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Gianna

Otro fin de semana más. Hoy, en Japón. Me encantaba Japón, era un lugar precioso. Su idioma, sus paisajes... era otro mundo. Nos dirigimos al circuito, noté a Leclerc especialmente triste en el camino. Es decir, no se le veía, pero si se le notaba. Y quería preguntar, pero tampoco había mucha confianza. Se quedó mirando un trozo en específico de ese sitio. Carlos le puso una mano en el hombro y nos siguieron el paso a los demás, así que decidí preguntar a otro por lo que pasaba.

–Uno de sus mejores amigos y el que le ayudó a aprender todo lo que sabe murió aquí –me explica Max.

–Ou...

–Ya, es una putada. Fue muy fuerte.

–Joder... me gustaría consolarlo o algo.

–Hazlo, no te dirá nada. Te lo agradecerá.

–Lo haré.

Max asiente. Al rato Lewis vino y me rodeó con su brazo, aunque está vez me dio un beso en la cabeza. Me pareció muy dulce. La mayoría de veces no hablábamos, simplemente se quedaba conmigo y me sonreía o tonteaba conmigo. Lo veía un buen tío.

–¿Me sueltas para que vaya a darle un abrazo a Charles?

–¿Le pasa algo? Yo lo veo de puta madre –me rodeó su otro brazo en la cintura y me acaparó.

–Yo lo veo mal.

–Bueno, pues vete –me soltó.

–Te veo más tarde.

Asiente. Le besé la mejilla y fui con los chicos.

–Joder, quería venir antes pero Lewis...

–No pasa nada, estoy bien –sonrió Charles–, lo tengo superado, solo... Me trae malas pasadas.

–Claro. Pero me quería acercar pero me había acaparado.

–No te preocupes –me puso una mano en el hombro manteniendo su sonrisa. Lo abracé consolándolo. Me sabía mal pensar todo lo que habrá tenido que sufrir con eso. Él también correspondió a mi abrazo. Daba unos abrazos muy reconfortantes, te estrechaba contra él y daba tanto gusto que cerrabas los ojos. Ya sabía a quién acudir si necesitaba un buen abrazo.

–Mucha suerte en la carrera a todos.

–Gracias, saltimbanqui –Fernando me revuelve el pelo.

Me despedí de ellos y volví a Mercedes, viendo a Lewis esperándome. En teoría, debería estar preparándose, pero estaba ahí.

–¿Qué haces?

–Esperarte.

–Tienes que ir a prepararte.

–Puedo tardar cinco minutos.

Asentí sonriente. Me parecía monísimo. Y cada día éramos más cercanos y veía más que quería conocerme y que le atraía. Me dio un beso en la mejilla antes de irse y salió corriendo por el pasillo. Me senté con mi tío listos para ver la carrera.

–Toma –me entregó unos cascos morados, decorados con el logo de Mercedes en amarillo neón–, los ha encargado Lewis para ti –dijo con el mismo entusiasmo que hay en un funeral.

–Genial.

–No me gusta como se acerca a ti –comenta antes de pulsar el botón para poder oír a sus pilotos.

Y otro más que me decía algo malo de él.

–Deberías...

El volante está duro.

Todo lo que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora