significado.
Kawaki no necesitaba palabras para responder. Sus labios encontraron la mejilla de Boruto, y luego su frente, sus sienes, y finalmente, sus labios. El beso fue lento, profundo, como si ambos estuvieran tratando de grabar ese momento en sus almas.
Boruto sonrió contra los labios de Kawaki, una sonrisa pequeña pero llena de amor, y cuando se separaron, el aire entre ellos parecía vibrar con una energía que solo podía ser descrita como pura conexión.
—No puedo evitarlo —respondió Kawaki finalmente, con esa voz baja y grave que siempre hacía que Boruto sintiera mariposas en el estómago — Tenerte así, tan cerca... es como si finalmente entendiera qué es sentirse completo.
El amor que Kawaki sentía por Boruto se reflejaba en cada uno de sus gestos. En cómo lo miraba, con esa intensidad tranquila que solo aquellos que han conocido el verdadero dolor pueden tener.
En cómo siempre estaba atento a los pequeños detalles: el té justo como le gustaba a Boruto, las mantas cuando hacía frío, los pequeños toques que parecían insignificantes pero que lo decían todo.
Kawaki, reservado y callado ante el mundo exterior, se transformaba en algo completamente diferente a puertas cerradas. Aquí, con Boruto, era tierno, protector, siempre dispuesto a darle el mundo si eso lo hacía feliz.
Las manos de Kawaki recorrían suavemente la espalda de Boruto mientras se quedaban así, abrazados, el mundo exterior desvaneciéndose a su alrededor. Boruto, en sus brazos, era todo lo que él necesitaba.
Y en ese pequeño departamento, lejos del caos de la vida diaria, Kawaki sentía algo que nunca antes había experimentado: seguridad.
Por primera vez, no tenía que luchar contra el mundo para proteger lo que amaba. Aquí, en este espacio, era suficiente simplemente existir. Y con Boruto, existía en plenitud.
Boruto se giró una vez más hacia los fogones, pero Kawaki no lo soltó. Sus labios volvieron a encontrar la curva del cuello de Boruto, dejando pequeños besos que hicieron que Boruto riera suavemente, un sonido que siempre llenaba el pecho de Kawaki de una calidez indescriptible.
—Si sigues así, no vamos a desayunar nunca —dijo Boruto, divertido.
—¿Y qué? —respondió Kawaki con esa voz que vibraba con amor — No tengo prisa... No mientras te tenga aquí.
Y en ese momento, todo el universo parecía detenerse para ellos. El tiempo, las preocupaciones, los miedos... Todo se desvanecía en la simplicidad de estar juntos, en la certeza de que, pase lo que pase, estarían bien mientras se tuvieran el uno al otro.
Pero mientras la felicidad florecía entre ellos, las sombras también se movían.
Lejos de esa burbuja de amor y paz, Ada caminaba por las calles de Konoha, sus tacones resonando suavemente contra el empedrado. Su figura destacaba entre las luces de la ciudad, envuelta en una oscuridad que parecía bailar a su alrededor por.más que era plena mañana.
Cada paso que daba era una declaración, una promesa de lo que estaba por venir. Ada era hermosa, pero su belleza era fría, como la brisa helada que precede a la tormenta. Sus labios, curvados en una sonrisa tan perfecta como inquietante, no reflejaban alegría, sino algo mucho más peligroso: desprecio.
Caminaba con una sensualidad calculada, cada movimiento cargado de intención, sus ojos recorriendo la aldea con una mirada que parecía devorarla.
Las luces titilaban a su alrededor, pero ninguna lograba iluminar las profundidades de su alma. En la oscuridad de su corazón, solo había un objetivo: venganza. Y Kawaki... Kawaki sería la llave.
Se detuvo en una esquina, desde donde podía ver la imponente torre del Hokage, bañada en la luz del día. Su mirada se fijó en el Séptimo Hokage, Naruto Uzumaki, y sus labios se movieron en un susurro apenas audible, pero cargado de veneno.
—Pronto sabrás lo que es la desesperación y el intenso dolor... Naruto Uzumaki.
Y así, mientras el día avanzaba, la oscuridad comenzaba a tejer su red alrededor de aquellos que ni siquiera sabían que el peligro estaba a punto de desatarse.
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